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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa
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El refugiado podría ser usted

Miles de personas abandonan sus países huyendo de guerras, persecuciones, hambre o desesperanza. Suketu Mehta explica cómo, de repente, todo puede cambiar. Él lo ha vivido

Llegada de botes atestados de refugiados a la isla de Lesbos y, en primer plano, tres socorristas para ayudarlos.
Llegada de botes atestados de refugiados a la isla de Lesbos y, en primer plano, tres socorristas para ayudarlos.Santi Palacios
Anatxu Zabalbeascoa

Para Suketu Mehta los botes de refugiados flotando hoy en los mares son una versión humana del famoso barco de basura de Nueva York, el Break of Dawn. Corría 1987 cuando ese carguero recorrió el Mar del Caribe buscando un lugar para descargar una montaña de escombros de 70 metros de largo por cinco de alto. Debía descargarlos en Carolina del Norte, pero allí los funcionarios lo rechazaron sospechando que había algo tóxico entre los desechos. Eso hizo que Luisiana, Misisipi, Alabama y finalmente Texas le negaran también la posibilidad de descargar. Por eso el barco pasó a aguas mexicanas. El Gobierno mexicano envío a sus fuerzas armadas a vigilar que no se produjese la descarga. La marina de Belice también dio órdenes de controlar la barcaza. Tampoco las Bahamas aceptaron la basura de Nueva York de modo que, tras recorrer seis mil millas y gastar un millón de dólares intentando encontrar un puerto seguro el Break of Dawn regresó a Nueva York y arrojó la basura en un incinerador de Brooklyn. Sería cómico además de absurdo si los refugiados pudieran regresar. Pero muchas veces no pueden.

Hoy hay en el mundo hay 10 millones de personas sin patria. Carecen de nacionalidad. No pueden irse de casa porque no la tienen: su tierra ha sido destruida por las guerras o la desertificación. Llevan sobre los hombros la carga de un estado fallido. Para el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, el refugiado trae consigo el espectro del caos y la anarquía que lo ha obligado a abandonar su tierra. Encarna el desorden económico y político que causaron los organizados países ricos al abandonar sus poblaciones sobrantes en las colonias, antes de retirarse, dejando atrás Estados-nación mal definidos. El refugiado llama a la puerta de Occidente y se cuela aunque no sea bienvenido ni lo toleren. Está dispuesto a hacer lo que sea: lavar sábanas en un hospital por ejemplo, aunque esté más preparado que la mayoría de los médicos. Debe mostrarse servil renunciando a reclamar una parte equitativa de la riqueza de su nuevo hábitat. Solo espera algo de seguridad personal y la posibilidad de enviar a su hijo a una escuela que quede cerca del campo de refugiados donde aguarda la oportunidad de reunirse con su padre, hermanos o amigos.

Hay gente que lo ha entendido. No que los apátridas necesitan un suelo y los inmigrantes trabajo y seguridad, han entendido que nosotros necesitamos la inmigración. En 2002, Albert Jurczynski, por entonces alcalde de Schenectady, al norte de Nueva York, estaba al mando de esa ciudad muy contaminada por las fábricas que perdió un tercio de la población –la mayoría polacos, alemanes e italianos- cuando las fábricas cerraron. Las casas se quedaban vacías y se deterioraban. Un día conoció a un grupo de guayaneses que estaban transformando una vivienda vacía en un templo. Comenzó una relación con otros guayaneses. Los invitaba al pueblo. Los llevaba a casa de su suegro a beber vino casero. Y les propuso un pacto. A su ayuntamiento le costaba 16.500 dólares derribar una casa. Si la reformaban, él se las ofrecía por un dólar. Hoy en Schenectady trabajan y viven 10.000 guayaneses. Muchos en el negocio de la construcción. Son el 12% de la población.

El escritor Suketu Mehta en una imagen de su propia web.
El escritor Suketu Mehta en una imagen de su propia web.

También hay otras maneras de tratar las separaciones. En 1971, la primera dama Pat Nixon inauguró en un terreno junto al Océano Pacífico, entre Tijuana y San Diego el Parque de la Amistad. Para 1994, la administración Clinton decidió levantar en el parque una barrera: una valla entre las dos naciones a base de bolardos de acero de tres metros que alto que, por lo menos, permitiría a las familias verse y hasta pasarse comida. Duró15 años. El Gobierno de Obama decidió tapiar el lado estadounidense colocando una segunda valla. Hubo tantas protestas que tres años más tarde, en 2011, deshicieron la valla dejando una gruesa malla metálica. Solo era posible tocarse con el meñique. Pero era posible tocarse. La mercancía, las comidas, los medicamentos ya no podían pasar de un lado al otro. Hay, sin embargo, una puerta que permite un momento de unión. Pero desde 2013 solo se ha abierto seis veces. Cuenta Mehta que en 2017 fue para celebrar una boda. Pasaron al lado estadounidense, se casaron, se fotografiaron y se separaron. El escritor ha escrito en el ensayo Esta tierra es nuestra tierra que aquella puerta es el lugar más cruel y esperanzador que él ha visto nunca.

Una patrulla de 20.000 agentes controla el acceso a la valla. En el año 2000 eran solo 9.000 policías. “Queremos proteger nuestras fronteras para que no entre nadie, pero en cuanto entran, queremos que nos corten el césped, que limpien el hotel… Tenemos una doble personalidad”, asegura Mehta. Y se pregunta: ¿Qué hace que alguien de Honduras se juegue la vida para llegar a EE. UU.? Dos cosas: alguien de su familia ha muerto asesinado. Alguien que conoce ha mentido y asegura vivir con lujo, con trabajo y con un futuro esperanzador al otro lado de la frontera.


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