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Alain Servais: “El mundo del arte es un gran teatro”

Llegado del mundo de las finanzas, él es la “performance” más importante de su colección

El coleccionista belga Alain Servais.
El coleccionista belga Alain Servais.Michel Loriaux

Del talento, el sentido crítico, la velocidad mental y la corrosividad de Alain Servais cualquiera pueda aprender leyendo su currículum, sus declaraciones o la obra que ha conseguido reunir y que, en definitiva, es su propia obra. Pero no hay nada que lo defina mejor que el ángulo que respecto de la realidad ofrece en un cara a cara como el que EL PAÍS mantuvo con él recientemente en una nueva entrega, la vigesimoséptima de los Encuentros con los grandes mecenas.

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“Tarde o temprano, la mayoría de los coleccionistas se dan cuenta de que compartir el arte es una parte indisociable de poseerlo”, asegura Servais para iluminar un aspecto probablemente insospechado de la mayoría de quienes ordenan el mercado del arte desde la actividad privada. De ahí que no nos llame la atención que comparta con el público su excepcional colección.

Sí puede llamar la atención, pese a que él se ocupa de aclarar que su intención es “no ofender a nadie”, la particular visión del mundo del arte ”infectado por el dinero” que tiene este hombre nacido en Bruselas y especializado en la banca de inversión. Servais no rehúye la controversia y evita como un mantra la corrección política. Y lo hace desde el origen mismo de una colección que no tiene lugar para el dibujo ni para la pintura.

Sin antecedentes

“No tenía”, comenta en diálogo con este diario, “antecedentes de interés o conocimiento de arte en mi familia. Yo mismo soy un hombre de Wall Street, de las finanzas, con otro tipo de formación. Primero me interesé por el arte como un modo de distracción, y poco a poco fui visitando más museos. Así la atracción creció y, gracias a un amigo, fui conociendo a los grandes artistas de nuestro tiempo, por ejemplo a Frank Stella, antes de empezar a coleccionar. Esto me sirvió para captar algo en lo que creo profundamente, y es que el mundo del arte es un gran teatro. Parece real, pero es una representación. Y como soy muy analítico, me comencé a preguntar qué es y qué significa el arte, una pregunta que sigue siendo clave para mí. La definición según la cual el arte es lo que represente para cada artista no me bastaba. De manera que indagué profundamente en este interrogante antes de formar mi colección. Y con mi salario y la confianza que había acumulado, pensé que podría adquirir unas dos piezas por año, las primeras de las cuales fueron dos fotografías de Nan Golding y de Andrés Serrano”. Y agrega: “Para mí, la originalidad nunca fue un inconveniente. Me interesan más las ideas que el hecho de que la obra que tengo sea única”.

Su visión del mundo es singular. “En el mismo edificio que un amigo vivía el dealer Timothy Baum, y recuerdo que en una muestra surrealista en el Museo Metropolitan de New York vi una impactante fotografía de Hans Bellmer que él vendía a 10.000 dólares, y que acabé por comprar. Con el tiempo, uno entiende que la diferencia entre una muestra de un museo, de una feria o de una galería es inexistente. Y con mi evolución, muy unida a la ayuda que me dieron mis mentores, y a consejos muy claros —”compra siempre la obra más fuerte del artista que te gusta”—, fui evolucionando. Y aprendí rápido. El arte me dio introspección, porque entender la disciplina me ayudó a comprenderme a mí mismo y a abrir puertas hacia dimensiones y disciplinas desconocidas”.

'La Revolución' de Fabian Chairez
'La Revolución' de Fabian Chairez

Como parte de esa evolución, Alain incluso se arriesgó a coleccionar cosas que lo incomodaban, sabiendo que su conjunto de obras solo podía juzgarse con la perspectiva que da el mediano plazo: “¿Por qué Caravaggio, El Greco, los impresionistas y Robert Whitman son importantes? A mi juicio, porque se supieron relacionar adecuada y hondamente con la época en que produjeron su trabajo. Sin embargo, nunca me tenté con la idea de comprar cosas del pasado u obras de grandes maestros, porque quiero entender mi tiempo. Y para ello el diálogo que los artistas actuales establecen con la contemporaneidad es fundamental”.

“Yo proceso información y la transformo en consejos respecto a decisiones financieras. Y no veo mi trabajo en la banca de inversión, que disfruto cada día, tan lejano al mundo del arte, donde, pese a que he aprendido mucho, nunca he querido ganar dinero. Eso lo reservo para el mundo financiero, que en cierto modo es más transparente”, afirma provocativo y entre risas. De todos modos, Servais asegura que el arte establece puentes entre universos distintos. Acaso por ello tenga tanta pasión por coleccionarlo, por explicarlo, por entenderlo y –un detalle nada menor— por compartirlo.

Nunca me tenté con la idea de comprar cosas del pasado u obras de grandes maestros, porque quiero entender mi tiempo

Cuando habla de compartir, recalca que la suya no solo es una colección de excelencia sino, sobre todo, “más global que ninguna” y se considera su guardián. No lo dice desde la soberbia, sino desde el orgullo de quien abraza la heterogeneidad, precisamente para buscar esos puentes que tanto lo sensibilizan. “¿Cómo podemos hacer que la gente se comunique en un mundo donde los mismos hechos son retratados de maneras tan distintas en canales de televisión opuestos? Establecer un diálogo civilizado ha sido clave”, remata.

Pero ¿cómo determina él, cuando ya ha dejado una huella tan fuerte Duchamp, que algo es arte? “Siempre he creído que, si uno entiende las teorías, no es necesario aplicarlas al mundo práctico. Por eso qué es el arte es la pregunta que me obsesiona. Y tengo 30 páginas con definiciones que me gustan. No hay una sola. Pero aquella según la cual “el arte es un lenguaje que te abre el corazón hacia otro” me sigue identificando”, señala.

Y añade: “Yo no veo una pieza de Pollock como un cuadro, sino por el proceso que implicó, por el contexto geopolítico en que se concibió y por la historia alrededor de la cual fue pintado. Sin la Guerra Fría, creo que Pollock sería inentendible. Pero además creo en la sensibilidad y en la sensualidad del arte. Necesito verlas y sentirlas”. Tal vez por eso su heterodoxa y racional colección sea tan auténtica. “Una cosa es tener una colección, y otra es juntar bienes de lujo que pertenecen al mercado del arte”, opina.

¿Cómo podemos hacer que la gente se comunique en un mundo donde los mismos hechos son retratados de maneras tan distintas en canales de televisión opuestos?

Sin embargo — y mientras comenta cómo le llama la atención la contradicción entre artistas que “necesitan dinero para sobrevivir pero quieren destrozar el capitalismo”— Servais aún no ha contestado algo clave: qué importancia le asigna al mercado más allá de su interés respecto al dinero, y por qué la pintura sigue sin formar parte de sus pasiones.

“El mercado no me interesa ni tiene la menor importancia para mí. Y cuando compro arte, intento tener una mirada lo más cercana posible a la sensibilidad local del lugar al que pertenezca el artista. No me coloco, ni aun cuando adquiero una pieza que es importante para una nación como México, en el lugar del colonizador. La pintura se está desvaneciendo, y honestamente vale más dinero que lo que a mí me interesa”, responde, tajante y con un deje de sarcasmo en el rostro. Sin embargo, estando en México –donde viaja tres veces por año— adquirió la pintura La Revolución de Fabian Chairez, obra que desato una tormenta de controversia por el estilo irreverente en que se retrata la masculinidad del mítico líder revolucionario Emiliano Zapata. Y agrega “Esta no es una pintura, es un evento”.

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