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Michel Franco: “Asumo que el público es más inteligente que yo”

El mexicano vuelve a la competición de la Mostra con ‘Sundown’, la historia de un hombre indiferente ante la vida

Tommaso Koch
Michel Franco, antes de la proyección de gala de 'Sundown'.
Michel Franco, antes de la proyección de gala de 'Sundown'.ETTORE FERRARI (EFE)

Hace un par de meses, Michel Franco volvió a ver su primer corto. Le entregaban un premio, en el festival de Huesca, y proyectaron Entre dos. El aplaudido director de 42 años se enfrentó así a su debut que realizó con 23. No pasó, sin embargo, vergüenza alguna. Al revés, cuenta que salió bastante airoso: “Me di cuenta de que me parezco mucho, que no he cambiado mi voz”. Todo un orgullo para un cineasta que lleva dos décadas huyendo de lo obvio.

Franco es distinto, tal vez extraño, a menudo polémico. El año pasado, cuando presentó su filme Nuevo orden, que imaginaba una salvaje revolución de los indígenas en México, en Venecia hubo opiniones enfrentadas. “Me preocuparía mucho provocar solo amor. Sería el momento de retirarse. El cine que gusta a todos gana el Oscar y luego se olvida”, sonríe él, de vuelta este año en el certamen italiano con Sundown. El nuevo filme, en competición oficial, sigue a un hombre que se arrastra por la vida, indiferente a todo.

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Su apatía no ha contagiado a la crítica, que oscila entre la adoración de The Guardian y las serias dudas de The Hollywood Reporter. Lo cierto es que la dejadez del personaje, interpretado por Tim Roth, intriga al público que busca una explicación. ¿Por qué el tipo inventaría una burda excusa para quedarse solo en Acapulco cuando su familia viaja de vuelta a Londres? Sin embargo, la película también sufre por la inacción de su protagonista. Y por el elevado listón de ambición y valentía que ha encumbrado otros trabajos del director.

“Escribí este filme antes que Nuevo orden, en medio de una crisis personal, resultado de malas decisiones”, relata el mexicano. En ese guion, que en 10 días estuvo listo, volcó algunos ingredientes habituales. Ante todo, la obsesión por la muerte: dice Franco que la sufre “desde los 11 años”, a raíz de un duelo familiar, y que se nota en toda su filmografía, de Después de Lucía a Chronic. También la violencia en México, “la cotidianeidad de los asesinatos”. Y, además, la propia Acapulco. Después de ir visitarla cada año en su juventud, el cineasta llevaba una década sin pisar la ciudad. El regreso, incluido un desagradable enfrentamiento con la policía, no resultó idílico. De ahí que, una vez más, meta el dedo en las llagas de su país.

“Mis 42 años los he pasado aquí. Es mi lugar y donde más puedo hacer mi estudio cinematográfico. Cuando quieres de verdad a alguien, también lo criticas”, agrega Franco. Aunque el creador experimentó con un nuevo método de trabajo: muchos actores no profesionales, poca preparación y una filmación tan “espontánea como difícil”. Agrega: “Rodé con mucha libertad. No obtuve respuestas a mis preguntas, pero sí encontré algo de paz”.

Su cine no busca treguas, sino agitación de conciencias. “Asumo que el público es más inteligente que yo. Hago películas con contradicciones, lanzo preguntas. Dar lecciones en un filme es insoportable, ese cine envejece muy rápido”, sostiene. Por eso, siempre escribe y produce sus propias obras y dice que no puede “entender” a los directores que no lo hagan. “El reto principal es conservar la idea inicial de cada proyecto y que la obra terminada refleje lo que nació dos o seis años antes. Prefiero asumir yo toda la responsabilidad”, defiende. Y asegura que la fórmula le ha dado premios en varios festivales, pero también cierto éxito de taquilla. Independencia y venta de entradas, para él, no están reñidos: “Ciertos autores escogen cargar con esa etiqueta, pero se la ponen ellos solitos”. Tal vez, aparte de su cine, alguien se moleste con sus palabras. Pero, en eso, el director se parece a su último personaje: no puede importarle menos.

En la carrera por el León

Ana Lily Amirpour también se ha demostrado como una cineasta dispuesta a ir por su propio camino. Y con un gran talento para crear mundos: primero, un “espagueti wéstern iraní sobre vampiros”, como definió su debut, Una chica vuelve sola a casa de noche, de 2014. Luego, una distopía entre caníbales y gurúes en The Bad Batch, que obtuvo el premio especial del jurado de Venecia en 2016.

Su filmografía se vuelve ahora aún más inclasificable gracias a Mona Lisa and the Blood Moon, en competición oficial. A priori, es el retrato de una joven con poderes sobrenaturales que logra huir de un psiquiátrico. Pero, además, en la pantalla se muestra una orgía de colores, música y personajes extraños. “¿Por qué?”, pregunta la protagonista cada vez que algo no le cuadra. El filme parece referirse a los muchos delirios de la sociedad. “Es una niña, y una bestia y un monstruo. Esta es la libertad”, dijo la directora anglo-iraní. Fascinante, como siempre. Aunque, esta vez, algo menos sorprendente.

Directamente canónico resulta Las ilusiones perdidas, de Xavier Giannoli, el otro filme en la carrera por el León de Oro, que se verá en España en marzo de 2022. Para adaptar el clásico homónimo de Honoré de Balzac, el director elige una vía igual de tradicional: todo está en su sitio, filmado y narrado como siempre se ha hecho. Con una voz en off y en orden cronológico, cuenta el periplo de un joven poeta que deja el campo para llegar a París, dispuesto a comerse la capital. Acabará devorado por el mundillo editorial, el lujo y las tentaciones. La película habla también, para Giannoli, del momento en que “la influencia de la prensa se convierte en poder”. Aunque, al contrario que su protagonista, el filme evita cualquier riesgo. Así, está claro que no hay manera de fallar. Pero tampoco de ganar.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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