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La biblioteca quemada revive

El ataque a un centro de intercambio de libros en Ciudad Rodrigo desata una ola de solidaridad literaria

Bibliocaseta quemada en Ciudad Rodrígo
Bibliocaseta quemada en Ciudad Rodrígo
Juan Navarro

Jamás unos pocos metros cuadrados alojaron tantos sueños en Ciudad Rodrigo (Salamanca, 12.500 habitantes). Una pequeña caseta con paredes de ladrillo y llena de libros en el centro del pueblo servía como refugio compartido para los amantes de la lectura, que acudían a esta biblioteca autogestionada para coger y dejar libros. Hasta que llegó un fuego intencionado. En la madrugada del 23 de julio comenzó a arder, y pronto el millar de ejemplares que albergaba se convirtieron en ceniza y humo negro. Las llamas también quemaron los ánimos de los miembros del centro social Aldea, que administra estas estanterías. Pero una inesperada ola de solidaridad los ha abrumado con miles de ofrecimientos para que la literatura retorne a las baldas.

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La gran activadora de semejante reacción, Virginia Mota, 40 años, sigue sorprendida con los miles de correos electrónicos y contactos de autores y ciudadanos desconocidos que se ofrecen para mandar libros a Ciudad Rodrigo. Esta usuaria habitual de la biblioteca expuso en las redes sociales lo ocurrido y de inmediato surgió la solidaridad. “Cuando volví a casa ya eran cientos de personas queriendo ayudar ¡sin que nadie les hubiese pedido nada!”, se asombra Mota. Más allá de las llamadas de editoriales o firmas de renombre, agradeció especialmente que una persona ofreciera un libro que “había sido de su madre y con el que tenía un vínculo especial”. “Imagina el valor que tuvo eso para mí…”, suspira la mujer.

Cualquiera habría dicho hace una semana, con las cenizas aún calientes, que el mayor problema consistiría en qué hacer con tanto libro prometido para Salamanca. Antonio Pérez-Solórzano, de 55 años, presidente del centro social Aldea, destaca que ahora toca coordinarse con tantos donantes y que la prioridad pasa por restaurar el espacio, con el Ayuntamiento ya implicado en el asunto, y atender a todos aquellos que se han interesado. “Hay mensajes del mundo de la cultura, autores, editoriales, bibliotecas, instituciones públicas, incluso del Ministerio de Cultura”, enumera Pérez-Solórzano, que alaba también a los “ciudadanos horrorizados y que escribían mensajes verdaderamente conmovedores”.

No ha sido el primer ataque que sufre la biblioteca. El proyecto nació en 2012 para satisfacer las demandas de actividades culturales y divulgación, tanto mediante libros como con presentaciones, actividades de teatro, exposiciones o cursos. La gente se implicó y pronto comenzó a funcionar el intercambio de ejemplares mediante donaciones autosuficientes, sin controles ni prisas para los lectores. Esta primera biblioteca funcionaba en las instalaciones del centro social, pero su éxito llevó a que pronto se necesitara ampliar el espacio. Así una humilde pero eficaz caseta de ladrillo abandonada, antaño un quiosco, que se convirtió en hogar para los libros en marzo de 2016. Pocos días después sufrieron la primera agresión, aunque solo fueron unos daños en el inmueble y algunos tomos calcinados que pronto se repusieron gracias a la ayuda popular. Entonces Ciudad Rodrigo respondió, pero ni siquiera ese buen precedente sirvió para presagiar el cariño que iban a recibir posteriormente tras el incendio intencionado.

Ni entonces ni ahora se ha conseguido aclarar quiénes han sido los causantes de los hechos pese a ubicarse cerca de las sedes de la Policía y de la Guardia Civil.

La respuesta social ha permitido que Virginia Mota reencuentre su fe en la humanidad. “Ha sido un golpe bueno de realidad en muchos sentidos”, resalta. “Lo más importante es que me ha vuelto a demostrar que seríamos capaces de hacer y solucionar cualquier cosa si lo hiciésemos entre todos”. Ella ha tenido “la suerte de poder vivirlo” con este episodio concreto, en el que lo único malo, bromea, es que se le haya bloqueado su cuenta de Twitter tras tanta difusión. Lo bueno, que la lectura pronto regresará a esa modesta bibliocaseta de Ciudad Rodrigo.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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