La frontera vigilada que separaba a suevos de visigodos en la península Ibérica
Los arqueólogos reconstruyen el límite defensivo levantado por ambos pueblos germánicos en el siglo V para evitar invasiones o saqueos mutuos
En el siglo V, en la esquina noroeste de la Península, se estableció un grupo suevo, una población de origen germánico que creó su propio reino aprovechando la descomposición del Imperio Romano. Pero la irrupción en el año 427 de los visigodos en Hispania, quienes terminarían derrotándolos después de 170 años, originó entre ambos reinos una frontera, o limes, de 275 kilómetros de longitud, que se estableció entre el valle del río Esla (Zamora) y el del Sabor (Portugal), y que aprovechó las estructuras hispanorromanas existentes.
Ahora, el estudio Fortificaciones tardoantiguas en la frontera entre suevos y visigodos, escrito por el arqueólogo José Carlos Sastre Blanco y publicado por el Institut Català d’Arqueologia Clàssica, reconstruye aquella línea defensiva ―o de convivencia― y da cuenta de los últimos descubrimientos realizados en esas ciudades fortificadas, entre ellas la de El Castillón (Santa Eulalia de Tábara, Zamora), levantada por los suevos, con una muralla de ocho metros de altura y cinco de ancho, dos grandes edificios habitables, áreas de almacenamiento de ganadería y cereales, así como una importante área metalúrgica destinada al procesado del mineral del hierro. “Estos hallazgos convierten este enclave en un referente para las investigaciones sobre la antigüedad tardía en la península Ibérica”, explica Sastre, miembro de la asociación Científico-Cultural Zamora Protohistórica.
“Las últimas investigaciones arqueológicas que se han llevado a cabo en algunos yacimientos como El Castillón o la Quinta de Crestelos (Mogadouro, Portugal)”, afirma el arqueólogo, “unidas a la información ya existente, permiten tener una visión más amplia sobre el periodo tardoantiguo en esta zona y conocer cómo los hechos históricos y políticos afectaron a estos poblados, así como su configuración en relación con los dos grandes reinos que ocupaban en aquel momento la península Ibérica, y muy especialmente en lo que se refiere a la economía, el comercio y la sociedad en esta zona”.
Los asentamientos se alzaban en lugares elevados para controlar fácilmente los vados y las comunicaciones. Estaban vinculados a las élites locales suevas, pero muy alejadas de los centros de poder de godos y suevos ―Braga, Toledo, Lugo o Astorga―, lo que les confería cierta autonomía.
Estos castra o castella de frontera “presentan rasgos que indican una cierta función militar y de control del territorio en el momento en que el espacio es escenario de disputa entre ambos reinos”. Su número es abundante, “especialmente en las zonas más montañosas del noroeste y en los vados de los ríos Esla y Sabor, donde existen numerosos casos de reocupación durante este periodo de antiguos poblados protohistóricos”: Castro de los Fresnos (Nuez de Aliste), Cerro del Castillo (Almaraz de Duero), Dehesa de Morales-Brigecio (Fuentes de Ropel), El Castro (San Pedro de la Viña), Virgen de la Encina (Abraveses de Tera), El Castillón (Riego del Camino), El Castrico (Abejera), Castrotorafe (San Cebrián de Castro) o Sao João das Arribes (Miranda do Douro), entre otros”.
El poblado de El Castillón, el último excavado, era uno de los principales por su emplazamiento y facilidad para controlar los recursos naturales, el comercio y la economía. Mantenía relaciones comerciales con otros, al tiempo que una importante actividad ganadera y agrícola, tal y como confirman los análisis arqueozoológicos llevados a cabo por la Universidad de Salamanca y el CSIC. Se alzaba sobre un importante farallón que le dotaba, por el este, de un gran carácter defensivo. Sin embargo, por el oeste se vio obligado a levantar elementos protectores imponentes. Los arqueólogos han detectado una muralla perimetral construida con grandes bloques de cuarcita que, en su parte oeste, alcanza hasta los cinco metros de anchura y los ocho de alto. Fue construida a finales del siglo V d. C. y perduró hasta el VI. Contaba con una segunda línea de defensa que iba paralela a la primera.
En la zona oeste del poblado se han descrito también “estructuras habitacionales que se adosan a la muralla principal”. Una de ellas se ha identificado como una posible casamata destinada a almacenar productos y animales o, incluso, tropas. También se ha localizado una vivienda con ocho habitaciones, construida en la segunda mitad del siglo V, pero que fue destruida por un incendio. En su interior se ha recuperado gran cantidad de restos de ovejas, cabras, aves, cerdos, ciervos y roedores.
El almacén central fue destruido por un fuego en el siglo V, pero fue reconstruido. A esta segunda fase pertenecen los restos de un animal caprino enterrado en el suelo y que se cubrió con lajas de pizarra. “Este enterramiento responde a algún tipo de ritual cuyo objetivo desconocemos, pero muy significativo cuándo se produce, justo después de que acontezca el mencionado incendio, y justo en el momento de crear el nuevo espacio funcional”, dice Sastre. Se trataría de un enterramiento ritual, como otros que se han podido identificar en determinados yacimientos del Reino Unido.
En la vivienda del área se han localizado unos niveles de ocupación relacionados con el almacenamiento de grandes cantidades de cereales, especialmente trigo común. Este cereal se habría utilizado para la alimentación de las gentes de este poblado, así como para la siembra y actividades comerciales. Asociado a él se han recuperado cerámicas de almacenamiento, lo cual muestra la gran importancia agrícola del poblado. Los expertos han hallado también tres puntas de flecha de hierro que podrían tener tanto un carácter cinegético como bélico, así como cinco garras de oso.
A partir del siglo V, estos asentamientos fortificados terminaron convirtiéndose en sedes de la aristocracia local, que cobraba tributos y repartía cereales en caso de hambruna. “En muchos de estos lugares”, sostiene Sastre, “la construcción de las murallas originales suele producirse en la primera mitad del siglo V, lo que podría responder a una necesidad de defensa frente a algún tipo de amenaza continua para las poblaciones”, fundamentalmente bandidaje u otros castella cercanos.
En el caso de El Castillón, el amurallamiento se mantuvo estable desde finales del siglo V hasta su abandono en el VI. “Las reestructuraciones que se aprecian en la zona norte de la muralla parecen corresponderse con reparaciones propias del paso del tiempo y la pérdida de estabilidad de las estructuras, nunca asociadas a un acontecimiento de carácter bélico”. Es decir, sus imponentes defensas disuadieron a sus enemigos de atacarlo. Pero aún se desconoce por qué lo abandonaron.
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