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EL FARO DEL FIN DEL MUNDO
Columna
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“¡Te maldigo Barón Rojo!”

La curiosa historia de cómo llegaron a cruzarse los destinos de Snoopy y el as de caza de la I Guerra Mundial Manfred von Richthofen

Jacinto Antón
Una imagen de la exposición sobre Snoopy y el Barón Rojo del Charles M. Schulz Museum de Santa Rosa, California.
Una imagen de la exposición sobre Snoopy y el Barón Rojo del Charles M. Schulz Museum de Santa Rosa, California.

Al muy pijo “¡Te lo juro por Snoopy!”, tan en boga en los años ochenta, siempre he preferido lo de “¡Te maldigo, Barón Rojo!” (originalmente “¡Curse you, Red Baron!”), el grito de batalla del simpático perro de raza beagle creado por Charles M. Schulz cuando va caracterizado de piloto aliado de la I Guerra Mundial. Desde la infancia me fascina el alter ego de Snoopy como aviador, que me parece de lo mejorcito de las tiras de Peanuts junto a Peppermint Patty —mi debilidad— y otro de los avatares del can: el de Beau Snoopy, conspicuo sargento mayor de la Legión Extranjera, con el quepis y la cogotera marchando a través de un desierto de mentirijillas rumbo al fuerte Zinderneuf, a veces con el pajarillo Woodstock en el papel de minúsculo camarada legionnaire.

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En las historietas en que hacía de aviador del Royal Flying Corps, ataviado con los preceptivos gorro, antiparras y bufanda (por lo demás a pelo) y surrealistamente encaramado en su caseta perruna que pretendía ser un clásico caza británico Sopwith Camel, Snoopy vivía obsesionado con el Barón Rojo, el as de caza alemán Manfred von Richthofen (1892-1918), su némesis. De los encuentros más o menos imaginarios con el famoso piloto (que nunca aparecía en las viñetas) el perrito aviador salía indefectiblemente derrotado, aunque resuelto a seguir peleando (“¡algún día te cazaré, Barón Rojo!”), con su caseta/aeroplano acribillada por las ametralladoras del Fokker triplano rojo de su archienemigo.

Manfred von Richthofen, el Barón Rojo.
Manfred von Richthofen, el Barón Rojo.

De esta forma tan rara, de la mano de un perro dibujado que daba un sentido nuevo al término dogfight (combate aéreo), algunos nos adentramos en la leyenda y la realidad de uno de los personajes emblemáticos de la Gran Guerra (Richthofen, no Snoopy). Hace ya años que sabemos que pese al mito de su caballerosidad el barón aéreo era un verdadero depredador, un verdadero cabronazo, si me permiten, un tipo sin demasiados escrúpulos —a menudo aterrizaba junto a los aparatos que derribaba para observar profesionalmente a los aviadores que había matado y obtener un trozo de sus aviones como trofeo— que trasladó al cielo y a la guerra su fría pasión por la caza. Snoopy ya intuyó esa falta de calidad moral del as, que uno de sus rivales reales sintetizó con un sentido “el Barón Rojo era una mierda”. Dado el eterno debate de si a Richthofen lo derribó sobre el Somme la infantería australiana o el piloto canadiense Roy Brown (¿pariente de Charlie Brown?), ¿por qué no imaginar que finalmente lo abatió Snoopy?

Recientemente ha caído en mis manos Snoopy y el Barón Rojo, un pequeño y precioso álbum de Ediciones Kraken que recoge una amplia selección de tiras de Schulz en las que el perro aparece como piloto. Son 126 páginas de historietas, la primera la del debú de nuestro pequeño aviador canino, el domingo 10 de octubre de 1965, la última del 23 de diciembre de 1997. En la mayoría de los casos le vemos despidiéndose del personal de tierra (Woodstock) y volando sobre Verdún, Fort Douaumont, Cambrai, con gesto decidido en pos del Barón Rojo. Pero, pese a su coraje y sus Vickers dobles, Richthofen se coloca siempre a su cola (!) y lo derriba. Algunas aventuras transcurren con Snoopy tras las líneas enemigas tratando de regresar por tierra de nadie a su aeródromo de Pont-à-Mousson o Boulogne, relacionándose fantasiosamente en el camino con chicas francesas que no pueden resistirse a los encantos del raro piloto aliado. En otras viñetas le vemos de permiso en París, obligado a lavar platos por perder tantos Sopwith Camel, lanzando otra de sus expresiones favoritas (“¡ratas!”), disfrazado del Káiser con pickelhaube y bigote postizo, preso en una cárcel alemana, confundiendo a Lucy con una fraulien (“¡Muérete, beagle estúpido!”), llevando a cenar a Marcia a un café y pidiendo zarzaparrilla…

Cartel anunciador de la exposición sobre Snoopy y el Barón Rojo.
Cartel anunciador de la exposición sobre Snoopy y el Barón Rojo.

La realidad, como muestra un libro que es la antítesis del álbum de Snoopy, Under the Guns of the Red Baron (editorial Caxton), es mucho más dura. El volumen explica una por una todas las victorias (80) de Von Richthofen, y pone rostro a las víctimas del as. El Barón Rojo mató con sus disparos o al estrellarse los aviones que derribó a un total de 84 aviadores enemigos (varios de los aeroplanos llevaban dos tripulantes, piloto y observador). Algunos eran novatos que manejaban peores aparatos y no tuvieron nada que hacer ante Richthofen, pero también había veteranos como el mayor Lanoe Hawker, un héroe nacional con siete derribos y poseedor de la Victoria Cross (el barón, que tenía también medalla exclusiva, la preciada Pour le Mérite, el Blue Max, le metió una bala en la cabeza). Entre las víctimas de Richthofen, tres de 18 años, Keith McKenzie, Alfred Beebee y Donald Cameron. Muchas de las muertes fueron especialmente horribles: los aviadores abrasados en sus aparatos o hechos pedazos en el suelo al estrellarse. El reverso real de las simpáticas aventuras de Snoopy en su caseta volante.

Schulz conocía la realidad del combate. Había servido como sargento en la II Guerra Mundial en Europa en la 20 ª División Blindada, aunque en la única oportunidad que tuvo de emplear su ametralladora del calibre 50 se olvidó de cargarla. ¿Cómo se le ocurrió convertir a Snoopy en piloto de caza de la Gran Guerra? Me lo ha explicado Stephanie King, del Charles M. Schulz Museum & Research Center de Santa Rosa, California, museo que tiene precisamente una exposición itinerante titulada Snoopy and the Red Baron dedicada al aviador canino, su historia y sus orígenes —la exhibición tiene su próxima cita en noviembre en el Arlington Heights Memorial Library, en Illinois, por si a alguien le pilla cerca—. A cambio, he tratado de explicarle yo a Stephanie el significado de la expresión “te lo juro por Snoopy”, pero no sé si lo he conseguido.

Un muñeco de Snoopy en su Sopwith Camel en la exposición.
Un muñeco de Snoopy en su Sopwith Camel en la exposición.

La idea de dibujar al perrito como piloto la tuvo Schulz al ver a su hijo mayor, Montes, ensamblar maquetas de aviones de la I Guerra Mundial. Le dibujó en broma a Snoopy un gorro de aviador y ahí empezó todo. Influyeron también diferentes conmemoraciones del aniversario de la contienda en los años sesenta y películas como The Dawn Patrol, con Errol Flynn. Cuando vio cómo le quedaban las antiparras a Snoopy, Schulz comprendió que había dado con algo “muy bueno”, de gran potencial, y dejó volar la imaginación (y a Snoopy). El dibujante quiso siempre rodear de autenticidad las aventuras aéreas del personaje. Le encantaba el caza británico emblemático: “Sopwith Camel, ¿se puede imaginar un nombre más divertido para un aeroplano?” (lo de camello era por el abultamiento para proteger las ametralladoras).

En última instancia, el Barón Rojo, el mayor as de la I Guerra Mundial, el terrible cazador, cayó cazado, mientras que el pequeño, imaginativo, tozudo, romántico y valiente perrito sigue volando en los eternos cielos de papel de las tiras. Te admiro, te lo juro Snoopy.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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