Carlos Manuel Álvarez: “La nostalgia es un sentimiento paralizante y reaccionario”
El escritor y periodista, joven talento de las letras en español, publica su segunda novela, ‘Falsa guerra’, un retrato coral del exilio cubano contemporáneo que rompe con patrones románticos como patria o casa
Cuando Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 32 años) salió primera vez a vivir fuera de su país se dio cuenta de que no solo cambiaba la geografía, también estaba dando un salto en el tiempo. La misma sensación atraviesa a los personajes de su segunda novela, Falsa guerra (publicada por Sexto Piso y disponible en las librerías de España desde este sábado), un retrato polifónico del exilio cubano contemporáneo donde todos, como se dice en el texto, parecen “dibujados en un papel al que le habían prendido fuego por una esquina”.
Por la colmena de personajes aparecen, por ejemplo, un barbero de un barrio lumpen, una psicóloga infantil, dos cazarrecompensas o una pareja de programadores informáticos con un BMW y un chalé en la playa. Todos perfilados a golpe de elipsis para potenciar una especie de abatimiento crónico o desubicación metafísica.
“Puede que sea una novela melancólica, con personajes que arrastran una cierta idea de tristeza, pero no de nostalgia. La nostalgia es un sentimiento paralizante y bastante reaccionario” cuenta el autor por videollamada desde Miami, uno de los escenarios del entramado de historias, junto a Ciudad de México, París, Nueva York o Berlin.
“La libertad es un asunto que tiene que ver con el lugar del que vienes. En un lugar que no se parece a tu lugar de origen vas sentirte mas libre”, dice uno de los personajes al que parece que le han ido bien las cosas. “No perteneces a un lugar hasta que lo desprecias”, responde otro que acaba de llegar.
Pregunta. ¿Está de acuerdo con las afirmaciones de sus personajes?
Respuesta. La idea de exilio que me interesa viene de un párrafo de Viaje al fin de la noche, de Celine. El exiliado es el que sale de un lugar y un tiempo y todavía no ha caído en el otro. Como un especie de limbo en el que estás desamarrado completamente. Celine lo ve como un momento lúcido en el que las costumbres de un sitio te soltaron y las del otro no te han agarrado todavía. Un momento definitorio porque es donde menos anestesiado va a estar el sujeto. En esta brecha me interesaba pensar la novela.
Tanto el nudo y como la estructura de Falsa Guerra tiene una correspondencia con la vida de Álvarez durante el momento que la escribía. En el 2015 se mudó a Ciudad de México y tres años más tarde comenzó a trabajar en la novela mientras saltaba de Nueva York a Miami, de Europa a Ciudad de Mexico. “Me voy quedando en casas de amigos por espacios cortos de tiempo y eso se ve reflejado en la novela. Fue escrita de modo disperso, a salto de mata”.
Mirando hacia atrás identifica también una relación vital con su primera novela, Los caídos (2018), la claustrofóbica historia de una familia cubana, redactada todavía durante su etapa en la isla. Desde antes de su debut, Álvarez no ha parado de cosechar elogios y premios como uno de los jóvenes talentos en lengua española: en 2017 fue incluido en la lista Bogotá39 y este mismo año ha sido seleccionado por la lista de la revista británica Granta. Fundador de un medio independiente en Cuba, El estornudo, es además colaborador habitual de El PAÍS, The New York Times o The Washington Post.
Pese a vivir fuera de su país, nunca ha estado desconectado de la realidad cubana. En noviembre del año pasado volvió a La Habana para unirse a una red de activistas que hizo una huelga de hambre para exigir la liberación de un músico, respondida con dureza por el castrismo. Volvió también para rematar la novela y amputarle pedazos en busca de los sugerentes huecos por los que se pierden los personajes. “Para ese nivel de minuciosidad y concentración necesitaba un paréntesis. Y Cuba es un sitio donde el tiempo tiene otra envergadura, otro grosor”.
La novela también regresa a Cuba como hipótesis para rellenar ese sentido que parece escaparse. “Todas esas elipsis lo que esconden dentro quizá es el significante Cuba, que a su vez es un gran vacío”. Álvarez incluso devuelve a uno de sus exiliados −dibujado como un disidente arribista− a La Habana, una ciudad “de muchas tristezas sueltas”. Un lugar donde todo el mundo se queja. Pero, “¿Quién escucha? La respuesta era una y la sabemos: nadie”. No hay nostalgia ni tampoco héroes que regresan a casa en Falsa Guerra. Hay sobre todo absurdo, paradoja y una necesidad compulsiva de encontrar sentido en medio de un nuevo mapa de afectos.
Para ilustrar la nuez del libro y de su propia condición de exiliado cubano, Álvarez recurre a otra cita, esta vez de la novela Sed de amor, de Yukio Mishima. “En el momento en el que un león cautivo se escapa de la jaula posee un mundo más amplio que el león que solo ha conocido la selva. Mientras estaba en cautividad solo había dos mundos para él: el mundo de la jaula y el de fuera de la jaula. Ahora el tigre ruge, ataca a la gente, se la come. Sin embargo no está satisfecho porque no hay un tercer mundo además del de la jaula y el de afuera de la jaula”.
R. Yo creo que eso es lo que le pasa a los personajes. Vienes del mundo comunista y caes en el mundo neoliberal. Hay una insatisfacción porque se supone que llegas al mundo teóricamente libre y tienes que sentirte ya satisfecho. Eres libre: ruges, te comes a la gente. Es un mensaje muy neoliberal. Y con eso deberías estar satisfecho.
A nivel ontológico, no es lo mismo marcharte de Cuba que de España o México
P. Pero los personajes no encajan en ninguno de los dos.
R. Esa brecha me da la posibilidad de establecer un salto histórico, geográfico y de modelo político muy grande. Porque Cuba, el mundo de la jaula, lleva 40 años de retraso. A nivel ontológico, no es lo mismo marcharte de Cuba que de España o México. Nos estamos moviendo también en el tiempo.
P. ¿Esa es una diferencia con el fenómeno del exilio cubano de décadas atrás?
R. Hoy no es el mismo que en los años sesenta o en los setenta. Sales del socialismo real y ya no caes en el mundo estructurado de la Guerra Fría, sino en el mundo neoliberal. El exilio que cuenta esta novela me parece que no está siquiera tipificado todavía. Los que salimos ya no estamos anclados al exilio histórico, a sus estamentos, a su manera de entender lo que dejaron atrás. Hay mucha gente de mi generación que ya no está pagando estos peajes ni estas deudas sentimentales a conceptos como patria, país o casa.
P. No hay nostalgia.
R. Tú no estableces una pertenencia con el lugar del que vienes. Mi generación trabaja desde los 15 años para irse de Cuba. Ese exilio brusco provocado por una fuerza violenta que te obliga a irte ya no existe. Nosotros nacemos ya con la condición de exiliados, de que hay que irse. Es algo completamente natural.
P. La novela habla incluso de la condición de exiliado del propio exilio. Y de una identificación entre la fragmentación y el abandono de los grandes relatos de la literatura posmoderna con la noción contemporánea del exilio cubano.
R. Creo que, para alcanzar un verdadero reconocimiento de quiénes somos, cuál es nuestro tiempo histórico y qué se puede hacer en él, hay que despojarse de esas cláusulas que son de otras generaciones. El exilio funciona como una especie de Estado. En un país donde el exilio se ha mantenido durante tantas décadas, de algún modo se llega a naturalizar. Más que una excepción se ha convertido en una costumbre o un lugar de llegada. Pero ese lugar de llegada va a imponerte ciertas reglas, ciertos criterios políticos, ciertas maneras de explicar por qué saliste. Entonces hay que exiliarse también de esa otra patria para entenderte de manera genuina.
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