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TIPO DE LETRA
Columna
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Memoria del genocidio

Hace cien años se celebró en Alemania el juicio que terminaría alumbrando un delito que revolucionó la justicia universal. Philippe Sands y Robert Guediguian lo reflejaron en un libro y una película respectivamente

Manifestación de armenios en París
Manifestación de armenios en París mientras se debatía la ley para considerar delito la negación del genocidio de su pueblo por los turcos.
Javier Rodríguez Marcos

Ahora que hay gente que se pasea por Madrid echando la culpa a los judíos y que el Gobierno polaco persigue a los historiadores que no le gustan, conviene recordar que hace cien años tuvo lugar un juicio que terminaría, indirectamente, universalizando la justicia. El director francés Robert Guédiguian estrenó en 2015 una película que empieza con ese juicio. Puede verse en Filmin, se titula Una historia de locos y, antes de viajar a la actualidad, se detiene en el Berlín de 1921. Allí se juzgó a un joven armenio por el asesinato en Alemania de un exministro turco. El acusado quedó absuelto porque su abogado argumentó que el mandatario había ordenado el asesinato masivo de los armenios de Erzurum, entre ellos, la familia de su verdugo.

Aquel veredicto impactó a un estudiante polaco de Derecho llamado Raphael Lemkin, al que no le convencía que el asesino hubiera actuado como “autoproclamado representante legal de la humanidad” pero le molestaba sobremanera que la carnicería contra los armenios quedara impune. Por eso dedicó su vida a defender la inclusión de un nuevo delito en el ordenamiento internacional: el genocidio. Lemkin, judío, logró huir de los nazis antes de que entraran a sangre y fuego en Lwów (actual Ucrania). Su familia no tuvo la misma suerte. Tampoco la de su vecino Hersch Lauterpacht, polaco, judío, superviviente y defensor de tipificar otro delito que ahora parece haber existido siempre pero que no tiene ni un siglo: el de crímenes contra la humanidad.

Ambos son los protagonistas del libro Calle Este-Oeste (Anagrama, 2017), firmado por el jurista y escritor británico Philippe Sands, de actualidad estos días por la publicación en el mismo sello y de manos del mismo traductor ―Francisco José Ramos Mena― de Ruta de escape, una particular continuación de aquel primer título. Nieto de otro superviviente de Lwów, Sands nos permite asistir en Calle Este-Oeste a los juicios de Núremberg y a los movimientos de Lemkin y Lauterpacht para que la sentencia que condenó a los jerarcas nazis recogiese sus respectivas ideas. Y lo hace sin ahorrarnos la parte menos luminosa. Por un lado, el desacuerdo entre ambos: la apelación identitaria del delito de genocidio acuñado por Lemkin no gustaba a su colega, defensor del carácter individual de los derechos. Por otro, las mezquindades cotidianas de Lauterpacht: al gran defensor de los derechos individuales le irritaba que su madre se pintase las uñas o que su esposa prescindiese del moño y se cortase el pelo.

Sands, además, explica el “reto” que un delito como el genocidio supone para el derecho internacional: “Por una parte, se mata a personas por el mero hecho de ser miembros de un determinado grupo; por otra, el reconocimiento de este hecho tiende a hacer más probable la posibilidad de conflicto entre grupos al reforzar la percepción de identidad grupal”. Consciente de ello, Guédiguian, marsellés de padre armenio y madre alemana, incluyó una dedicatoria al final de su película: “A mis camaradas turcos, en honor a nuestras luchas comunes”.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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