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Alberto Corazón
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alberto Corazón, artista conceptual en posición excéntrica

Su trabajo se centraba en la condición social de la imagen en la época de la sociedad de consumo

Alberto Corazón, en Madrid a principios de 1999.
Alberto Corazón, en Madrid a principios de 1999.Cristóbal Manuel

En el otoño de 1971 la Galería Redor de Madrid presentó una exposición titulada Leer la imagen I. El espacio estaba ocupado por unos vinilos transparentes colgados del techo en los que se reproducían fotografías de guerrilleros latinoamericanos recién ejecutados. Las fotografías procedían de la prensa. No se podían contemplar con comodidad: el espectador tenía que deslizarse entre los vinilos, mezclarse con las imágenes ásperas y fantasmagóricas que llenaban la sala. Si por un lado le resultaban familiares, ahora le asaltaban y le incomodaban. Cuestionaban su condición de espectador. Cuestionar el mundo como espectáculo, desmontar los roles prescritos por las reglas de la nueva sociedad de consumo; ese era el verdadero propósito de la exposición: “leer” la imagen, no “contemplarla”.

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Su autor, Alberto Corazón, era un conocido diseñador gráfico. Esta era su primera incursión pública en el ámbito de la creación artística. La fecha, 1971, es significativa. Era la época de la aparición y ascenso del arte conceptual. El núcleo más importante de la nueva tendencia había aparecido en Cataluña en 1969, sus primeras manifestaciones madrileñas pudieron verse en 1970 y 1971, y en 1972 el conceptualismo se había convertido en la tendencia dominante de los Encuentros de Pamplona.

A lo largo de la década Alberto Corazón estuvo activamente inmerso en el nuevo movimiento, aunque ocupando, en él, una posición excéntrica. La gran mayoría de los artistas conceptuales se regían por dos principios básicos: 1) el deseo de reforzar la posición del artista, ampliando la panoplia de sus medios de expresión, más allá de las disciplinas tradicionales de la pintura, la escultura y la música, y 2) una poética del absurdo, heredera de una tradición nihilista que se alimentaba del ejemplo de Duchamp. Corazón no se sometió a ninguno de estos dos principios. Afín al pensamiento neomarxista de la época, su trabajo se centraba en la condición social de la imagen en la época de la sociedad de consumo. No tanto para lamentarse nostálgicamente de su “pérdida de aura”, como para tratar de desmontar su instrumentalización al servicio del poder económico.

Tras la muerte de Franco, el panorama artístico español cambió profundamente. Las posiciones teóricas de los años 70, incluyendo las de los artistas conceptuales, se fueron diluyendo y Alberto Corazón abandonó la creación artística pura para volver a su profesión de diseñador gráfico. (Temporalmente, pero esa es otra historia).

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