Para tejer la compasión

En estos poemas, Chantal Maillard profundiza en su libro en prosa ‘La compasión difícil’, que se transmuta en otra reveladora forma expresiva

24 abr 2020 - 20:37CEST

La naturaleza tramadamente recurrente de la escritura de Chantal Maillard se descubre clara en Medea: un libro anterior en prosa se transpone a una secuencia poética, se transmuta en otra reveladora forma expresiva, en un proceso creativo nuevo con materiales en ejercicio. Su fuente es La compasión difícil (2019), esencialmente su teatral última parte, ‘Conversaciones con Medea’. Pero esta Medea poemática, aun no naciendo ex nihilo, va más allá: a la herida original, al saber anterior al olvido asumido por una razón arrogante, al origen del hombre en su condición de animal en el orden natural de la existencia, pues sólo “El animal conoce las sendas” y sólo “El animal / vigila”. Un animal/humano inmerso en un consumista capitalismo emocional que juega con sus sentimientos más primarios, dando lugar a “Un hambre atroz y siempre renovada / siempre insatisfecha”.

En esta neogénesis capaz de regenerar nuevos tejidos, el punto de partida es un gesto que se hace universal, esa disposición mostrada por Lars von Trier en su versión televisiva del mito: la compasión pura de Mérmero, el hijo mayor de Medea, su cabeza apoyada en su madre cuando, tras ahorcar a su hermano pequeño, le tiende sobre el hombro la cuerda para que le mate. Una compasión que, alejada de la moral piadosa, de la culpa “que heredamos de los dioses”, de causas y motivos siempre personales, nos descubre la falta de inocencia de nuestra condición depredadora, pues “No hay generosidad / en el perdón sino desdén”. Todos somos víctimas y culpables. Bajo las reglas y cálculos sociales habremos de buscar la semilla de lo que realmente somos. Y eso nos propone el poema: “Penetra más abajo / desprovisto de historia. // No esperes / ni el perdón ni la gracia / pues en esos lugares / no hay culpa ni culpable”.

Es imposible dar cuenta de este radical y reflexivo poema, inaceptable para unos y revelador para otros, pues “Todo aquel que subvierte / la norma es peligroso”. Tanto como enseñarnos la necesidad de destejer nuestras historias personales para reencontrar “El animal en mí” y “Fuera de mí” que todos somos. Y mirar, en el corazón de la luz, el silencio.