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Adelanto

Confesiones sin piedad de un editor en España

Babelia ofrece una selección de la correspondencia de Salinas, en la que hace un repaso crítico de los grandes nombres de su época, de Cela a Sábato, pasando por Vargas Llosa o Carlos Barral

España contada a su familia. 1954

Queridos todos:

Qué difícil es el analizar mi reacción a todo esto, algo completamente inesperado; nada de lo que creía que iba a sentir he sentido. O sea que es totalmente diferente de la idea de España que nosotros nos hemos hecho en los EE UU o donde sea. No quiere decir esto que lo que he encontrado aquí me disgusta, ni muchísimo menos. Hay, claro, mucho, muchísimo malo, pero fundamentalmente lo que se ve es que esto es de uno y que por las buenas o por las malas es donde deberíamos acabar todos. La vida del exiliado es hoy en día una vida de lujo, un lujo que no nos podemos pasar, pues por poco, y es muy poco lo que aquí se puede hacer, hay que hacerlo, hay que venir a pasarla mal aquí.

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Planes para Seix Barral. 1957

El trabajo parece estar tan indefinido como siempre, lo que por supuesto es bueno. Hago todo tipo de cosas; he escrito cartas a personas famosas (cuánta envidia tendría Frank): Miller, Henry Green, McCuller. Mi secretaria es bastante agradable y bastante eficiente para una mujer española (¡soy el único hombre en mi sección!). He trabajado en algunos proyectos de publicidad para los nuevos libros infantiles y creo que estamos superando la resistencia de los papás y las mamás que prefieren a Walt Disney. Durante la última reunión del consejo editorial (de alguna manera he llegado a ser parte del mismo) pude convencerlos de dos o tres cosas. Es decir, en los libros de arte deberían centrarse en temas españoles, ya que no hay nada realmente bueno en ese campo, y olvidarse de tratar de imitar a Skira. En la colección que dirige Carlos, lo he convencido de dos cosas importantes. La publicación de obras de escritores (en algunos casos, clásicos) bien conocidos, cuyos escritos principales han sido traducidos al español pero cuyas obras menores son completamente desconocidas en este idioma. Por ejemplo, Portrait of the Artist as a Young Man de Joyce. Algunas de Chéjov. Valverde ha expresado su deseo de traducir The Years de Virginia Woolf. Posiblemente Salka Valka. La otra es que publicará dos volúmenes de poesía al año. Uno de los jóvenes poetas españoles (sus amigos) y el segundo (el que le convencí) de los poetas europeos y estadounidenses (en general, la palabra). Quiere comenzar con Gottfried Benn, Brecht y E. E. Cummings. Demasiados alemanes; me gustaría incorporar a algún chino si podemos encontrar un traductor. Los libros no serán traducidos por una sola persona, pero utilizaremos las traducciones existentes, cuando sean buenas, y pediremos a otras personas que traduzcan los que faltan. La idea no es mala, y ahora sólo tenemos que convencer a Víctor Seix: ¡sólo le interesa lo comercial!

Encuentro con Vargas Llosa, un escritor de 26 años. 1962.

Dimos en la editorial un cóctel en honor de Vargas Llosa, ganador del Premio Biblioteca Breve de este año y de Luis Martín Santos que había venido a dar unas conferencias a Barcelona sobre psicología y literatura. (…) Hablé mucho con Vargas Llosa, que es persona muy civilizada, mucho más civilizada y culta que los de aquí aunque sólo tenga veintiséis años. Es la primera vez que veo a alguien que le ponga unas banderillas a Jaimito [Gil de Biedma], banderillas muy bien puestas sin sangre y fuego. Su mujer es chilena, bastante mayor que él, y en un momento que nos quedamos en un rincón a solas empezó a contarme su vida y milagros. Naturalmente ella era en realidad la que había conseguido todo para su marido. Hubiera preferido que no me hubiese hablado así: es simpática, y ante su numerito de self-pity no sabía muy bien qué hacer. Pero estaba bastante bebidilla y quién resiste la oportunidad de hacer otro tanto con unas cuantas copas en el cuerpo.

Visita a Camilo José Cela. 1962.

El resto de mi estancia en Palma fue, más o menos, como yo me lo suponía. Una penosa cena con Cela que duró desde las diez de la noche hasta las cuatro de la madrugada, y que yo aguanté heroicamente tomándome en esas seis horas solamente un cognac y un whisky. Nunca le había encontrado tan bajo de forma, es decir, que su inmensa vanidad le lleva a decir las cosas más estúpidas, a contar las mentiras más transparentes y pueriles. Me divertí cogiéndole en sus trampas, dilatando sus mentiras; probaba a escabullirse como un ratón arrinconado. Al final casi me daba lástima, pero este sentimiento me duró muy poco ya que se empeñó, a eso de las dos, en enseñarme el último libro de dibujos de Picasso que ha hecho. Volví al hotel con el natural cansancio y me senté un rato en la terraza de mi habitación para mirar el paisaje, que me pareció en ese momento sumamente cursi. ¡Esa gran bahía, bordeada toda ella de lucecitas que se reflejaban en el mar!

Intrigas en el Premio Formentor. 1963

Ya estoy en pleno torbellino de historia preformentoriana, mejor dicho, precorfuiana. No sé lo que hago, ni a dónde voy o vengo. Mientras hablo por teléfono con Hamburgo firmo contratos de avión, luego paso a comprobar las fechas de copyright de libros, pruebo a determinar si el título de una novela húngara, que uno de los jurados me la da en un húngaro y el otro en alemán, es el de la misma obra; si un buen señor, que según una de las listas aparece como autor inglés y en otra como americano, es lo uno o lo otro. Todo eso entre bordado con las peticiones de Svensson «for a room with a nice view», o una carta de Weidenfeld que me dice que vendrá la «Duchess» de no sé qué. Salgo de la oficina con la impresión de que me he ido hundiendo más y más en la mierda. La falta de seriedad de toda esta gente no tiene límites; este año el premio parece que sea solamente una excusa para celebrar un acto social, para que Mme. Gallimard luzca sus galas y compare su indumentaria con la de Mrs. X. Vienen casi más periodistas y gente ajena a los premios que intelectuales. Las listas de los jurados están hechas con los pies. Los americanos, entre otros autores, proponen a Faulkner, mientras que el jurado español propone a una novelista catalana de ínfima calidad. Los ingleses se plantan y dicen que no ha habido ningún libro publicado en los tres últimos años que merezca el premio. Y luego los nombres de siempre, las novelas que año tras año, como una vieja tía, aparecen en las listas: Styron, Golding, Lessing..., sobre las cuales todo el mundo ha dicho todo lo que se podía o tenía que decir de ellas. Naturalmente el jurado español no se ha leído ni la mitad de las novelas que aparecen en las siete listas, y en muchos casos ni tan siquiera las que han propuesto. Lo que les pasa a ellos estoy seguro que pasa con los demás jurados. Petit no hace más que repetir, como el coro de una tragedia griega: «Lo de este año va a ser una catástrofe, una verdadera coña». Y en lo del Premio Formentor pasa otro tanto; Monique [Lange] ha desencadenado una campaña particular para que le den el premio a uno de los candidatos franceses; se habrá acostado con todo hombre y se la habrá chupado a quien sea para ganarse votos. Por no sé qué razones extraliterarias Carlos no quiere que la gane el candidato de Monique. Como siempre, al final saldrá con el premio una novela de compromiso, es decir, no fruto de una estimación de sus valores literarios, sino de lo que pueda o no ofender a Gallimard o a Rosset. Lo de sentirme cubierto de mierda te lo digo en serio; tengo verdaderas náuseas por momentos, un deseo casi irresistible de huir.

Lumen y Anagrama recogen el fruto de “las tonterías de los demás”

Pero hablemos de las gentes, de los amigos. Tuve un almuerzo muy cordial con Carlos, que con los años va perdiendo teatralidad. Me habló de sus problemas profesionales; parece que los Seix le compran el fondo por 15 millones y él se lanza a crear una nueva editorial. Pero lo grave es que han pasado cerca de quince años desde que entre todos emprendimos el lanzamiento de otra editorial y le noté cansado, poco ilusionado. Con Yvonne tiene los mismos problemas de siempre, pero cada día más agudizados por su alcoholismo; no consigue, no sabe cómo meterla en una clínica y se abandona a una resignación vulgo-masoquista. Otro almuerzo con Castellet, posiblemente menos tocado por la fatiga de los años aunque muy pendiente de todo ese mundillo de jovenzuelos (acaba de publicar una antología de poesía titulada Nueve novísimos, en que agrupa a nueve de esos jóvenes poetas, empezando por Pere Gimferrer y acabando en Azúas, Moixes y Molina Foixes; todo ello un tanto absurdo). Se preocupa de ellos como si fueran sus hijos, los malcría, les deja que se le coman su tiempo, se le suban a las barbas. También tiene problemas profesionales: Ediciones 62 pasa de crisis económica en crisis económica y no acaba de levantar la cabeza. En la edición parecen salvarse solamente Esther Tusquets con Lumen, Jorge Herralde con Anagrama; ambos más grises, más pacientes y trabajadores recogen los frutos de las tonterías de los demás. Pero quien ha triunfado ha sido la Regàs, que ha conseguido meterse a los de Sudamericana en el bolsillo y hace con ellos la colección que casi se habían comprometido a hacer con nosotros.

Días en Alianza. 1975

Las visitas a la delegación de Alianza Editorial en Barcelona (calle Urgel) le permite ver a viejos conocidos: Del resto de mi estancia en Barcelona puedo contarte que el lunes me lo pasé, enterito, con nuestro representante; es de una energía y dedicación un poco abrumante, pero tras el letargo de los de la calle Milán de aquí resulta casi refrescante. No entro en más detalles porque son aburridos; la única nota pintoresca es el almuerzo que tuvimos él, Carlos Barral y yo para hablar del lanzamiento en abril de las memorias. Carlos está dispuesto a todo, a pasearse por el paseo de Gracia en cueros si con eso se venden más ejemplares. Se ha negado a hacer un cóctel y la cosa ha quedado en una serie de entrevistas individuales con periodistas y una rueda de prensa. Folch (nuestro representante) quiere hacer un póster; Carlos nos ofrecía una foto suya torse nu por no decir «cojones nu»; se la vetamos y le hemos pedido una sin barba; dudo que la consigamos. [...] Comí con Castellet; menos farsante que de costumbre, muy metido en su catalanismo. Luego pasé un momento por la agencia de Carmen para hablar del material recibido para Poesías Completas de mi pater. Me quedé impresionadísimo con la mise-en-scène; ha conseguido un ambiente poco hispano, con cuadros interesantes en las paredes ¡y con una secretaria finlandesa! Luego al hotel; me acompañaron al tren los hermanos Azúa y el joven Marías. (Sea dicho entre nosotros, Félix está inaguantable; su petulancia hace aguas porque cada día tienen menos dentro; no llega a ser un personaje ridículo, su verborrea es simplemente estúpida y aburrida; me dirás que tú nunca te lo has tomado en serio y te diré que desgraciadamente no sueles equivocarte.)

Visita a Oxford. 1989

Visita a Oxford. 1989 La comida de ayer revestida de solemnidad —se empeñaban en llamarme «Doctor» Salinas— pero de muy poco contenido. Un francés, François Furet; un sueco, Per Wästberg, un holandés, Laurens Van Krevelan, una americana, Jane Kramer, el Warden de St. Anthony’s, Ralf Dahrendorf (alemán) y Elizabeth Winter, directora del proyecto. ¿Cómo difundir la cultura «central and east» europea en España y Latinoamérica? ¡Cuántas veces me ha tocado el tema! A partir de cierto momento empecé a irritarme y me salió una reacción muy tuya. Pregunta: «Doctor Salinas, do you think then we should be in a hurry about Spain?». Respuesta: «You haven’t been in a hurry for three hundred years, so I don’t see why you should be in a hurry now», silencio, risitas nerviosas... y a otra cosa mariposa. La más lista era la americana (corresponsal del New Yorker en París), que hablaba un poco como una de esas «Letters from...» y por lo menos estaba algo documentada. Los demás, ceros a la izquierda, el holandés me hizo grandes elogios del Gimferrer, pero se quedó muy desconcertado cuando le dije que no escribía en castellano. Mucho «we are so grateful, we thank you so much, very valuable report», porque con todo eso justificaban la reunión, los gastos, su razón de ser y los cuartos que cobran. [...] Por la tarde vino a verme al hotel —está a dos millas del centro— Eric Southworth, profesor de español en St. Peters, amigo de Benet, de Marías, de Molina Foix. Inglés agradable, anti británico, amante de la literatura francesa y de la «Spanish dignity». Conversación metafísica sobre la cultura, la edición, pero todo eso bajo una irrealidad oxfordiana. Anoche high table en St. Anthony’s; unas sesenta personas. Un protocolo absurdo. Primero «a glass of sherry» en el salón de profesores, luego paso en procesión —yo como invitado de honor a la cabeza tras el Warden— a un comedor inmenso en el que habría una docena de estudiantes. A mi izquierda tenía una viejecita —«we’ve just returned from Tenerife»— diputada en el City Council, enfrente otra señora que hacía muchas preguntas. Dos sitios a la izquierda un especialista en euskera que empezó a hablarme en vasco... Tras los postres, y con la servilleta en la mano, pasamos a otro salón, otras mesas. Esta vez la mujer del ministro sueco en la embajada de Londres, más burra que un asno mediterráneo. Enfrente una chinita de China, que quería ir a España. «Why», le pregunté. «Because it is always raining in Oxford». Se pasaban bandejas con nueces y dátiles, un Oporto imbebible. De ahí a otro salón para el café, estaba sudando, cansado de sonreír y a las nueve y media conseguí escaparme, volverme al hotel, meterme en la cama y a las diez y media apagaba la luz. Estaba exhausto, pero más que un cansancio físico, sentía ese agotamiento de tener que estar hablando de nada. Se me había olvidado esa sensación, la sensación del exotismo de ser español, de lo poco que saben —o les importa.

García Hortelano, Gil de Biedma y Benet. 1989

De los amigos. El Horte me llamó por teléfono; empezaba su radioterapia ayer. Bien de ánimo siempre y cuando puedas sentir o creer en una mejoría. Jaime ya ha vuelto a Barcelona; las noticias vuelven a ser inquietantes. Me temo que mientras le estén atiborrando con cada nueva píldora que salga seguirá con esos altibajos; su hermana está muy pesimista. Benet en plena crisis matrimonial. Me llamó para que comiera con él y, con lágrimas, me contó que Blanca se ha enamorado del Calasso (!!!). Que le prometió piso y pensión completa en Roma, matrimonio (antes él tiene que divorciarse). Naturalmente en cuanto la poetisa le anunció que tomaba el primer avión, el italiano ha empezado a recoger velas. Juan se ha puesto carpetovetónico, ha iniciado los trámites de separación y divorcio. En resumidas cuentas, que el uno y el otro se han metido en un buen lío.

Empujones para salir en televisión durante el Premio Cervantes. 1984

Me hablas de tu trabajo con El túnel. Y mientras que yo hablo por teléfono con su autor para precisar su viaje a España, probar a convencerle que cumpla el protocolo y se vista de chaqué (no ha querido, lo que me ha gustado; pero que no me oiga el rey). Llega el lunes al alba y me toca ir a recibirle a Barajas. Al día siguiente, «solemne entrega de Premio Cervantes 1984» de manos de S.M. en el paraninfo de la Universidad de Alcalá. Yo sí que tendré que ponerme chaqué, porque al no ser un intelectual no gozo de licencia poética. Me da una pereza inmensa; me lo sé de memoria. Las peleas de quién le dará el ramo a la reina (por favor, que sea pequeño, que no le gustan grandes); los empujones en la comitiva para que la TV te coja en un buen plano. Los tres discursos —esta mañana me han llamado de la Zarzuela pidiéndome un guión para el discurso del rey; ¡menos mal que he podido localizar a Suñén!—; salida al claustro donde se pone a cantar la tuna (es lo que más le gusta a nuestro monarca) y yo con la sonrisa congelada y el pánico de quedarme solo con SS. MM. Por la tarde recepción en la Zarzuela; ya han empezado las llamadas con el «Yo no he recibido una invitación pero sí la ha recibido...». Al día siguiente recepción en la embajada argentina; una semana perdida, cansada y aburrida. El diploma de este año lo ha hecho el pintor Eduardo Arroyo; va a escandalizar a nuestros académicos (por cierto, que esta semana han ingresado en la Academia Julio Caro Baroja y Pere Gimferrer; siento estar tan encerrado. Me imagino cómo estarán los Vicentes, el monje and Co. ¿Y la generación del 50? Se la han saltado y han metido a un novísimo. El patio madrileño tiene tela para rato). [...] Del ministerio prefiero no hablarte. Sale la reestructuración adelante pero todo indica que nada va a cambiar. Creo que ha llegado el momento de que empiece a pensar a mandarlo todo el carajo antes de caer en la amargura, en el esto no tiene arreglo, en el «España me dueles». Nadie, pero nadie, quiere plantearse problemas o soluciones en profundidad. Y la verdad es que no tenemos gente preparada para ello. Habrá que esperar mucho tiempo, habrá que resignarse a dejar este mundo más o menos como estaba. Un poquillo mejor posiblemente; pero bien poquillo. (20 de abril de 1985)

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