El gran vividor
El veterano cineasta francés Benoît Jacquot ambienta la historia en Londres, donde un Casanova exiliado se cruza con su pálido nuevo deseo
Lo del cazador cazado es uno de esos clichés adosados al donjuanismo crepuscular al que es difícil resistirse. Casanova, su último amor se detiene en las horas bajas del vividor italiano y en la mujer que entre su centenar de amantes le hizo al fin perder la cabeza. El famoso libertino ya estaba mayor y sus estrategias de seducción eran más fáciles de adivinar y burlar. Además, la encargada de romperle el corazón, Marianne de Charpillon, no podía ser otra que una joven prostituta adiestrada por su madre para vaciar los bolsillos de sus incautos amantes.
CASANOVA, SU ÚLTIMO AMOR
Dirección: Benoît Jacquot.
Intérpretes: Vincent Lindon, Stacy Martin, Valeria Golino, Catherine Bailey.
Género: drama. Francia, 2019.
Duración: 98 minutos.
Con elegante pulso, el veterano cineasta francés Benoît Jacquot ambienta la historia en Londres, donde un Casanova exiliado se cruza con su pálido nuevo deseo cuando ya nada parece estimular como antaño su voraz apetito. El peso de la película, un largo flashback en la memoria del italiano desde su retiro como bibliotecario en Bohemia, recae en el actor Vincent Lindon, que logra componer (mejor sin peluca) la sensual figura de un hombre solitario y ya no tan antojadizo. Un hombre tan arrogante como desconcertado ante el sádico calentón (el juego consiste en que solo se acostarán cuando ya no exista deseo) al que le somete la escurridiza Charpillon. Antes de perderse en los rincones de su memoria, Casanova confiesa que todas sus amantes han sido, ante todo, grandes amigas. Hasta que se tropezó con la reina de sus desvelos, interpretada por una Stacy Martin que explota el gancho de su translúcida languidez. El Casanova de Lindon y Jacquot quizá sigue un camino más convencional que los grandes retratos cinematográficos del personaje (del de Fellini al de Albert Serra), pero logra dotarlo de una fragilidad que además de distinguirle del arquetipo del Don Juan le hace más tolerable en la era del omnipresente #MeToo.