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La revolución eléctrica que descolonizó nuestros oídos

Se publica en español un ensayo sobre el avance cultural que supuso la grabación en los años veinte de las músicas vernáculas

Miembros de la Varaldi Tango Band, en una actuación en 1925 en la que dos de los músicos usan sierras. 
Miembros de la Varaldi Tango Band, en una actuación en 1925 en la que dos de los músicos usan sierras. Davis (GETTY IMAGES)

Fueron cinco años que cambiaron el mundo. Entre 1925 y 1930 las nuevas tecnologías de grabación eléctrica alumbraron el repertorio que casi un siglo después sigue definiendo lo que identificamos como músicas del mundo. Estilos como el son, el jazz, el hula, el tarab, el tango o la samba fijaron sus fórmulas en La Habana, Nueva Orleans, Honolulu, El Cairo, Buenos Aires o Río de Janeiro, puertos coloniales transformados por la algarabía migratoria y un capitalismo que empezaba a ser global.

Desde entonces, el repertorio revivirá una y otra vez, a merced de las modas y de las necesidades políticas de todo signo

Si se piensa en los sesenta como el culmen de la revolución musical, con el pop y el rock prensados en vinilo y moldeando en su expansión la sentimentalidad planetaria, Michael Denning en Ruido insurgente vuelve al disco de goma laca y se centra en la gran revolución cultural que supone en los locos años veinte la grabación de las músicas vernáculas del Atlántico negro, el Mediterráneo gitano y el Pacífico polinesio. Una explosión de creatividad provocada por el choque entre lo rural y lo urbano, lo sagrado y lo secular, lo artesano y lo industrial, los músicos de oído y los de partitura, que cambió las maneras de hacer y de escuchar música insertándonos en una modernidad sonora en la que todavía estamos y cuyo legado, abanderado primero por los procesos de afirmación nacional y más tarde por la moda de las músicas étnicas, se han convertido en tradición.

No se trata solo de situar el epicentro de la revolución musical del siglo XX, lo que Denning llama “audiopolítica” desborda en este lustro lo estrictamente musical y encarna para él la mayor lucha cultural de estos tiempos. Si otras artes se encargaron de representar la realidad de las masas, “estos discos pusieron en circulación las voces mismas de estas masas”.

Aunque la lectura a veces se vuelve morosa por el exceso de ejemplos, por su escritura a ratos laberíntica y por la falta de una estrategia narrativa que hubiera hecho más digerible sus tesis, la historia no tiene desperdicio. Imaginen la epopeya protagonizada por ingenieros de sonido que al servicio de discográficas de la metrópoli van de puerto en puerto grabando canciones que luego retornan en forma de discos a la venta en tiendas de muebles y textiles. Flamenco en Sevilla, marabi en Johanesburgo, palm-wine en Acra, rebético en Atenas… Pese a las protestas de las élites metropolitanas —con personajes de la talla de T. W. Adorno y Béla Bartók— que perciben estas nuevas músicas como una ruidosa cacofonía, las clases subalternas las celebran como propias identificándose con estrellas locales que en contados casos acaban encarnando los sueños de emancipación colonial.

Denning se detiene a explicar los cambios musicales que implican la grabación eléctrica: un tipo de agrupación multitímbrica, que en la voz cantante tiene su encanto principal y se apoya en una poderosa sección rítmica reforzada por ruedas de acordes sobre las que se articula una improvisación virtuosa. El micrófono y el altavoz posibilitan la irrupción de voces que sin necesidad de proyectarse transmiten una mayor intimidad a la audiencia. Entre otros hallazgos, se inventa la batería y la guitarra conquista el liderazgo instrumental que sigue teniendo hoy.

La Gran Depresión termina con este boom discográfico, pero la transformación de las prácticas musicales y la creación de un espacio sonoro mundial, polifónico y popular configurarán una nueva sensibilidad, descolonizando el oído. Desde entonces, este repertorio revivirá una y otra vez, a merced de las modas y de las necesidades políticas de todo signo. Un legado que, no nos olvidemos, fue una creación híbrida urbana, no, tal y como solemos dar por sentado, el simple registro de unas músicas tradicionales que venían de lejos.

Profesor en Yale, compañero de estudios de Fredric Jameson y discípulo de Stuart Hall, Michael Denning pone el acento en la descolonización que vivirá el oído del sujeto contemporáneo en este momento fundacional, atribuyendo a las músicas vernáculas un poder emancipador que cristalizará puntualmente en la conferencia de Bandung. La emergencia de esta realidad sonora diversa, de nuevas voces y terceros mundos, no se debe tanto al ocasional uso de la música como arma de protesta contra la dominación imperial, sino sobre todo a la insurgencia que animó su carácter ruidoso.

El autor llega al exceso de señalar en estas grabaciones una “conciencia anticipatoria” y un “inconsciente profético”, atribución que puede predicarse a posteriori en algunos casos, pero que resulta contradictoria en otros, puesto que lo popular es tan ambivalente como los humanos que lo hacen popular. Así se puede interpretar que estas músicas vernáculas sirvieron como palanca de cambio para un mundo menos excluyente, sin dejar de ser también una expresión prostituida que, en la encarnación de lo exótico y a través de su mercantilización, buscaba el aplauso imperial y, años después, la aprobación del turista. Denning no rehúye este debate, pero en ocasiones olvida que en tanto la música nos constituye representa sin remedio lo bueno y lo malo que somos.

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Autor: Michael Denning.


Traducción: Carlos García y Saioa Sáez.


Editorial: La Oveja Roja, 2019.


Formato: tapa blanda (448 páginas).


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