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Crítica | Te quiero, imbécil
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Desorientación masculina

Laura Mañá y sus escritores no inventan nada, pero cada cosa está en el lugar adecuado después de un inicio que hace temer lo peor

Javier Ocaña
Natalia Tena y Quim Gutiérrez, en 'Te quiero, imbécil'.
Natalia Tena y Quim Gutiérrez, en 'Te quiero, imbécil'.

Seguramente obligado por su público potencial, el subgénero de la comedia romántica pasa por ser uno de los más atados a las convenciones de la narración, del retrato de personajes, de la estructura y de los desenlaces. Y sin embargo, cuando las películas están bien contadas, sus roles son reconocibles, su contexto social está logrado, sus diálogos tienen chispa y sus intérpretes, gracia, resultan irresistibles para sus seguidores. Es lo que puede ocurrir con la muy estimable Te quiero, imbécil, escrita por los experimentados guionistas de televisión y noveles en cine Abraham Sastre e Iván Bouso, y dirigida por Laura Mañá justo una década después de La vida empieza hoy, su último acercamiento al cine.

TE QUIERO, IMBÉCIL

Dirección: Laura Mañá.

Intérpretes: Quim Gutiérrez, Natalia Tena, Alfonso Bassave, Ernesto Alterio.

Género: comedia. España, 2020.

Duración: 86 minutos.

Mañá y sus escritores no inventan nada, pero cada cosa está en el lugar adecuado después de un inicio que hace temer lo peor a causa de su cansino conflicto: un treintañero largo al que abandona su novia y pierde su trabajo casi el mismo día. A partir de ahí, y seguramente incitada por el método de Alta fidelidad, la directora de Sexo por compasión y Palabras encadenadas opta por la narración en primera persona, con el protagonista mirando a cámara, dirigiéndose directamente a la platea e introduciendo pensamientos, temores e ilusiones en su voz en off.

Como se ve, todo bien trillado pero al mismo tiempo notablemente pergeñado, tanto por el retrato social de la impostura en la era de la felicidad perpetua en Instagram como por la desorientación emocional de un hombre anclado en los modos de ligar del siglo XX, en sus códigos del pasado, que no puede hacer más que el ridículo en su intento por acercarse a un universo sentimental y sexual que le sobrepasa, entre aplicaciones, filtros (digitales y metafóricos) y risibles gurús de Internet (fantástico Ernesto Alterio y su presencia cómica recurrente).

Así, el patetismo al que podemos llegar los hombres en nuestras relaciones con las mujeres domina una comedia fresca a pesar de su marcadísima estructura, y que tiene otra de sus virtudes en la pareja formada por la muy auténtica Natalia Tena y el magnífico Quim Gutiérrez, que clava miradas, chistes y tartamudeos, con unas características interpretativas y un físico perfectos para un personaje que lo mismo puede parecer un pringado que un tipo atractivo.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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