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Diez destellos de John Lennon

Hoy martes se cumplen los 40 años del asesinato del ‘beatle’ más polémico. Beatificado, el personaje sigue fascinando por sus giros y renuncias

El mosaico de 'Imagine' en el neoyorquino Central Park, hoy 8 de diciembre, día en que se cumple el 40 aniversario del asesinato de John Lennon.
El mosaico de 'Imagine' en el neoyorquino Central Park, hoy 8 de diciembre, día en que se cumple el 40 aniversario del asesinato de John Lennon.CARLO ALLEGRI (Reuters)
Diego A. Manrique

Tras romperse los Beatles, John Lennon publicó seis discos de canciones propias más algunas grabaciones en directo y una colección de clásicas del rock ‘n’ roll. Tras su muerte, han salido más de 20 recopilaciones, que rara vez contenían material inédito. Semejante avalancha ha contribuido a difuminar su evolución como músico y como persona.

Estos son mis poderes. El inconveniente de elevar a John Lennon a la categoría de símbolo reside en que se minusvaloran las virtudes que lograron que nos fijáramos en él. El carisma, que explica su liderazgo durante los siete años de oscuridad antes de la eclosión de los Beatles en 1963. Detestaba su propia voz pero, una vez tratada por el productor George Martin, se demostró formidable, tanto en los temas apacibles como en los salvajes. Como instrumentista, era más visceral que técnico: siempre tuvo al lado guitarristas de primera, pero ellos difícilmente podían alcanzar su ferocidad.

Transformando vivencias en canciones. Con su habitual cinismo, Lennon describía el oficio de componer como una tontería extraordinariamente bien pagada: “Hoy vamos a escribir una piscina”, bromeaba con Paul McCartney. Carecía de la fantasía de su compañero, capaz de conjurar todo un drama a partir de un nombre (Eleanor Rigby). El asunto principal de John Lennon era… John Lennon. Sus angustias, sus conquistas, sus críticas del mundo circundante. Algo atípico en su género, donde los vocalistas dependían de compositores profesionales o, todo lo más, facturaban quimeras sobre el mundo de los teenagers.

“La culpa de todo la tiene John Lennon”. No todos aman a Lennon. Dominic Sandbrook, uno de los más agudos historiadores británicos, le vapulea en su último libro, The Great British Dream Factory, dedicado a la “imaginación nacional”. Denuncia, claro, la disonancia entre su materialismo y el planteamiento utópico de Imagine. Y le atribuye parte del éxito de Margaret Thatcher, al difundir entre sus coetáneos la cultura del individualismo y la gratificación instantánea. Ocurre que la vida adulta de Lennon se desarrolló cara a los medios, lo que hacía evidente sus (numerosas) incongruencias. Su vocación de desnudez le obligaba a reconocer luego sus errores, reforzando así su reputación de sinceridad brutal.

Una epopeya generacional. Se metía en todos los charcos. Su biografía se confunde con la evolución de la contracultura, o si lo prefieren, la aventura colectiva de los baby boomers. Atracción por las drogas, hippismo, misticismo oriental, pacifismo, radicalización política, terapias alternativas, hedonismo desenfrenado, reclusión en su privacidad. Resulta particularmente cruel que su asesinato coincidiera con el momento en que decidió salir de su concha y presentar otro Lennon, maduro y relajado, menos competitivo y más libre de presiones externas.

Revolución para vender zapatillas. Lennon desconfiaba de la abundancia de consignas que brotaron tras mayo del 68 y la mitificación de líderes como Mao Zedong. Retrató ese momento en diferentes versiones del tema Revolution, oscilando entre el “no contéis conmigo” y el “contar conmigo”. Los militantes entendieron que Lennon vacilaba, pero que podía ser útil para encabezar manifestaciones y –sobre todo- extender cheques. El máximo creyente en el potencial revolucionario de Lennon fue el presidente Richard Nixon, que puso en marcha los mecanismos para expulsarle de los Estados Unidos. No lo logró, pero sí consiguió que rompiera amarras con la Nueva Izquierda más alborotadora. Veinte años después de su grabación, con la oposición de los otros Beatles, Yoko Ono cedía Revolution para una campaña de Nike.

Un machista regenerado. La única causa de la que Lennon nunca renegó fue el feminismo. El Lennon joven recurría a la violencia y es posible que también les tocara a su esposa y otras novias fugaces. No obstante, en su currículo no encontramos la abundancia de canciones misóginas que caracterizaban a Mick Jagger o Bob Dylan a mediados de los sesenta. Por aquel entonces, Yoko Ono no hacía bandera del feminismo de segunda ola, pero instruyó a Lennon, que se confesó públicamente con Jealous guy; admitió la dependencia de las mujeres en su infancia (de la que su padre estuvo ausente). Yoko se convirtió en su cómplice creativa y estuvo detrás de decisiones tan suicidas como editar en single el tema Women is the nigger of the world (el insulto nigger es una palabra tabú), prácticamente prohibido en Estados Unidos.

El “amo de casa”. Tras su caótico “fin de semana perdido” (en realidad, más de un año), John logró la reconciliación con Yoko. Fue una rendición incondicional, con definición de nuevos roles: Ono se ocuparía de los negocios mientras John cuidaría de la casa, incluyendo el pequeño Sean. En lo primero, ella rentabilizó los tópicos circulantes sobre su persona: la dama dragón, la japonesa inescrutable. Para lo segundo, Lennon contó con abundante ayuda doméstica. El inocente libro En casa de John Lennon, de la cocinera gallega Rosaura López, revela que era un desastre cuando se implicaba en aquellas tareas. Logró hornear pan –se lo contó a todo el mundo- pero se sintió desencantado, al ver que el fruto de su labor desaparecía en cuestión de horas. No como las canciones.

Un músico en posición de descanso. Se afirma que John abandonó la música de 1975 a 1980. No es exacto: Yoko vetó a sus amigos rockeros, con la excepción de alguna visita de McCartney, como amenazas para la estabilidad de la pareja. Lennon justificaría ese silencio como una ausencia de inspiración pero, en verdad, durante ese lustro fue acumulando fragmentos de canciones y abundantes grabaciones caseras. Se desinteresó, eso sí, por la actualidad musical. Solo de chiripa escuchó los discos que le empujaron a volver a la acción. En la radio del coche, descubrió la desfachatez funky de Coming up, reavivando su eterna rivalidad con Paul. Estando en una discoteca de Bermudas, pincharon Rock lobster, de los B-52′s; telefoneó entusiasmado a Yoko, para contarla que finalmente alguien estaba imitando sus gritos.

Bajo el signo de lo irracional. No fue sencillo poner en marcha la producción de lo que sería Double fantasy. Yoko pedía la fecha y hora de nacimiento cada posible colaborador, para que su astrólogo determinara si eran personas compatibles. ¿Un paripé? Posiblemente. Entre los videntes empleados por Ono estaba un “direccionalista”, que determinaba el rumbo de los viajes que John debía emprender en solitario, que solían coincidir con las (toleradas) aventuras extramatrimoniales de su esposa o las ocasionales recaídas de Yoko en la heroína. Que conste que Lennon compartía esta fascinación por el ocultismo. Su natural escepticismo había derivado hacia la desconfianza ante la ciencia: por ejemplo, le encantaba discutir la teoría de la evolución.

Fatalismo contra paranoia. A lo largo de casi 20 años de fama inimaginable, Lennon había desarrollado antenas especialmente sensibles ante el peligro. Sin embargo, no le preocupaba que todo Nueva York supiera dónde vivía; de hecho, varios intrusos se habían colado en el edificio Dakota. Pero se negó a contar con un servicio de seguridad, aparte de un antiguo agente del FBI contratado para proteger a su hijo. Su argumento: “Si alguien te quiere matar, lo hará.” Acertó.

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