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“Quien más grita en las redes sociales al final consigue ser escuchado”

Beatriz Gallardo, catedrática de Lingüística, es especialista en el análisis del discurso político que ahora abordará desde otra perspectiva como nueva secretaria autonómica de comunicación en Valencia

Ferran Bono
La lingüista y secretaria autonómica de Comunicación, Beatriz Gallardo, frente al palau de la Generalitat.
La lingüista y secretaria autonómica de Comunicación, Beatriz Gallardo, frente al Palau de la Generalitat.Mònica Torres

Beatriz Gallardo es catedrática de Lingüística de la Universitat de València. Experta en pragmática, lenguaje y daño cerebral, su investigación evolucionó en los últimos años hacia el análisis del discurso político en los medios de comunicación y en el ámbito digital. El pasado mes la trayectoria de esta valenciana de 52 años dio un nuevo giro al asumir el cargo de secretaria autonómica de Comunicación de la Generalitat valenciana, gobernada por el PSOE, Compromís y Unides Podem. Autora de libros como Usos políticos del lenguaje (Anthropos) o Tiempos de hipérbole (Tirant Humanidades), Gallardo pide un poco de tiempo para mostrar su plan comunicativo para la Generalitat y mientras tanto habla de su gran pasión, la lingüística, y de cómo se han roto las condiciones de sinceridad en los pactos comunicativos alentados por los populismos y la digitalización.

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Pregunta. ¿Por qué una catedrática de Lingüística se pasa a la política?

Respuesta. Conocí al presidente [Ximo Puig] en el grupo de expertos de la covid y cuando me propuso el cargo me pareció un reto interesante que tiene relación directa con mis investigaciones.

P. Venía de estudiar las patologías del lenguaje: ¿es el lenguaje político otra patología?

R. No, no. Es un registro diferente. Estamos en un mundo social y civilizatorio, aunque queda un poco rimbombante decirlo así, de crisis de los pactos comunicativos que afecta a la veracidad. Gente de mi generación tenía como norma asumida que los medios dicen la verdad, y los políticos, con las excepciones de siempre, también. Había un pacto veritativo, de condiciones de sinceridad que se ha roto, alentado por los populismos y la digitalización. Aquí y en todo el mundo.

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P. ¿A qué obedece esa ruptura del pacto veritativo?

R. A la confluencia de varios factores. En el ámbito de los medios, a la espectacularización, por ejemplo, a la mercantilización del discurso, a la tecnologización y digitalización que han conseguido que cualquiera tenga acceso a la voz pública. Y esto tiene una dimensión democratizadora y perversa, también. El personalismo de los políticos, que se empieza a rastrear en los ochenta, ha ido in crescendo con los hiperliderazgos que a su vez se retroalimentan en la digitalización. La ruptura también obedece a la aparente desideologización de la ciudadanía. Creo, no obstante, que desde 2013 ha habido un cambio notable. La gente suele tener cierta desafección a la clase política, pero las ideologías se están cargando de valor.

P. Y las redes sociales son parte indispensable del cambio.

R. Funcionan como un centrifugado. Agitan el personalismo, la desideologización. Buscan la inmediatez. Una siempre entra a mitad de la conversación y no tiene los antecedes necesarios de cualquier acto comunicativo. Es un discurso infinito que, como da voz a todo el mundo, exige visibilidad y por tanto está radicalizado en cuanto a la forma y al contenido. Quien más grita al final consigue ser escuchado.

P. ¿Las fake news o noticias falsas están asociadas a esa ruptura del pacto de veracidad?

De la corrección a la desinhibición

R. Son una consecuencia. Un denominador común en las fake, desde el punto de vista discursivo, es que nunca hay fuentes. Van ligadas al fenómeno mediático de los clickbaits, titulares gancho [ciberanzuelos]. Hay varios niveles: el bulo, el libelo, la desinformación. Bolsonaro y Trump apelan a lo irracional, al hígado y usan términos marcados llenos de connotaciones, no un lenguaje neutro. Hay un fenómeno de preactivación, transmites un contenido que arrastra connotaciones. Se activan marcos de referencias que son ajenos, como ha estudiado Lakoff.

P. ¿Se ha pasado de la corrección a la desinhibición, como apunta en algún artículo?

R. La corrección política que aparece en los setenta obedece a una voluntad desde la izquierda de influir en los usos lingüísticos con respecto a las minorías. No se refiere solo a cuestiones de sexo. Fue un movimiento más amplio, que luego se ha quedado identificado con la variable sociológica del sexo. Ese movimiento se ha hipertrofiado desde mi punto de vista, ha conducido a una segmentación. Si solo hablas para minorías, pierdes la mayoría. En los últimos años, detecto en los populismos de derechas que buscan su segmentación con absoluta desinhibición. Cuando Steve Banonn recorre Europa en 2018 afirma: “Cuando os llamen fascistas o fachas llevadlo como una bandera”. Abascal lo ha repetido en sus discursos. Hay un envalentonamiento de ciertas posturas que nuestra sociedad daba por establecidas. No debes dejar que la gente muera cruzando el Mediterráneo y ahora hay gente que dice “y qué pasa si les dejamos”.

Censura en las universidades

P. Y esa hipertrofia del lenguaje correcto puede llegar a la censura.

R. Llega a la censura. Hay universidades estadounidenses donde el profesor tiene que marcar en su programa que va a hablar de El gran Gastby porque incluye conductas que pueden ofender a los alumnos.

P. En España, no se ha llegado a ese extremo, ¿no?

R. No, se puede explicar sin avisar Las Metamorfosis de Ovidio. En EE UU también es un libro marcado en algunas universidades.

P. ¿Qué es la paradoja enunciativa que según usted caracteriza al lenguaje político?

R. La enunciación es un acto comunicativo y el enunciado es lo que se transmite. En el discurso político actual, la enunciación ha fagocitado tanto la política que en realidad no importa lo que se dice sino la relación entre los sujetos hablantes. El discurso de los políticos es marcadamente autorreferencial, habla de sí mismo, de sus reacciones. La prensa fomenta esto. España es un país de periodismo de declaraciones.

P. ¿En qué se diferencian los discursos de la derecha y de la izquierda?

R. Las segmentaciones son distintas. Esa desinhibición en la izquierda no parece un síntoma tan claro como en la derecha. La emocionalidad la utilizan todos, igual que los rasgos populistas. Pero una cosa es que la retórica sea populista y otra cosa es que todo lo que acompaña a la retórica lo sea.

P. Para analizar el discurso político va más allá de la lingüística.

R. No podemos leer solo a los lingüistas. No soy chomskiana. Me identifico con la lingüística cognitiva, como Lakoff, que necesita beber de otras disciplinas, porque el lenguaje solo es lenguaje en contexto. No es sintaxis, que dicen los chomskianos. Es algo que utilizamos los seres humanos como una finalidad.

P. ¿Chomsky, que participa en el debate político con frecuencia, es un referente?

R. Chomsky es una figura imprescindible en la historia de la lingüística. El impulso de formalización del generativismo de los primeros años (financiado por el ministerio de Defensa y la Fundación Rockefeller) es fundamental para la base de la lingüística. Incluso, las escuelas no generativistas han progresado también de su mano. Pero como especialista en lingüística no puedo aceptar, por ejemplo, que el lenguaje se equipare a la gramática. Si tengo que estudiar sintaxis, morfología, está bien. Otra cosa es Chomsky como figura de referencia de la izquierda norteamericana. Es una persona comprometida, pero pertenece a una sociedad muy concreta.

P. ¿Considera que la lingüística está valorada entre las Humanidades?

R. Han perdido en su conjunto, aun así la lingüística tiene un poco el pedigrí entre las Humanidades, dicho entre comillas, como la más tecnológica, la más científica, en el sentido de esa metonimia tan molesta de que las ciencias deben ser las ciencias experimentales. Han surgido en los últimos años especializaciones muy interesantes, como la lingüística forense, que utiliza el análisis del discurso, no solo fonético, para la autentificación de pruebas judiciales, como en el conocido caso de Unabomber, o la lingüística computacional.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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