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Crónica de la destrucción del Bajo Manhattan

Danny Lyon, impulsor del nuevo documentalismo y activista, expone en el ICO de Madrid una serie clásica de la historia de la fotografía

Obreros trabajando en el 82 de Beeckman Street de Manhattan, en 1967.
Obreros trabajando en el 82 de Beeckman Street de Manhattan, en 1967.Danny Lyon

Con apenas 25 años, Danny Lyon (Nueva York, 78 años) era ya famoso en los círculos fotográficos por sus contundentes documentos sobre las contraculturas estadounidenses. Desde la banda de motociclistas Chicago Outlaws hasta sus retratos de manifestantes por los derechos civiles y de la dureza del sistema penitenciario de Texas. Como miembro del Comité Coordinador de Estudiantes No Violentos, su implicación personal con esos grupos fue total. A finales de 1969 decidió retornar a su ciudad natal. No tenía ningún tema entre manos, pero las circunstancias le llevaron a ocupar un pequeño apartamento en la calle Bleecker desde el que pudo observar con estupor cómo se estaban eliminando manzanas completas de edificios del Bajo Manhattan. Eran barrios de poco más de un siglo de antigüedad habitados por comerciantes y artesanos, que estorbaban para construir el corazón financiero de la ciudad, el World Trade Center, que tres décadas después también desaparecería por circunstancias radicalmente distintas.

Lyon se propuso una misión a contrarreloj: correr más que los obreros para capturar cada una de las casas afectadas por el plan urbanístico. No lo logró completamente, pero obtuvo material más que suficiente para documentar la destrucción del Bajo Manhattan. El resultado es la célebre serie que, al abrigo de PhotoEspaña 2020, se puede ver en las salas de exposiciones de la Fundación ICO de Madrid hasta el 17 de enero de 2021.

El fotógrafo neoyorquino tenía previsto viajar a Madrid para inaugurar la exposición, pero la situación sanitaria le ha obligado a cancelar el vuelo. Desde su casa en Nuevo México, en la que vive con su familia, ha seguido de cerca el montaje en contacto con el responsable de Arte de la Fundación, Gonzalo Doval. El artista ha hecho de comisario a distancia. “Lo que más le importaba”, cuenta Doval, “era la reedición facsímil del catálogo tal como se había editado hace ahora medio siglo. La exposición reproduce la estructura del libro con la misma división en cinco ámbitos del proyecto inicial. Los textos se reproducen a los pies de las fotografías y por los pasillos que unen las salas. La colaboración del artista ha sido óptima y hemos podido incluir en las salas 69 fotografías de las 74 que conformaron el volumen inicial”.

Vista aérea de Manhattan. Fotografiada por Danny Lyon en 1967.
Vista aérea de Manhattan, fotografiada por Danny Lyon en 1967.

Para Danny Lyon, La destrucción del Bajo Manhattan fue una obra diferente a lo que hasta entonces había hecho, porque esta es una serie triste en la que se documenta el final de una forma de vida. Aquí, el protagonismo lo tiene la parte de Nueva York que iba a ser sacrificada en aras de la especulación y de la nueva opulencia. No hay apenas rostros. En los esqueletos de las casas solo quedan algunas huellas de sus antiguos habitantes y, a veces, en la lejanía, se vislumbra la presencia de alguna persona, generalmente un operario, que se funde con el paisaje ruinoso.

Parte del núcleo retratado llamó la atención de otros artistas como Berenice Abbott, Margaret Bourke-White y, sobre todo, su gran amigo Walker Evans. El cine también se ha ocupado muchas veces de lo que fue el Bajo Manhattan. Martin Scorsese lo recreó en los estudios Cinecittà en Roma para Gangs of New York (2002) y antes Sergio Leone para Érase una vez en América (1984).

La exposición recorre palmo a palmo lo que fue el Puente de Brooklyn, Washington Market y la Calle West. Nada menos que 24 hectáreas de construcción demolidas que Lyon retrató desde lo alto de las se las azoteas o desde los ventanales de los pisos abandonados durante el fin de semana, cuando no había vehículos ni personas que rompieran la desoladora soledad de las ruinas.

Complicidad con los operarios

Los encargados de hacer desaparecer las construcciones eran en su mayor parte obreros llegados de Europa (eslavos, italianos), junto a negros del sur de Estados Unidos. Retiraban a mano cada uno de los materiales (ladrillos, cristaleras, vigas...) de las edificaciones con la intención de reutilizarlos. El joven izquierdista que era Danny Lyon buscaba la complicidad de los operarios, pero no lo tuvo siempre fácil. Uno de los escasos personajes retratados, Dominique, capataz de las obras, fue al principio su mayor enemigo. Al excombatiente de la primera Guerra Mundial le molestaba que anduviera estorbando con un trípode en lugar de estar disparando en la guerra de Vietnam. Las tensiones se suavizaron y Dominique terminó colaborando activamente con Lyon.

En un texto en el arranque del recorrido, el artista explica el objetivo de su trabajo: “Observo los edificios como si fueran fósiles de un tiempo pasado. Estos edificios ya eran utilizados durante la Guerra de Secesión. Sus habitantes han muerto, pero los edificios siguen aquí, olvidados mientras la ciudad crecía a su alrededor. Los rascacielos emergieron de la roca de Manhattan como montañas surgiendo de la tierra. Y aquí y allá, cerca de sus cimientos, atrapadas entre ellos, en sus estrechas y viejas callejuelas, estaban las casas de los muertos, y los edificios que fueron nuevos en su propia época ahora esperan a ser demolidos. En sus últimos días y meses, vagabundos y palomas han sido su compañía”.

España, verano de 1959

La exposición incluye una pequeña sección en la que se muestran los orígenes de la pasión fotográfica de Lyon. Consta de 24 fotografías inéditas realizadas durante un viaje por Europa en 1959 acompañado de su hermano. Hijo de emigrados europeos (su madre huyó de los pogromos soviéticos y su padre de la Alemania nazi), su primer destino fue Múnich. Allí compró su primera cámara, una Exa por la que pagó 60 dólares. En tranvía se desplazaron hasta el campo de concentración de Dachau y tomó su primera instantánea: un árbol junto al que, no hacía mucho, los nazis ejecutaban a sus víctimas. El siguiente destino fue Italia. La ruta por el sur europeo les llevó a Francia y después a España, donde retrató a un grupo de chicos encendiendo un petardo dentro de un excremento de vaca.

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