La bendición de Bach
Lang Lang llega sin grandes credenciales bachianas previas y las ’Variaciones Goldberg’ casan mal con una carrera con un fuerte sesgo comercial y mediático como la suya
En su muy reciente Bach’s Musical Universe, el mayor exégeta actual del compositor alemán, su compatriota Christoph Wolff, defiende que el Quodlibet que corona las llamadas Variaciones Goldberg (un título espurio que ya es imposible desincrustar) esconde un homenaje implícito a Girolamo Frescobaldi y Dieterich Buxtehude, dos de sus más grandes predecesores. Bach se proclamaba así su heredero, legando al futuro una obra concebida como un compendio, una summa, de la música de su tiempo y, con sus nueve cánones aritméticamente ordenados y homogéneamente repartidos, un despliegue de su inigualado dominio del contrapunto imitativo.
A pesar de publicarse en 1741, las primeras interpretaciones públicas de la obra se demorarían más de un siglo y medio, y aún habría que esperar varias décadas más hasta la llegada de las primeras grabaciones. El primero en dejar un testimonio sonoro de su interpretación, en rollos de la pianola Welte-Mignon, fue Rudolf Serkin hacia 1928. Cinco años después las grabaría en el artilugio diseñado por ella misma (llamarlo clave sería tanto generoso como ahistórico) otra pionera llegada del Este, Wanda Landowska. Pero la primera gran versión sería la registrada, de nuevo al piano, por Claudio Arrau en 1942. El chileno sabía muy bien lo que se traía entre manos, porque siete años antes había ofrecido en Berlín, en 12 conciertos, todas las obras para teclado (órgano excluido) de Bach, una gesta mucho más que numérica, ya que tocar esta música seguía constituyendo entonces una rareza.
Landowska volvería sobre las Goldberg en 1945, cambiando París por Nueva York, la ciudad en que escribiría el siguiente gran capítulo diez años después un canadiense díscolo, iconoclasta e imprevisible llamado Glenn Gould. Su grabación de 1955 bajó a Bach del altar, lo desacralizó y lo convirtió en objeto laico de culto en los campus universitarios estadounidenses. Para quien prefiera la ortodoxia, la referencia indiscutible sigue siendo Gustav Leonhardt, el mayor intérprete bachiano del siglo XX. Sus tres registros al clave, sobre todo los dos últimos (de 1965 y 1976), son la biblia de la que todos deberían aprender.
Abierta la veda, son legión los pianistas y clavecinistas que han llevado la obra al disco, con resultados muy dispares. En 1986, John Lewis llenó la obra de swing (Mirjana, su esposa, ofrece el contrapunto canónico al clave), mientras que Uri Caine la transformó en una audaz fiesta multicolor en 2000, el año del aniversario. La última gran versión pianística es, sin duda, la de Igor Levit. Lang Lang llega a ella sin grandes credenciales bachianas previas y las Variaciones Goldberg casan mal con una carrera con un fuerte sesgo comercial y mediático como la suya. Pero también él ha querido contar con la bendición del dios de la música, más aun al decidir tocar y grabar la obra a pocos metros de la tumba de Bach en Leipzig. El tiempo dirá si merece entrar en el grupo de los elegidos y si las ventas son las deseadas.
Babelia
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