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La generosidad en abstracto de una mecenas

La colección de María Josefa Huarte, rica en ‘chillidas’, ‘palazuelos’ y ‘tàpies’, viaja del Museo de la Universidad de Navarra al Bellas Artes de Bilbao para una muestra

Iker Seisdedos
Cuadro de Pablo Palazuelo en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, de la colección de María Josefa Huarte.
Cuadro de Pablo Palazuelo en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, de la colección de María Josefa Huarte.Luis Tejido (EFE)

María Josefa Huarte (1927-2015) tenía 30 años cuando se organizó Arte otro, que unió informalismo europeo y expresionismo abstracto estadounidense en una de esas exposiciones temporales que acaban siendo permanentes por su capacidad de influencia. Fue en la Sala Negra, dependencia financiada por su familia, empresarios navarros asentados en Madrid, y anexa al pionero Museo Nacional de Arte Contemporáneo, que impulsó en los bajos de la Biblioteca Nacional el arquitecto José Luis Fernández del Amo en mitad del largo apagón cultural de la dictadura.

Los Huarte, constructores de fortuna durante el franquismo, fueron mecenas de aquella aventura, entre muchas otras, y apoyaron decididamente la carrera de Jorge Oteiza, a quien María Josefa acababa de encargar dos murales de piedra para su casa del paseo de La Habana de la capital. Podría decirse que su pasión surgió de la influencia del entorno adecuado (sobre todo, de su hermano Juan), pero sería quedarse cortos: las 47 obras que silenciosamente fue comprando a lo largo de los años (una parte podrá verse desde mañana y hasta el 12 de octubre en el Museo Bellas Artes de Bilbao) cuentan la historia de una coleccionista con ideas propias.

Los Huarte, constructores de fortuna durante el franquismo, fueron mecenas de muchas aventuras artísticas y apoyaron decididamente la carrera de Jorge Oteiza

Una de las ideas que domina el conjunto, que Huarte donó en 2008 y sirvió de germen al Museo de la Universidad de Navarra, era, sin duda, Oteiza, el artista más representado, junto a Antoni Tàpies y Pablo Palazuelo. En torno a esos tres vértices organizó un gusto por la abstracción que tuvo algo de búsqueda espiritual para una mujer religiosa. “Ya en el contexto de la tecnocracia y del desarrollismo de los años sesenta, lo religioso se manifiesta proyectando, como se propuso hacer el Opus Dei, una imagen de vía necesaria hacia la eficiencia modernizadora de la política y la economía españolas”, escribe María Dolores Jiménez Blanco, profesora de la Universidad Complutense de Madrid, en el catálogo. El libro luce una faja con la reproducción de aquel mural (de homenaje a Bach), que Oteiza hizo para el domicilio de la mecenas; una vez arrancado de su enclavamiento original y colocado en el museo navarro, no era aconsejable llevarlo a Bilbao.

La imagen del régimen

El régimen también supo entender esa doble virtud de la abstracción: contribuía en bienales y trienales de la época a dar una imagen de cierta modernización del país y emitía mensajes que, de ser subversivos, eran lo suficientemente complejos como para no suponer un problema a primera vista para los censores. De ahí que la modernización artística llegara a España durante el tardofranquismo a través de emprendimientos como el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca o las salas de la Fundación March en Madrid.

Los Huarte estuvieron detrás de algunas de las iniciativas más interesantes y rompedoras de esa época, como XFilms, valiente productora cinematográfica, la revista de arquitectura Nueva Forma, la empresa de mobiliario H Muebles, el laboratorio de música electrónica Alea o, sobre todo, los Encuentros de Pamplona, que reunieron a 350 artistas de todo el mundo en la ciudad durante una semana del principio del verano de 1972. Aquella fenomenal locura puso paradójicamente fin al protagonismo como mecenas de los Huarte: ETA, que puso dos bombas de escasa potencia para boicotear el festival, secuestró un año después a Felipe Huarte, hijo de Juan, y su actividad pública se replegó.

El fin al protagonismo como mecenas de los Huarte fue cuando ETA secuestró a Felipe Huarte, hijo de Juan. La actividad pública de la familia se replegó

La presentación en el Bellas Artes, firmada por el escultor y premio Nacional Ángel Bados y financiada por Petronor, se distingue de la del Museo de la Universidad de Navarra en que no aísla las piezas de Oteiza, Tàpies y Palazuelo. “Bados las pone en el contexto de los demás artistas de la colección, con el resto de sus contemporáneos”, explicó el lunes por la tarde en el Bellas Artes su director, Miguel Zugaza, mientras guiaba un recorrido con paradas en Pablo Picasso, Mark Rothko, Vasili Kandinsky, Eduardo Chillida, Eusebio Sempere, César Manrique o Manuel Millares.

En total, son 40 obras de 19 artistas. Las salas que la colección Huarte ha dejado vacías en Pamplona las llenará a partir del 10 de septiembre la exposición de la pintora Isabel Baquedano (otra navarra asentada en Madrid), que, también comisariada por Bados, pudo verse este pasado invierno en Bilbao.

Estrenar donaciones en tiempos difíciles

El Museo de Bellas Artes de Bilbao ha vuelto a la vida tras la pandemia con nuevas incorporaciones: un imponente retrato del fotógrafo alemán Thomas Struth de la familia Iglesias, una escultura de Dora Salazar (Alsasua, Navarra, 1963), tres aguafuertes del escultor Vicente Larrea (Bilbao, 1934), y dos importantes fondos artístico-documentales, de Juncal Ballestín y del simpar artista e ilustrador Juan Carlos Eguillor (San Sebastián, 1947–Madrid, 2011), que fue colaborador de EL PAÍS.


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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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