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La cosecha sonora de 2019

Las voces femeninas y la apuesta segura de las leyendas protagonizan un año sin reglas

En vídeo, el último videoclip de Lana del Rey.

POP-ROCK INTERNACIONAL

Las instrucciones no están en la etiqueta

Por Xavi Sancho

Atrás queda esa época en la que estaba clarísimo qué era pop y qué era rock. Eran tiempos sinceros y binarios en los que eras de Pearl Jam o de Madonna. Luego, claro, estaba esa gente rara a quien le gustaba la electrónica o el hip-hop. Estaban también los indies, que eran fans del pop y del rock pero no lo sabían. O no lo querían saber. Lo que ha sucedido con el paso de los años es que lo que era tangencial se ha hecho central. La única forma que tienen hoy etiquetas como pop o rock para mantener cierta relevancia es asimilar el discurso de lo antaño marginal. Eso tiene una parte buena para el oyente: los sonidos son mucho más interesantes y poliédricos. También tiene una parte mala: hay que hacer malabarismos para encasillar cualquier cosa que valga la pena en esas etiquetas puras.

Los mejores discos de 2019 son tremendamente bastardos. Lana Del Rey iba para juguete que acaba en el contenedor el 7 de enero y se ha convertido en la más interesante y fascinante estrella del pop actual. Norman Fucking Rockwell es uno de los más indiscutibles discos del año del último lustro. No sabemos, ni tampoco nos importa, dónde estará de aquí a unos años Billie Eilish. Lo que sí sabemos es que esta muchacha ha facturado uno de los debuts más 2019 de 2019, When We All Fall Asleep, Where Do We Go? Llevando el discurso de Lorde a los extremos del emo digital, la adolescente ha logrado conectar con su generación como nadie y a la vez ha conseguido hacer creer a los mayores que podrían ser capaces de entender a esa generación. Más fácil para los veteranos se lo ponen los otros grandes debutantes del año, los dublineses Fontaines D. C. Con un discurso a medio camino entre The Fall y The Pogues, cumplen con esa etiqueta de salvadores de las guitarras. Además, en un mundo sin escenas locales, ellos son más de Dublín que James Joyce. Se han abierto hueco en el pospunk, la única aproximación conceptual en la que el rock aún puede encontrar algo que decir.

El premio al veterano del año es para Nick Cave, cuyo Ghostseen es un opus árido, dramático y mastodóntico. Mención especial merece también la emoción orquestada de Angel Olsen, el desenfreno creativo de Black Midi, el AOR estilizado de Jenny Lewis, esa apuesta por ser solo brillantes que sostienen Big Thief e incluso ese disco entre The Divine Comedy y Gram Parsons que ha lanzado Bruce Springsteen, un largo que es mucho mejor de lo que tenía derecho a ser, algo que, afortunadamente, ha pasado con bastantes álbumes de 2019. Incluso en el mundo del pop y del rock. Sea lo que sea eso hoy.

1. Lana del Rey. Norman Fucking Rockwell (Insterscope / Universal)

En una época en la que el concepto obra maestra corre el riesgo de perder todo su sentido de tanto ser manoseada, da cierto apuro calificar como tal al sexto disco de Lana Del Rey. Pero la verdad es que lo es. Y lo es por todas las razones por las que ciertos trabajos son calificados de obras maestras: es único, es especial, está en sintonía con su tiempo y promete proyectarse hacia al futuro. Una artista en estado de gracia.

2. Nick Cave. Ghosteen (Popstock!)

Escrito con la muerte de su hijo en el estómago aún, este álbum de Nick Cave es un impresionante y hasta sofocante ejercicio de somatización del dolor. En la senda de su brillante anterior trabajo, Skeleton tree, el australiano y sus secuaces encuentran el perfecto equilibrio entra la melodía delicada y la instrumentación árida.

3. Fontaines DC. Dogrel (PIAS)

El debut de este quinteto dublinés es un ejercicio magistral de búsqueda y hallazgo de alimento en un campo que casi todos dábamos ya por yermo. Letras entre combativas y costumbristas; un sonido que bebe de todos los grandes del postpunk (Gang of Four, The Fall) y de los clásicos de su tierra natal (The Pogues). El postpunk amenaza con un tercer revival. Si va a ser así, adelante.

4. Big Thief. Two Hands (4Ad / Popstock!)

La banda con sede en Brooklyn liderada por Adrienne Lenker ha editado dos discos este año. Primero llegó UFOF, que sorprendió por su delicadeza y sofisticación, amén de lograr enseñar nuevos caminos a la americana, un estilo con tendencia a quedarse parado aunque el semáforo esté en verde. Unos mes después llegaba Two Hands, igual de brillante y con tal vez la mejor canción que ha grabado nunca, Forgotten Eyes.

5. Billie Eilish. When We All Fall Asleep, Where Do We Go? (Interscope / Universal)

Cuando arranca el disco de bad boy, el oyente puede llevarse la errónea idea de que se halla ante algo hedonista y ligeramente superficial. Pero nada más lejos de la verdad. Este debut de la adolescente es un potaje de pop contemporáneo y digital, baladas robóticas, emociones complejas. Incluso cuando se pone clásica, suena descastada. Más que un sustitutivo a Lorde, es una más que digna rival. Madonna ya tiene dos hijas emo.

POP-ROCK NACIONAL

Año 1 después de Rosalía

Por Fernando Navarro

El año 1 después de Rosalía constató que todavía se puede hablar mucho más de ella. Cada uno de sus movimientos se siguió con lupa durante un curso que reforzó su nombre como figura global. Su fusión sonora sin prejuicios, apelando al baile y los ritmos actuales, se asocia al éxito entre los más jóvenes de C. Tangana, Bad Gyal o Yung Beef. No debió extrañar, por tanto, que el Premio Nacional de las Músicas Actuales recayera en La Mala Rodríguez, pionera en la mezcla urbana.

Fue también un año de simbólicas despedidas de los escenarios: Rosendo y Burning. Ambos son padres fundadores del rock callejero, que, a fin de cuentas, fue también lo urbano hace cuatro décadas, pero con otra filosofía artística y dando rienda suelta a la guitarra. Sin ellos, no se entenderían dos regresos destacados: Kiko Veneno y 091. No fueron los únicos en volver: La Casa Azul y McEnroe también lo hicieron.

Más allá de la nostalgia y la necesidad de sobrevivir, hay que resaltar el bisturí social y político de León Benavente, el absorbente electropop de Anni B. Sweet y el asalto de jóvenes con calidad y hambre. Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, Carolina Durante, Las Odio, Viva Suecia, Los Estanques o Cala Vento refrescaron el panorama del rock con arrojo. También sucedió en lo urbano contemporáneo con Cupido y su ritmo adictivo. Y en el pop, la más joven y mediática fue Amaia, pero mucho más interesante que la ganadora de Operación Triunfo es Lorena Álvarez con su experimentación folk.

1. León Benavente. Vamos a volvernos locos (Warner Music)

El grupo alcanza un grado de excelencia con este tercer disco. Una certera radiografía social de la España de nuestros tiempos mediante un sonido fiero, entre el post-punk y el art-rock. Insatisfacción, sátira y un sutil romanticismo para retratar a un país sumido en la desafección política, la precariedad laboral y los vicios de la modernidad.

2. Lorena Álvarez. Colección de canciones sencillas (Universal)

Un talento con arrojo como para convertir jotas, romances, muñeires y cumbias villeras en cápsulas de un indie locuaz. Este viaje al pasado no se limita únicamente a lo sonoro sino también a rastrear el alma hasta conseguir una obra de aspecto de unplugged sentimental. Tan exquisito como distinto a todo lo demás en la escena española.

3. Derby Motoreta’s Burrito Kachimba. Derby Motoreta’s Burrito Kachimba (Universal)

Con un descaro a prueba de bombas, el grupo andaluz se erige como embajador de la kinkidelia, la extraña mezcla que abandera del mundo kinki y la psicodelia. Rock macarra que une el universo de Triana hasta llevarlo con arrojo hasta la psicodelia moderna de King Gizzard & The Lizard Wizard. Música nada condescendiente y desbordante en decibelios.

4. Anni B. Sweet. Universo por estrenar (Subterfuge Records)

La cantante se ha reinventado y le ha salido redonda la jugada. Es su primer álbum cantado por completo en español, pero, sobre todo, ha trazado un pop psicodélico envolvente. Con la producción de James Bagshaw, cantente, compositor y productor de Temples, el álbum evoca a Tame Impala, creando todo un viaje retro futurista.

5. Cupido. Préstame un sentimiento (Universal)

Pimp Flaco y la banda canaria Solo Astra se han asociado para crear Cupido, que debuta con este disco adictivo. Pop bailable, coqueteando con el trap, el reguetón y lo urban. Los milenials tienen aquí una estupenda estampa de sus esperanzas y sus problemas, retrato generacional que habla de las cosas que les sucede a toda una generación inquieta y valiosa.

‘HIP-HOP’, R&B Y ELECTRÓNICA

Muertes que dejan huella

Por David Broc

No se puede entender el año sin las muertes de Nipsey Hussle y Juice Wrld. El primero lega un patrimonio referencial como MC, pero también como emprendedor y activo social, y su pérdida es la noticia de 2019. El segundo deja huérfana una escena (¿emo rap?) que aún respira con Polo G, Boogie o Lil Peep. Ecos de la generación pos-Drake: voces atormentadas, baladas e historias de desamor.

Sin rastro de estrellas, a excepción del reconvertido Kanye West y de Tyler, the Creator con su excitante IGOR, el año hip hop se ha fragmentado en pequeños focos: Inglaterra confirmaba su renacimiento gracias a slowthai, Little Simz, Dave, Loyle Carner o Stormzy. El underground estadounidense, con Bandcamp como principal plataforma de difusión y rentabilización, se sigue debatiendo entre la devoción retro y la experimentación en los álbumes de Freddie Gibbs & Madlib, JPEGMAFIA, Roc Marciano, Danny Brown, Earl Sweatshirt, MIKE o Griselda. Y los regresos de Little Brother, Black Moon y Gang Starr han alimentado la nostalgia de la vieja escuela. Lo que ya no sorprende ni es noticia es el dominio de las voces femeninas, tanto en el hip hop como en el R&B, dos territorios ya sin paso fronterizo: menudo año el de FKA twigs, Summer Walker, Rapsody, Solange, Lizzo, Sampa the Great o Jamila Woods. En paralelo, no muy lejos, 100 Gecs, Floating Points, Flying Lotus, Barker, Regular Citizen o Jacques Greene han tratado de darle entidad y empaque a una escena electrónica necesitada de algún título superlativo que marque diferencias.

1. FKA twigs. Magdalene (Young Turks)

Exploración de la soledad, el reseteo existencial y los efectos de un mazazo sentimental, Magdalene es el gran disco post-ruptura del 2019. Rodeada de un equipo de colaboradores de ensueño, entre ellos Nicolas Jaar, Benny Blanco, Koreless, Oneothrix Point Never o Future, la vocalista inglesa mezcla electrónica, R&B, soul, art pop o trap en un álbum de consolidación y expansión creativa que propone ideas novedosas, rompe esquemas y, además, deja un poso emocional difícil de olvidar. En el equilibrio entre una producción experimental y desafiante y una visión pop infecciosa y adictiva estriba el principal atractivo del disco que mejor sabe ponerle banda sonora a nuestro momento.

2. Rapsody. Eve (Roc Nation)

La mejor rapera del momento. No hay debate. Cada disco en su trayectoria es un descubrimiento y un paso adelante, pero Eve es antológico. ¿Cómo podrá superarlo? Más allá de una visión lúcida y contundente sobre el empoderamiento femenino en el hip hop y en el día a día de una mujer afroamericana, Eve es el testimonio directo de una artista en estado de gracia que sabe qué quiere y cómo lo quiere. Profundo, emotivo y apasionante de inicio a fin, el tercer álbum de Rapsody supone un punto y aparte en el hip hop actual. Masculino y femenino.

3. Tyler, the Creator. IGOR (Columbia)

Tyler, the Creator siempre ha ido por libre, pero IGOR es, con diferencia, su disco menos encorsetado. Sin ataduras ni deudas de ningún tipo, el rapero, cantante y productor propone una visión musical única, discordante, que se distancia a conciencia de sus predecesores. Entre el pop, el soul, el R&B y el emo hip hop, Tyler derriba convencionalismos y clichés con una vibrante colección de hits entregados por completo a la emoción y a un apasionante concepto de madurez personal y creativa.

4. Floating Points. Crush (Ninja Tune)

Crush es una versión ampliada, extremada y mejorada de todo lo que ya había apuntado Sam Shephard al frente de Floating Points. Una mirada poliédrica que bebe de la IDM, del ambient, de los beats, del drum’n’bass o del techno para imaginar paisajes sonoros desoladores que te rompen el alma. El mejor disco “electrónico” del 2019.

5. slowthai. Nothing Great About Britain (True Panther Method)

El Brexit también era esto: un disco atiborrado de sarcasmo, ira, costumbrismo y angst urbano que pone patas arriba la escena musical inglesa del momento. Chispazos de grime, hip hop, punk o uk garage integran la fórmula sonora de un álbum extraordinariamente bien producido y escrito que le da un chute de adrenalina y relevancia a la escena musical británica.

REEDICIONES

Operación Rescate

Por Diego A. Manrique

La dinámica del negocio empuja al sector de las grabaciones de archivo a una competición de engorde de títulos clásicos; se busca justificar un PVP caro para discos mil veces rentabilizados. Esto permite, bendita sea, que las discográficas sigan publicando producto físico. Unas grandes compañías que están olvidando sus funciones culturales. Y eso debería incluir el comercializar cintas que no están en sus almacenes. Un inciso: almacenes que, ahora sabemos por el desastre del incendio de Universal Studios, no garantizan la preservación de las grandes músicas del siglo XX.

Dos espléndidos discos rescatados este año eran originalmente propiedad de emisoras estatales, como Radio France o la BBC. Respondían, por ejemplo, al entusiasmo de David Attenborough, que se desplazaba a rodar sus documentales con un pesado magnetofón EMI L2 para hacer grabaciones de campo. Respecto a Kinshasa 1978, eran grabaciones demasiado urbanas para los estudiosos de las músicas étnicas.

Y luego está el mundo del cine. En los cincuenta y sesenta se solía contar con jazzmen para bandas sonoras. En 2017, eso nos permitió escuchar la aportación de Thelonious Monk a Las amistades peligrosas, versión Roger Vadim. Este año, la gratísima sorpresa de Coltrane ilustrando un filme quebequés.

En España, una peculiaridad fiscal ha permitido el florecimiento del libro-disco, que se convierte en formidable objeto cultural gracias a editores como Carlos Martín Ballester. Con un nivel que, caramba, debería avergonzar a las disqueras establecidas.

1. John Coltrane. Blue World (Impulse)

Por su expresión torrencial, Coltrane tenía facilidad para facturar discos. Esta sesión de 1963 no formaba parte de su proyecto artístico: era la banda sonora para una modesta película canadiense, un compromiso solventado con cinco temas (más tres tomas alternativas). Así pudo recrear sus hallazgos de años anteriores y relajarse antes de ascender a la estratosfera de A love supreme.

2. Varios autores. David Attenborough – My Field Recordings From Across the Planet (Wrasse)

Recientemente, el naturalista recordó que, entre 1953 y 1964, aprovechaba sus viajes para captar música ritual o festiva de cada zona. A la vuelta, entregaba las cintas al archivo de la BBC, donde (milagro) se conservaron. Esta colección muestra la riqueza de unas tradiciones a punto de desnaturalizarse con la onda expansiva del pop, facilitada por las radios de transistores.

3. Tomas Pavón. Tomás Pavón (Colección Carlos Martín Ballester)

El hermano menor de La Niña de los Peines tiene mucho de misterio: tímido, prefería actuar en el ambiente de los cabales sevillanos, donde impresionaba por su elegante voz y su conocimiento de viejos cantes trianeros. Felizmente, no tenía inconveniente en grabar. Aquí se juntan 23 temas (uno de ellos inédito), arropados por un impresionante aparato crítico y gráfico, en un libro de 336 páginas.

4. Varios autores. The Daisy Age (Ace)

Hace 30 años, De La Soul propuso un hip-hop risueño, potenciado por sampleos de pop y jazz. Pero el culto de la “autenticidad” determinó que se impusiera el gangsta rap, eclipsando a De La Soul, A Tribe Called Quest, Brand Nubian. Desdichadamente, este oportuno recopilatorio británico no cuenta con los derechos de herederos más afortunados, tipo Arrested Development o Fugees.

5. Varios autores. Kinshasa 1978 (Crammed)

En 1978, Bernard Triton, técnico de sonido de Radio France, estaba dando cursillos en Kinshasa y, como ejercicio, sugirió registrar agrupaciones zaireñas que se construían sus instrumentos y amplificadores. Allí estaba los exuberantes Konono Nº 1, luego popularizadores del sonido Congotronics. Este combinado de vinilos y CD junta piezas inéditas de aquellas sesiones más reconstrucciones electrónicas del DJ Martin Meissonnier.

JAZZ

Escenas poco permeables

Por Yahvé M. de la Cavada

Está viviendo el jazz un momento muy interesante. Por un lado, hay un renovado interés en ciertos sectores que nunca le han prestado atención, gracias a la efervescencia —y a la exposición en medios tradicionalmente centrados en músicas más populares— de la escena británica y de algunos artistas con olfato y perspectiva heterogénea. Por otro, el jazz parece más fragmentado que nunca: Europa y EE UU siguen yendo cada uno a lo suyo, sin necesidad de saber muy bien qué pasa al otro lado, tal y como ocurre con la poca permeabilidad de escenas que no se desarrollan más allá de su propio círculo. Es decir, que aunque quizá se escucha más jazz que en otros tiempos, la enorme oferta y los marcos en los que se mueve cada oyente hacen que este no escuche muchas cosas diferentes, sino una o dos tendencias concretas.

Esto no quita que se sigan grabando discos fabulosos, no solo por los artistas que mejor y con más personalidad se han reinventado —como los aquí seleccionados—, sino por algunos clásicos vivos que siguen en plena forma, como Keith Jarrett, Branford Marsalis o el trío de Chick Corea, Christian McBride y Brian Blade, que en 2019 han firmado tres obras maestras. En España, la pianista Marta Sánchez y el longevo Duot de Albert Cirera y Ramón Prats, entre muchos otros, han publicado obras excelentes que certifican que el jazz de nuestro país también sigue en ascendente, aunque algunos parezcan no enterarse de ello.

1. Art Ensemble of Chicago. We Are On The Edge (Pi Recordings)

Mucho más que una celebración del 50º aniversario del legendario grupo: en este doble álbum grabado en estudio y en directo, los supervivientes de la formación clásica, Roscoe Mitchell y Don Moye, ponen al día los preceptos que hicieron del AEOC un ejemplo de modernidad y compromiso durante décadas. La presencia de Nicole Mitchell, Hugh Ragin o Tomeka Reid insufla nueva vida a un álbum plenamente enmarcado en el siglo XXI.

2. Matana Roberts. COIN COIN Chapter Four: Memphis (Constellation)

El fascinante y colosal proyecto de la saxofonista muestra en este cuarto volumen (de los doce que tiene planeados) una gran evolución, y se revela definitivamente como una de las obras más importantes del jazz en las últimas décadas. Más que jazz, lo que Roberts parece aspirar a construir es un nuevo paradigma de la Great Black Music en el nuevo siglo. Y lo está consiguiendo.

3. Fabian Almazan Trio. This Land Abounds With Life (Biophilia)

Una de las grabaciones en trío de piano más modernas y emocionantes de los últimos tiempos. Almazan, también fundador de Biophilia Records (cuyas sostenibles ediciones físicas consisten en cartón ilustrado y doblado con aires de origami, con un código para descargar la música en alta calidad), ha escrito e interpretado un doble álbum que funciona como una larga suite en la que conviven jazz, tradición cubana y ecología.

4. Fire! Orchestra. Arrival (Rune Grammofon)

Por si no fuese suficiente proeza formar una banda original y mantenerla fresca e impactante en cada nuevo disco, esta versión ampliada y mutante del trío Fire! capitaneada por el portentoso Mats Gustafsson ha sido capaz de reinventarse una vez más en su quinto disco. Con la mitad de músicos que en su encarnación original, el renovado grupo sigue siendo uno de los más interesantes de la escena europea.

5. Ethan Iverson Quartet / Tom Harrell. Common Practice (ECM)

El primer disco de Iverson como líder publicado tras su salida de The Bad Plus (aunque en realidad se grabó un año antes de que dejase la banda) es una auténtica delicia de principio a fin, con un Tom Harrell impresionante y el aire de momento perfecto capturado que tienen los grande discos grabados en el mítico Village Vanguard de Nueva York.

MÚSICAS DEL MUNDO

Un espacio rizomático

Por Javier Losilla

La Unesco ha incluido en la lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad los cantos, danzas y rituales de los Gnawa marroquíes, gozosa manifestación de ese espacio simbólico de creación, excéntrico y rizomático, llamado músicas del mundo. Mon Laferte, explosivo volcán chileno, no está mimada por la Unesco, pero ha facturado (igual que Ifriqiyya Electrique; Fra!; Arat Kilo, Mamani Keita y Mike Ladd; Nadah El Shazly y Cimafunk) alguno de los mejores conciertos del año. Por cierto: Mon ha editado un irresistible reguetón (Plata ta tá), lo que nos lleva al asunto de que en algún momento habrá que ocuparse sin complejos (“ya suelten tacos o ternos”, a decir de Alberti) de ese meneo que baila medio planeta, si no es más. Recuento telegráfico: el África electrónica se ha explicado bien con Bantou Mentale y Kokoko! Y del mismo continente han brillado Ekiti Sound, Blick Bassy, Groupe Bayya & The Salem El Madih y una Angélique Kidjo que puso en solfa a la mismísima Celia Cruz. El latido latino se ha llamado Ile, Aymé Darocena y ¿Qué vola? Y un francés, Gérald Toto, ha dado lecciones de inspiración. Para celebrar: el 30º aniversario del sello discográfico Real World; la recuperación vía reediciones, por una multinacional, de World Circuit, otra marca ilustre, la resurrección de la feria-festival Visa For Music, en Rabat, y la edición del disco póstumo de Rachid Taha. Mientras, eventos históricos como Pirineos Sur intentan recuperar fuelle. Y dijimos adiós a João Gilberto, Celso Piña, Johnny Clegg y Alejandro Villa.

1. Nusrat Fateh Ali Khan and Party. Live at WOMAD 1985 (Real World)

Disco en directo del Camarón de Pakistán, príncipe de la música devocional qawwali, que ha permanecido inédito hasta este año. La celebración del 30 aniversario de Real World lo ha sacado felizmente a la luz. Pleno de facultades, Nusrat muestra aquí cómo las músicas se enredan como las cerezas. Su canto es tan impresionante e intemporal como la base que lo sustenta.

2. Ifriqiyya Electrique. Laylet el Booree (Glitterbeat Records)

El grupo tunecino Ifriqiyya Electrique encuentra en el Sáhara inspiración y trance. Para su segundo disco indaga en el ritual religioso Banga, en el desierto de Djerid. El canto Banga no celebra el exorcismo sino la posesión: la de los espíritus que penetran en los cuerpos e Ifriqiyya Electrique conecta esa plegaria con un conglomerado sonoro de corte postindustrial.

3. Lina_Raül Refree. Lina_Raül Refree (Glitterbeat Records)

La espléndida cantante portuguesa Lina (Carolina Rodrigues) y el músico y singular productor español Raül Refree, juntos y revueltos para dar al fado una vida nueva. Lina, recreando a Amália, insufla drama y profundidad huyendo del aspaviento. Y Refree aporta la modernidad de un tejido musical poco convencional. Se trata de un viaje que conjuga el tiempo y el espacio. Turbulencia cuántica.

4. Sho Madjozi. Limpopo Champion League (Flourish and Multiply)

Reside en Johanesburgo y se llama Maya Wegerif, aunque Sho Madjozi es el nombre con el que ha ascendido a los altares del gqom, ese ritmo canalla, primo de otras modernas pulsiones sudafricanas como el kwaito y el digital maskandi. Sho afianza la mezcla de códigos musicales: una mixtura que trasciende tanto su región de origen como el continente africano.

5. Gaby Moreno & Van Dyke Parks. ¡Spangled! (Nonesuch)

Guatemalteca residente en Los Ángeles, Gaby Moreno es una artista de lujo que cincela con brío el detalle. Aquí se alía con Van Dy Parks (Brian Wilson, Tim Buckley, The Byrd, Ry Cooder…) para facturar esta delicia titulada ¡Spangled! Lo hace con orquesta sinfónica y traza un espléndido viaje musical panamericano concebido casi como una comedia musical. Jackson Browne y Cooder se han subido al autobús.

EXPERIMENTAL

Gran reserva 2019

Por Álex Sánchez

Al frente de la banda de avant-metal Sunn O))) (Life Metal y Pyroclasts, dos sobresalientes trabajos publicados este año) o firmando con su propio nombre el disco junto al director artístico del Groupe de Recherches Musicales (GRM), François Bonnet, Stephen O’Malley es uno de los nombres que han marcado 2019. O’Malley ha editado también en el sello que dirige, Ideologic Organ, uno de los discos destacados del curso, el de los japoneses Kukangendai (Palm), que junto a los franceses Oiseaux-Tempête (From Somewhere Invisible) y los norteamericanos 75 Dollar Bill (I Was Real) trazan una geografía posible del rock en estos 12 meses. Kali Malone (The Sacrifical Code), Lea Bertucci (Resonant Spaces), Éliane Radigue (Occam Ocean 2), Sarah Davachi (Pale Bloom), Ellen Arkbro (CHORDS) o Ka Baird (Respires; artefacto único) hacen lo propio en la composición contemporánea, mientras que Caterina Barbieri (Ecstatic Computation), Carl Stone (Baroo e Himalaya) o Moor Mother (Analog Fluids of Sonic Black Holes) siguen buscando el lugar inexplorado desde la electrónica. En las músicas improvisadas reinó el sello de Chicago International Anthem con los extraordinarios lanzamientos de Jaimie Branch (Fly Or Die II: Bird Dogs Of Paradise; contiene uno de los temas del año, ‘Prayer for amerikkka pt. 1 & 2’) y Angel Bat Dawid (The Oracle), que junto a Joshua Abrams (Mandatory Reality) certifican una añada que va para gran reserva. Carlos Casas (Mutia) y el esquivo colectivo Moltforts (Les Músiques per a Albert Serra) dejan alto el panorama patrio.

1. Ka Baird. Respires (RVNG Intl.)

Suspiros, susurros, gemidos, exhalaciones: respiraciones en una extensión amplia y compleja de la palabra que Ka Baird procesa y reprocesa a través de aparataje electrónico. El resultado es un sonido nuevo entre la canción pop, el arte sonoro y el minimalismo norteamericano de Steve Reich o Philip Glass, con Joan La Barbara controlando la escena desde el avantvisor.

2. Kali Malone. The Sacrificial Code (iDEAL)

Grabado en distintos órganos de iglesia y compuesto en su totalidad de piezas originales, The Sacrificial Code es un interesante punto de encuentro entre la música litúrgica para ese instrumento —en la cual Kali Malone es una experta— y un personalísimo acercamiento al pop de vanguardia. Extático, melódico a lo lejos y sobresaliente, porque sobresale entre varios destacados discos de órgano publicados recientemente.

3. Jaimie Branch. Fly Or Die II: Bird Dogs Of Paradise (International Anthem)

Jaimie Branch confirma en esta segunda entrega de Fly or Die que su estado de gracia no tiene límites. Bird Dogs of Paradise es al mismo tiempo un disco sofisticado y directo, de una variedad estilística (caben aquí el jazz, el blues, la música de New Orleans, el hip hop y hasta la música de cámara) abrumadora.

4. Carl Stone. Himalaya (Unseen Worlds)

Afrobeat nervioso, collages que podrían formar parte de un disco de hip-hop abstracto, canciones pop intervenidas por el fast forward, breaks entre el house, la música africana y Alice Coltrane, meditación trascendental barata pero evocadora y música tradicional japonesa atravesada por sintetizadores. Todo cuaja y parece un milagro, pero Stone es ciertamente un alquimista de altura.

5. 75 Dollar Bill. I Was Real (Thin Wrist)

I Was Real es un viaje: del blues del desierto al carnaval de New Orleans. Del blues del delta al post-punk neoyorquino de Suicide. Del rock progresivo clásico y sus jam bands al country del sur profundo americano. Che Chen (guitarras) y Rick Brown (percusiones) atraviesan la ruta y la dotan de un crudo “házlo tú mismo” y espíritu vanguardista.

FLAMENCO

Más escena que discografía

Por Fermín Lobatón

Destaca este año flamenco por un sensible crecimiento de su oferta escénica en eventos. El arte jondo parece ensanchar su presencia pública, un dato que contrasta con el notable descenso de las producciones discográficas: cada año menos y con una difusión menor que, excepción hecha de la minoría que graba en majors, rara vez sale de un reducido circuito. Quizás por ello, artistas emergentes ya fían su carrera a las redes, con todas sus variantes, mucho antes de grabar. Pero el personal sigue creando y recurre a la autoedición o a pequeños sellos para dar a conocer trabajos de enorme mérito, con estéticas diversas que vuelven a revelar la búsqueda de nuevos repertorios y presentaciones. En el cante, ha sido el caso de Rocío Márquez, que refrescó un cancionero popular que abarca cante y canción; el de David Lagos, con un trabajado concepto estético, en el que ha dado entrada a la electrónica, o el de Gema Caballero, que rebuscó en el folclor. Estas grabaciones encuentran su inspiración en viejos maestros y en una tradición que siguen de forma ortodoxa cantaores como Rancapino Chico, Ingueta Rubio —continuidad en las sagas— o Salmonete, protagonista de un sorprendente regreso. La guitarra (también el piano) mantiene su reto de ser el vehículo de la evolución formal de la música flamenca. Las nuevas entregas de José Carlos Gómez, Santiago Lara, Pedro Sierra o Niño de Pura refuerzan ese rol. En las teclas, Chico Pérez irrumpió con chispa.

1. Rocío Márquez. Visto en El Jueves (Universal)

La delgada línea que a veces separa al cante de la canción se difumina en el cancionero reunido por la cantaora, donde convive el tango argentino o la copla con una amplia selección de estilos flamencos. Todos reciben un tratamiento melódico que los acerca, otorgando unidad estilística a una grabación que no se entiende sin las inspiradas aportaciones del guitarrista Canito. Su singular acompañamiento es tan innovador como refrescante.

2. David Lagos. Hodierno (edición del autor)

Para su tercer disco, Lagos ha trabajado un concepto sonoro complejo y arriesgado para exponer su cante. A la entrada de la electrónica y el singular tratamiento del sonido se suma el otorgado a unos temas en los que conviven momentos de mucha densidad con otros de mayor ligereza. Todos, en cualquier caso, hunden sus raíces en la tradición y en antiguos maestros, como es habitual en el artista.

3. José Carlos Gómez. Paisaje andaluz (Amorarte Music)

Después de sorprendernos hace ya tres años con su grabación Origen, el músico algecireño ha compuesto un pequeño concierto en tres movimientos para guitarra y orquesta. Música de inspiración flamenca, pero concebida con libertad. Acompañado por la Bratislava Symphony Orchestra, la obra viaja por distintos paisajes para, finalmente, mostrarse rítmicamente más flamenca en el tramo final.

4. Salmonete. Soltaron los cabos (La Bodega)

Un cabal de los Puertos da nombre al regreso discográfico de Salmonete, un cantaor desaparecido durante décadas que conserva sorprendentemente intacto su cante pleno de autenticidad y dotado de una singular jondura. Estilos desnudos que viajan directamente al centro de las emociones. Conmueve con la seguiriya y luce con las soleares o los fandangos, terrenos quizás afines, pero transmite de igual forma con los cantes de levante que interpreta.

5. Chico Pérez. Gruserías (La Cúpula Music)

Hay una chispeante —y contagiosa— efervescencia en los temas del disco debut de este pianista, que proyecta su juventud en impetuosas composiciones. Es cierto que la grabación es pródiga en estilos rítmicos, con diferentes bulerías y tangos, alegrías, tanguillos…, pero también hay temas de intensa introspección o de rico desarrollo melódico. La influencia del jazz va más allá del homenaje a Charlie Parker por tangos.

CLÁSICA

Un ‘Capriccio’ para la historia

Por Luis Gago

Lograr una representación de ópera perfecta es algo así como conseguir la cuadratura del círculo: un imposible. Sin embargo, a veces —muy raramente— se produce el milagro y todo el caleidoscopio de elementos dispares que han de confluir e interaccionar en escenario y foso forman un arcoíris luminoso y perfecto. En Madrid sucedió en 2017 con un luego archipremiado Billy Budd y el Teatro Real ha vuelto a hacer diana con Capriccio, una honda reflexión sobre el paso del tiempo, el arte y la propia ópera compuesta por Richard Strauss en medio del estruendo y la furia de la II Guerra Mundial. Un reparto modélico (encabezado por Malin Byström, nacida para encarnar a la condesa protagonista) y una dirección escénica (Christof Loy) y musical (Asher Fisch) en estado de gracia echaron por tierra rancios prejuicios y cautivaron a un público entusiasta, deslumbrado y agradecido.

El año 2018 nos deja la, cómo no, discreta retirada de Bernard Haitink. Y a Mariss Jansons, otro grande de la dirección de orquesta y un modelo de ética artística y humana, se le paró definitivamente su corazón maltrecho. A la vez que unos nos dejan, llegan otros. Este año ha marcado el ascenso definitivo al estrellato de Klaus Mäkelä, nombrado director titular de la Filarmónica de Oslo con tan solo 23 años, y de Santtu-Matias Rouvali, sucesor con 34 al frente de la Orquesta Philharmonia de Esa-­Pekka Salonen, llamado por San Francisco. Los tres son finlandeses: la educación sí importa.

1. Familia Bach. Cantatas. Vox Luminis. (Ricercar, RIC 401)

Vox Luminis grabó primero los motetes y ahora ha seleccionado varias cantatas de los antepasados de Johann Sebastian Bach, culminando con una de sus propias obras maestras juveniles, Christ lag in Todesbanden. La tesis vuelve a escribirse por sí sola: varias generaciones de compositores e instrumentistas de la misma familia acabaron germinando en el más grande compositor occidental. Como entonces, vuelve a deslumbrar el talento de su tío abuelo Johann Christoph, al que su sobrino calificó de un compositor “profundo”. Interpretaciones de absoluta referencia.

2. Wagner y Strauss. Arias de Tannhäuser y Lieder. Lise Davidsen y Orquesta Philharmonia / Salonen (Decca, 4834883)

Pocos dudan de que, a sus 32 años, Lise Davidsen está llamada a ser la más grande soprano wagneriana de las próximas décadas. De físico y voz imponentes, su carrera asciende a un ritmo vertiginoso (acaba de debutar en la Metropolitan Opera de Nueva York) y su primera grabación para un sello importante la lanza definitivamente al estrellato. Dos fragmentos de Tannhäuser y varias canciones de Richard Strauss, entre ellos sus crepusculares Vier letzte Lieder, dan fe de que la soprano noruega, digna heredera de Kirsten Flagstad, no es un producto mediático sino una pasmosa realidad.

3. Busoni. Concierto para piano. Kirill Gerstein y Orquesta Sinfónica de Boston / Oramo (Myrios, MYR024)

El pianista Kirill Gerstein y el productor Stephan Cahen han vuelto a acertar de pleno. El año pasado fue Gershwin y en 2019 se han atrevido con el Concierto para piano de Ferruccio Busoni, una obra desmesurada en duración (más de 70 minutos) y en exigencias técnicas para el solista que se cierra con un cántico coral de alabanza a Alá. Grabado en directo en Boston con la Orquesta Sinfónica de la ciudad muy bien dirigida por Sakari Oramo, su escucha se vive como la auténtica revelación de una partitura que vio la luz en 1904 y que sigue siendo tristemente desconocida.

4. Barraqué. Obras para piano. Jean-Pierre Collot, piano (Winter & Winter, 910257-2)

Siete de las ocho obras de Jean Barraqué que contiene este disco del sello alemán Winter & Winter no se habían grabado jamás. La octava es su Sonata para piano, digna émula de la Segunda Sonata de Pierre Boulez, y no menos compleja. Pero tiene más interés, si cabe, el Barraqué preserial, recién editado por Bärenreiter, un músico lleno de misterio y rabiosamente poético, como su maestro Olivier Messiaen. Jean-Pierre Collot toca la música de su compatriota con devoción y el resultado es emocionante. Barraqué nos mira desde el disco leyendo La muerte de Virgilio de Hermann Broch.

5. Beethoven. Tríos con piano. Vol. III. Trio con Brio Copenhagen (Orchid, 100101)

Todos calientan motores de cara a la gran efeméride beethoveniana de 2020. En el tercer y último volumen de su integral de los tríos con piano del compositor alemán, el Trio con Brio Copenhagen (integrado por un pianista danés, Jens Elvekjaer, y dos hermanas coreanas, Soo-Jin y Soo-Kyung Hong) remata una grabación soberbia de este apartado a veces mal atendido de la producción camerística de Beethoven. Su propuesta no sólo está a la altura de las grandes interpretaciones clásicas, sino que, en muchos detalles, las superan. Un grupo al que seguirle la pista muy de cerca.

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