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Todo el espacio para ser

La primera novela de Maria Climent tiene una galería repleta de contrastados personajes femeninos que realza más si cabe a la protagonista

Maria Climent, en noviembre en Barcelona.
Maria Climent, en noviembre en Barcelona.Consuelo Bautista

Conforme avanzamos en su lectura, aumenta de manera considerable el interés que nos despierta Gina, primera novela de Maria Climent (Amposta, 1985), que aparece simultáneamente en catalán y castellano. Y es que enseguida empieza a perfilarse con nitidez una mirada y una voz muy singulares que transforman la narración en conocimiento.

Más que una novela de conocimiento, Gina es la crónica de una experiencia de madurez, narrada en primera persona por la protagonista y tejida desde la atenta revisión de los hechos y vivencias que han jalonado la vida de una mujer que, a los treinta y pocos años, se ve obligada a tomar una decisión trascendental, que sin duda condicionará el resto de sus días. Esta se apunta ya al principio del relato. Climent no juega con enigmas ni intrigas que potencien el interés del lector, porque lo sustancial de su novela reside precisamente en la auscultación y el auto­aná­lisis de las diversas peripecias que han ido modulando sucesivamente a la niña, a la adolescente y a la joven, hasta poco antes de verse ante esa situación extrema debido al repentino diagnóstico de una grave enfermedad.

Con un lenguaje muy directo y expresivo, cuajado de inflexiones de gran vivacidad y de un coloquialismo fresco y espontáneo, muy natural y nada trillado; sin fáciles concesiones a la falacia patético-sentimental por más que algunas situaciones propiciarían la tentación melodramática; y con un peculiar sesgo humorístico e irónico, que por momentos se tiñe de ribetes negros y bordea una comicidad desesperanzada, Climent recorre las sucesivas etapas de su protagonista y los distintos escenarios —muy bien vistos y plasmados— en que transcurren: desde el pueblo natal y los veranos pasados en una urbanización con los abuelos, la vivienda compartida en los años de estudiante universitaria en Barcelona, las estancias en París o el piso que habita con Fran en un animado barrio barcelonés durante su breve vida en pareja.

Todos estos cambios hacen aflorar un estupendo elenco de personajes secundarios, como Lucía —con su manera tragicómica de afrontar la otra cara de la alegría—, la terapeuta Franziska o la impar y decisiva Elizabeth, siempre omnipresente en el imaginario de Gina. Esta galería repleta de contrastados personajes femeninos, lejos de ensombrecer a la protagonista, realza aún más si cabe la singularidad de Gina: una mujer que, tras cada giro o golpe de la vida, aprende algo. Y que a la hora de recordar o evocar para así ir trazando las pinceladas de ese lienzo tan amplio y tupido, pese a no ser muchos los años vividos, es decir, al contarnos sus tribulaciones, se esfuerza también por averiguar su sentido y trasladarlo al lector.

Cierto que no deslumbra la idea condensada en las primeras líneas que abren la novela —“La vida es una sucesión de acontecimientos inevitables y de acontecimientos evitables que por lo que sea no se han evitado, o que incluso se han buscado”—, pero sí muchas otras que se van destilando, mucho más breves y astilladas. Y sobre todo, la representación de los personajes y sucesos y experiencias que dan lugar a esas imágenes de la vida.

Gina. Maria Climent. Alfaguara (español) / L’Altra Editorial (catalán), 2019. 160 / 184 páginas. 17,90 euros.

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