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CRÍTICA DE MÚSICA

Igor Levit se doctora en Beethoven

Con su grabación de las 32 sonatas del compositor alemán, el joven artista entra a formar parte del selecto grupo de pianistas que han obrado la hazaña

Luis Gago

Ludwig van Beethoven fue el compositor elegido por Igor Levit para su primera grabación comercial: tenía solo 25 años cuando registró en Berlín en 2013 sus cinco últimas sonatas, reeditadas al final de la integral ahora publicada casi a la manera de un “Decíamos ayer…”: seis años es una inmensidad en un pianista de su edad. Era más joven aún que Daniel Barenboim cuando grabó estas mismas obras para la primera de sus integrales en audio y en vídeo, en estudio y en vivo (exceptuada la sonata número 32, que el argentino llevó al disco en 1966 con 24 años recién cumplidos). Al igual que él, Levit, otro músico prodigioso, tampoco se conforma con haberlas grabado: tocó todas las sonatas por primera vez en la Tonhalle de Düsseldorf en la temporada 2015-2016 y en su calendario más próximo figuran nuevas integrales en Hamburgo, Lucerna y Estocolmo.

Las 32 sonatas para piano de Beethoven constituyen un diario íntimo, preciso y detallado, de toda su trayectoria creadora, desde las tres primeras dedicadas a Haydn, casi una tarjeta de presentación de su talento, hasta el lenguaje visionario de las últimas. Abarcarlas en su totalidad es recorrer un arcoíris casi inaprehensible para la vista. Desde los ciclos históricos de Artur Schnabel o Wilhelm Back­haus, han sido muy pocos los pianistas que han coronado las 32 cimas. En una lista selectiva, que no exhaustiva: Wilhelm Kempff, Friedrich Gulda —ambos en dos ocasiones—, Claudio Arrau, Alfred Brendel, Maurizio Pollini, Richard Goode, András Schiff, Paul Lewis o el ya citado Daniel Barenboim. A otros, como Solomon o Emil Gilels, la muerte o la enfermedad les impidieron completar la gesta. Levit confiesa su predilección por Schnabel —el pionero— y el primer Gulda, aunque el suyo es un enfoque enteramente personal.

De su Beethoven llama sobre todo la atención un tono apremiante, casi violento a veces, que se aviene muy bien con los movimientos más rupturistas del compositor, aunque donde Levit demuestra ser un maestro de insólita madurez y hondura para su edad es en los movimientos lentos, construidos de un solo trazo y en los que la tensión interna no decae un solo momento: hay muchos ejemplos, pero escúchense los de las sonatas números 4, 7, 10, 15, 26 y 29. También lo adivinamos feliz al sumergirse en los intrincados pasajes fugados (28, 29, 31 y 32) y en las series de variaciones, a las que llega con el bagaje de haber grabado ya las Goldberg de Bach y las Diabelli del propio Beethoven, una suerte de summa conclusiva de toda su producción pianística. Levit no posee solo dedos, sino también una extraordinaria capacidad analítica para desentrañar la esencia de cada obra.

Pianista con una fortísima conciencia social y política, poco amigo del divismo y los fastos hueros, Igor Levit presentó su grabación el 2 de septiembre sin ninguna parafernalia en el Instituto Willy Brandt, a tan solo unas decenas de metros de donde se alzaba un tramo del infausto muro de Berlín. Conversó entonces con Alan Rusbridger, exdirector de The Guardian, pianista aficionado y autor de Play it Again, la crónica de su personal odisea para lograr tocar la Balada número 1 de Chopin. Levit confesó que estas 32 obras son “la música instrumental más humana” que conoce, y ese mismo adjetivo es quizá también el que mejor define su interpretación, con la que resulta muy difícil no empatizar, ya que tanto el compositor que creó la música como el pianista que ahora le da vida parecen extrañamente tangibles y cercanos en cuanto seres humanos. Levit, que admite que la Missa solemnis de Beethoven es su obra musical predilecta, se refirió expresamente a la sonata ‘Hammerklavier’ como “un árbol extraño dentro de un enorme bosque”, destacando su radical modernidad: “No puedo pensar en ninguna otra obra para piano que, emocional, mental, físicamente o en ningún otro sentido, llegue tan lejos”. Y ese grado máximo de “intensidad, complejidad e intrepidez” que le atribuye encuentran su correlato en la formidable y valiente interpretación del ruso.

La revista del Instituto Willy Brandt de Berlín lleva por título Ton der Freiheit (Sonido de la libertad) y contiene relatos de muchos de sus estudiantes extranjeros que, como Levit en su día cuando dejó su Rusia natal, han encontrado en Alemania y en Berlín un nuevo hogar. Ese título habría hecho las delicias del propio Beethoven, que confesó en 1819 en una carta al archiduque Rodolfo que “en el mundo del arte, como en el conjunto de la gran creación, la libertad, el progreso, son el único objetivo”. Y parece asimismo la máxima que ha guiado a Levit durante la gestación de su nuevo coloso discográfico. Este joven genio ocupará a partir del próximo martes una cátedra en Hannover, donde él se formó. Dichosos sus alumnos, porque tiene muchísimo que dar y que enseñar.

Igor Levit. ‘Beethoven: Sonatas completas para piano’. Sony.

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Sobre la firma

Luis Gago
Luis Gago (Madrid, 1961) es crítico de música clásica de EL PAÍS. Con formación jurídica y musical, se decantó profesionalmente por la segunda. Además de tocarla, escribe, traduce y habla sobre música, intentando entenderla y ayudar a entenderla. Sus cuatro bes son Bach, Beethoven, Brahms y Britten, pero le gusta recorrer y agotar todo el alfabeto.

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