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Un puente de palabras

Clara Obligado deconstruye su propia familia argentina en esta hermosísima mirada de ficción

La autora argentina Clara Obligado.
La autora argentina Clara Obligado.MANOLO YLLERA

Titulo esta aproximación al último —excelente— libro de cuentos de Clara Obligado, argentina, desde 1976 instalada en España, con su propia voz, la que aparece en una entrevista reciente en Cuadernos Hispanoamericanos: “Necesité crear un puente de palabras, restablecer lo que había perdido”. A Clara Obligado le interesan el desarraigo, el nada complaciente pasado europeo, lo judío, la emigración, el hecho de no ser ni de aquí ni de allá… y, además, el lenguaje, el idioma que hablamos, ese puente de palabras que nos une, o no (final de un cuento del libro Las otras vidas: “Todo nos une, pensó. Todo, menos el idioma”). En un hermosísimo relato, ‘Verano’, leemos: “Yo, con mis libros, aceptando, a veces con tristeza, que en España nunca dejaré de ser una extranjera”. Y en El libro de los viajes equivocados (2011): “Al cambiar de país hay 10 años que se pierden en conseguir lo mínimo”. El mismo castellano, todos los castellanos. La Mancha de la que hablaba Carlos Fuentes. Afirma la escritora que utiliza un español más o menos peninsular, mestizo, y que si se hubiera quedado en Buenos Aires acaso no habría escrito nada. Pero la metieron, para salvarla, con ropa de verano austral en un avión camino de Madrid, donde era diciembre, diciembre de 1976 —el año del golpe militar en Argentina—, y aquí se quedó, extrañada, trasterrada, y aquí empezó a escribir.

En La muerte juega a los dados, una hermosísima mirada de ficción con todas las minas antipersonales autobiográficas que se quiera, (de)construye su propia familia argentina, de linajudos orígenes, páginas algunas que recuerdan — esos edenes que tenían algunos argentinos con posibles en la inmensidad del país— a algunas de las mejores cosas de Silvina Ocampo y de Adolfo Bioy Casares; ah, las Ocampo, cruzando los mares con una vaca para que las niñas tuvieran leche fresca en las largas travesías. En uno de esos barcos también viajaron inolvidables familiares (ficticios, reales) de las Obligado, hermanas, madres, abuelas, y los hombres. En La muerte… destruye, construye, estructura, desestructura su propia familia, tantas familias patricias como aquellas que llevaban en las tripas los cuatro jinetes del Apocalipsis. Y si decía Chéjov aquello de que, si aparece en el primer acto una pistola colgada en la pared, esa pistola tiene que ser disparada en el tercer acto, pues bien, aquí ella la dispara en el primer relato, el cadáver queda —novela policiaca inglesa— en la biblioteca y luego viene en espiral todo lo demás. Aquel libro se lo debía —pienso— a Buenos Aires, y este otro, el último, de tan bonito título —Obligado titula muy bien—, La biblioteca de agua, es su libro dedicado a Madrid, a un barrio, el de las Letras. Es un homenaje a Madrid a su modo, un libro que se puede leer —a la manera cortazariana— desde el primero al último, y viceversa. Clara Obligado, esa “extranjera” en Madrid, se adentra en el pozo cartesiano, en ese humedal (Madrid, “fui sobre agua edificada”), y se detiene en casas, en lugares, en rostros, en leyendas, y todo eso sin salir del barrio de las Letras, donde vive. Sin salir de su maravillosa literatura.

La biblioteca de agua. Clara Obligado. Páginas de Espuma, 2019. 178 páginas. 17 euros.

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