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Crítica | EL PERAL SALVAJE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las ovejas negras

Cada familia engendra y perpetúa su mitología privada

Cada familia engendra y perpetúa su mitología privada. Así, en el universo de los Karasu, protagonistas de El peral salvaje, la última película del turco Nuri Bilge Ceylan, el hecho de que, en el curso de un día de campo, el bebé Idris, con la cuna colgada de un árbol, acabase cubierto de hormigas que tardaron días en ser totalmente limpiadas de su cuerpo parece explicar por qué su futuro no podía ser otro que el de la oveja negra de la familia. En el presente de la acción, Idris es un hombre adulto, maestro al que quizá se le ha ido erosionando la vocación, ludópata impenitente que ha comprometido la economía familiar a fuerza a apostar a las carreras de caballos. Idris es, en definitiva, el padre en el que no se reconoce el recién licenciado Sinan cuando vuelve a casa con el empeño de reunir el dinero suficiente para auto-editar su propia novela.

EL PERAL SALVAJE

Dirección: Nuri Bilge Ceylan.

Intérpretes: Dogu Demirkol, Murat Cemcir, Bennu Yildirimlar, Serkan Keskin.

Género: drama.

Turquía, 2018

Duración: 188 minutos.

Desde la impresionante Érase una vez en Anatolia (2011), las películas de Nuri Bilge Ceylan, director que inició su carrera invocando la herencia de Antonioni, adoptan la ambición arquitectónica de una novela contemporánea, sin por ello dejar que lo literario ahogue una expresividad cinematográfica que se pone en riesgo a través de derivas poéticas y sensoriales que abren inesperadas fracturas en el discurso y se expande al explorar la relación entre las figuras y el entorno –pervive en el cineasta un pintor romántico que ve el paisaje como proyección subjetiva-. El peral salvaje es su película más depurada en ese sentido: un trabajo que sabe a la perfección que, si quiere mimetizar el peso específico de una buena novela, su ambición última tiene que ser la de articular una visión del mundo a partir de la construcción orgánica de una subjetividad.

La película, cuyo primer montaje era de cinco horas, se nutre de las vivencias de su co-guionista Akin Aksu, cuyo alter ego en la pantalla es encarnado por el cómico Dogu Demirkol, al que Ceylan descubrió como monologuista abucheado en un concurso televisivo. El pulso, progresivamente tenso, con un escritor consagrado, la conversación con los dos imanes o el reencuentro con un amor imposible proporcionan algunas de las secuencias más inolvidables a este historia que tiene su verdadero corazón en el momento en que un padre y un hijo reconocen su compartida condición de perales salvajes en su imposibilidad por encajar en el entorno.

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