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UN CINE ARDE Y DIEZ PERSONAS ARDEN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Al fuego con todo(s)

El nuevo reparto de 'Un cine arde y diez personas arden' no da con el tono adecuado a las obras de Pablo Gisbert

Javier Vallejo
Imagen de la puesta en escena de 2015 de 'Un cine arde y diez personas arden'.
Imagen de la puesta en escena de 2015 de 'Un cine arde y diez personas arden'.

Figuras flamígeras en vez de personajes, reflexiones chispeantes en lugar de diálogos. El fuego es metáfora del anhelo de renovación en este ensayo humorístico escrito para la escena por Pablo Gisbert, copiloto de El Conde de Torrefiel, compañía española de moda en el circuito europeo. Carlota Gaviño e Íñigo Rodríguez-Claro, autores del montaje, han traducido con acierto plástico el teatro de ideas del autor valenciano, sus extensos soliloquios, sus falsos diálogos. Para empezar, los espectadores ocupan el escenario, y los actores, el graderío del teatro Conde Duque: el público es la película que los protagonistas de Un cine arde y diez personas arden están viendo.

Esta puesta en escena es idéntica a la que ambos directores estrenaron hace cuatro años en Nave 73, con un reparto jovencísimo de nueve actores alumnos suyos recién egresados, todos los cuales han sido sustituidos por artistas de más largo recorrido, con prestigio y ascendiente. Sin entrar en consideraciones éticas, el resultado es paradójico. Con sus creadores originales, el espectáculo tenía una vivacidad descarada, turbadora, que se traducía en constante intercambio de energía con el público. En la flor de la edad, sus intérpretes transmitían una pulsión genuina. Rara vez se ve un elenco tan compacto como aquel.

El nuevo reparto, a pesar de su talento contrastado, salvo excepciones no parece haber dado con el tono de los monólogos ni con la entonación tirando a neutra característica de las puestas en escena de Gisbert, y se desliza hacia lo dramático. Además, el elenco inicial interpretaba a criaturas de su propia edad. Vestir de adolescentes a actores de treinta y tantos o que frisan los cuarenta es un recurso paródico adecuado para comedias como El florido pensil, pero aquí resulta extemporáneo y ajeno al universo escénico de Gisbert.

Un cine arde y diez personas arden. Autor: Pablo Gisbert. Versión y dirección: Carlota Gaviño e Íñigo Rodríguez-Claro. Madrid. Teatro Conde Duque, hasta el 9 de junio.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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