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PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Qué pasa en Dogville?

Sílvia Munt dirige en el Lliure una versión alicorta (que firma con Pau Miró) de la película de Lars von Trier, con un buen reparto

Marcos Ordóñez
Una escena de 'Dogville'.
Una escena de 'Dogville'.ROS RIBAS

Me atrevo a pensar que si a Sílvia Munt no le ha acabado de salir Dogville, su nuevo espectáculo, es porque quizás el material no le iba. Mi teoría se basa en que, de convenirle, a lo mejor hubiera sido más fiel a la versión original de Lars von Trier en lugar de presentar esa extraña adaptación que firma con Pau Miró. Munt tiene en sus manos un reparto estupendo. Bruna Cusí (Grace, aquí rebautizada Virgínia) es una protagonista ideal, con todos los elementos para ofrecer un dibujo intenso, apasionado, pero parece que ni el nuevo texto ni la dirección se lo permiten del todo. Y lamento decir que también tienen poca tela que cortar Anna Güell, Andrés Herrera, Josep Julien, Lluís Marco, Àurea Márquez, Alba Ribas, David Verdaguer y Joel Bramona. Andreu Benito, que encarna al padre de la protagonista, es el único que tiene, en mi recuerdo, un pasaje similar al de James Caan.

Muchas de las obras que veo se me hacen largas, y creo que convendría tal o cual tajo. Al salir del teatro pensé lo contrario: faltaba tiempo para desarrollar la negrísima fábula de Von Trier. El original cinematográfico era tal vez demasiado extenso: casi tres horas. La versión del Lliure dura 1 hora y 35 minutos: demasiado corto para el viacrucis de Virgínia. Dos horas podría ser una medida adecuada. Con un ritmo, eso sí, más vivo, menos tedioso. Con más tensión. La diferencia de metraje no es lo único que me queda lejos de la película: la acción del original transcurre en Colorado y en los años de la Depresión. El nuevo título es Dogville: un poble qualsevol. Si se llama Dog­ville, me digo, no es “un pueblo cualquiera”. Será un pueblo catalán, porque los personajes se llaman Albert, Marta, Anna, Glòria, etcétera. Y es, nos dicen, un pueblo en el quinto pino, pero, cosa curiosa, al que acude (aunque no la veamos) una profesora a dar, en el bar, “charlas sobre pedagogía sistémica”. No sé si es un toque de humor.

¿Cómo es ese bar? Un personaje lo describe como “una especie de centro cívico”. En el original, que tenía mucho de inquietante rayuela (o charranca) brechtiana, el aire parecía pesar como una gran losa: un lugar donde todo solo podía ir a peor. Creo que el tema era la oscuridad del ser humano. No sé si un centro cívico era el espacio adecuado. Max Glaenzel, por cierto, le ha dado dimensiones muy amplias para tan pocos lugareños. Además hay un piso alto para que a Virgínia le pase lo que le pasa. Y hay filmaciones (muy buenas, de Daniel Lacasa) para ubicar exteriores. ¿Qué pasa en este neo-Dogville? La verdad es que no lo tengo muy claro. Por lo que decía antes: falta tiempo. “Has conseguido lo que querías: que todos te necesitemos”, le dice Xavier, el médico (Albert Pérez), a Virgínia. Se lo dice, pero me gustaría verlo más detalladamente. Y conocer más y mejor a los personajes. A Glòria, la dueña del bar (Anna Güell). Al casi ciego Albert (Lluís Marco). A Marta (Àurea Márquez). De Anna (Alba Ribas), que apenas tiene dos escenas, nos dicen que es amiga de Virgínia. Lo que más me gusta son los momentos en que los personajes se dirigen directamente al público: tienen fuerza y comunican.

En la película era malo casi todo el mundo, hasta rozar lo inverosímil, como si estuvieran bajo una maldición. Aquí simplemente desconfían de Virgínia porque su rostro aparece ya verán dónde. ¿Quién no desconfiaría un poco? Quizás no tan rápido. Falta tiempo, falta tiempo. Excepto para lo que hacen Josep Julien (Ivan) y Andrés Herrera (Carlos): lo raro es que en el pueblo no les hayan visto antes el trole. Ellos dos también están muy bien. No insistiré en lo que considero su problema, porque viene del texto. Al hijo de Ivan y Marta le llaman, irónicamente, Abel. Se lo vi interpretar a Joel Bramona como el Demien del pueblo: de tal palo, tal astilla. El otro actor es Jaume Solà. Si esos personajes encarnan lo siniestro puro y duro, hay uno que me resulta plenamente desenfocado, por texto y por dirección: Max, el aprendiz de escritor que interpreta David Verdaguer, otro intérprete notable. Diría que la tirada que termina con “¿puedo utilizar tu ejemplo para mi novela?” tiene en el original un vuelo de locura que va más allá de la simple bobería que aquí rezuma (y le da un cariz casi conmovedor que choca con su salida). Tal como las presentan, tampoco me creo la feroz respuesta de Virgínia, ni la moraleja excesivamente conceptual de Anna. Tengo muchas ganas de ver el nuevo montaje de Sílvia Munt, que dirigirá en el Romea el próximo 25 de junio, dentro del Grec: Casa de nines, 20 anys després, de Lucas Hnath, con Emma Vilarasau y Ramon Madaula.

Dogville: un poble qualsevol. Texto: Lars von Trier. Dirección: Sílvia Munt. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 9 de junio.

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