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crítica | Aladdin
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un mundo escasamente ideal

Lo que queda es la labor mecánica, anticarismática de un cineasta facturando un encargo sin la menor implicación

Después de que La bella y la bestia (1991) confirmara la resurrección del largometraje animado Disney a través de su diálogo con las formas del musical, Aladdin (1992) demostró, entre otras muchas cosas, que, incluso en una producción tan aparatosa como las que caracterizaban al estudio, existía la posibilidad de que la creatividad de un solo individuo tuviera un transformador efecto sobre el conjunto. Contratado para dar voz al Genio, Robin Williams se permitió la insólita libertad de improvisar todas sus sesiones, convirtiendo al personaje en prolongación de su verba pirotécnica y multi-referencial, inspirando al equipo de animadores para desarrollar un trabajo que marcaría un hito en la historia de la proteica flexibilidad del personaje animado. Con el trazo de Al Hirschfeld como gran referencia —y alguna apropiación indebida de la por entonces en proceso, y aún inacabada, The Thief and the Cobbler de Richard Williams—, Aladdin fue una de las propuestas más libres y dinámicas en la nueva edad de oro Disney.

ALADDIN

Dirección: Guy Ritchie.

Intérpretes: Mena Massoud, Will Smith, Naomi Scott, Marwan Kenzari.

Género: aventuras. Estados Unidos, 2019.

Duración: 128 minutos.

Bastan muy pocos minutos de metraje de este nuevo Aladdin para entender que, en la educación sentimental de Guy Ritchie, poco peso deben de haber tenido Sabu o Maria Montez. Tampoco las coreografías acrobáticas de Douglas Fairbanks en El ladrón de Bagdad (1924) han sido punto de referencia para una película cuya emborronada puesta en escena pasa por encima de esa proximidad entre el cine de acción y el musical que sí entendió el George Sidney de Los tres mosqueteros (1948). Lo que queda es la labor mecánica, anticarismática de un cineasta facturando un encargo sin la menor implicación, calzando una balada empoderada porque toca y convirtiendo lo que antes era brillante creación animada en apresurado efecto especial, con los viejos hallazgos de Williams reconvertidos ahora en algo que la nostalgia exige recuperar (que no, necesariamente, entender).

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