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Crítica | Taxi a Gibraltar
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Lingote de baratija

Con un cargamento de clichés, la película obliga a los intérpretes a lidiar con unos diálogos de poca o nula gracia

Javier Ocaña
Desde la izquierda, Joaquín Furriel, Ingrid García-Jonsson y Dani Rovira, en 'Taxi a Gibraltar'.
Desde la izquierda, Joaquín Furriel, Ingrid García-Jonsson y Dani Rovira, en 'Taxi a Gibraltar'.

Director argentino afincado en España, Alejo Flah debutó en el largometraje con una coproducción entre ambos países, la muy simpática Sexo fácil, películas tristes: comedia romántica metalingüística sobre el arte de escribir cine, que hundía su mirada en la rendición al estereotipo, tanto del argentino como del gallego, pero solventándolo con varios niveles de representación en los que el cliché mutaba en original ejercicio de funambulismo creativo.

TAXI A GIBRALTAR

Dirección: Alejo Flah.

Intérpretes: Dani Rovira, Joaquín Furriel, Ingrid García-Jonsson, María Hervás.

Género: comedia. España, 2019.

Duración: 99 minutos.

Cinco años después, Flah repite en España con otra comedia, esta vez en forma de road movie, también asentada en el arquetipo de cómo nos vemos mutuamente, pero esta vez el bajón de calidad es bien profundo. Taxi a Gibraltar parte de una leyenda urbana de infinitas posibilidades (la existencia de lingotes de oro en los túneles secretos del peñón, desde el asedio nazi del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial), y con ella Flah articula una comedia despendolada, escrita junto a Fernando Navarro, donde hay muy poco salvable.

El personaje del timador argentino carece de un dibujo atractivo, acuciado por la falta de vis cómica de Joaquín Furriel, y a cada paso es más incoherente en sus dudas. La comedia física y la acción es casi pedestre. De nada le sirve el concepto de película de carretera, ya que ni los encuentros sucesivos ni el paisaje inciden lo más mínimo en el interior de los personajes. Y aunque la verosimilitud no sea esencial en este tipo de bufonadas, al menos debería buscarse una cierta lógica visual y narrativa sobre cómo y por qué entran y salen de cada escenario, aparte de dónde encuentran y guardan ropas, mochilas y utensilios varios.

Con un cargamento de clichés alrededor de cómo vemos al argentino (psicoanalista, locuaz, ligón, futbolero…) y cómo ven ellos al andaluz de pueblo, al llanito de Gibraltar y hasta la dicotomía entre taxistas y conductores de VTC, la película obliga a los intérpretes a lidiar con unos diálogos de poca o nula gracia. Y, a pesar de todo, de ahí sale indemne Dani Rovira, el único que clava casa frase, además de José Manuel Poga y Fernanda Orazi, magnífica actriz teatral en su debut en cine, capaces ambos de mostrar cualidades con dos papeles casi inexistentes y en apenas unas frases.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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