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Muere Salvador Távora, inventor del teatro moderno andaluz

El director de La Cuadra, referente de la escena más comprometida de la Transición, dignificó la cultura popular y el flamenco

Margot Molina
Salvador Távora, en su sillón de dirigir en el teatro que lleva su nombre en Sevilla, en marzo de 2017.
Salvador Távora, en su sillón de dirigir en el teatro que lleva su nombre en Sevilla, en marzo de 2017.paco puentes

Salvador Távora ha fallecido esta noche en Sevilla, la ciudad en la que nació en abril de 1930 y en la que ha pasado toda su vida en continua lucha por dignificar la cultura andaluza, han informado fuentes de su familia. Padre de una caligrafía teatral que ha ido escribiendo sobre los escenarios de 35 países desde que, en 1972, estrenó Quejío en Madrid sorteando la censura. Távora es sinónimo de honradez, valentía y compromiso social dentro y fuera del escenario.

Su última puesta en escena ha sido, precisamente, la reposición de Quejío en 2017, cuando se cumplían 45 años de su estreno. Un crudo lamento de los jornaleros andaluces que pudo verse también en la última Bienal de Flamenco de Sevilla. Aunque ya estaba afectado por una insuficiencia cardiaca, para volver a montar Quejío –en cuyo estreno intervino además como actor (cantaor)— Távora controló cada movimiento sentado en su “sillón de dirigir”, atalaya verde y con asiento de enea desde la que siempre vigilaba sus montajes. Entonces, días antes de recoger el premio Max de Honor que le concedió la SGAE, reflexionaba sobre su trabajo en este periódico: “Mi teatro es fruto de mi experiencia vital que no tiene nada de literaria ni burguesa: del flamenco, de mi trabajo de obrero, del toreo, de la vida del barrio, de las asambleas de izquierda durante la dictadura… ese era mi mundo y cuando empecé lo hice a partir de esas raíces y por eso nunca he coincidido con eso que llaman teatro de creación”.

Su teatro, que han visto más de tres millones de personas, ha contribuido a forjar una imagen distinta de Andalucía a través del flamenco, alejada de los tópicos festeros que han lastrado a la región. Sin embargo, en lugar de disfrutar de los réditos de sus triunfos, cosechados en 180 festivales repartidos por el mundo, Távora ha pasado sus últimos años acuciado por las deudas.

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La Cuadra, la compañía teatral que Távora creó, construyó en 2007 el teatro Salvador Távora en su barrio, El Cerro del Águila, un proyecto impulsado por el Ayuntamiento de Sevilla para el que la compañía tuvo que hipotecar todo su patrimonio y que los llevó a la quiebra en 2014. Ninguna institución acudió en su ayuda y el teatro se salvó de caer en manos de los bancos porque ahora lo gestiona una cooperativa sin ánimo de lucro formada por los trabajadores de La Cuadra, pero no por sus directores: Távora y Lilyane Drillon, que paga un alquiler a los administradores concursales. Este episodio entristeció profundamente a Távora y lastró su ya frágil salud: “Me encuentro como si estuviera nadando en un mar de decepciones, en aguas turbulentas cultural y políticamente”, afirmó a finales de 2014.

Pero, a pesar de los sinsabores, a Salvador se le iluminaban los ojos cuando hablaba de sus proyectos y en ellos podía verse todavía a ese niño de 14 años que empezó a trabajar de soldador en Hytasa, que probó suerte en el toreo como Gitanillo de Sevilla en 1951 y que en los sesenta se metió a cantaor y formó parte de grupos como Gitanillos de Bronce o Los Tarantos. “Para lo que quiero hacer me queda poca vida. Quisiera vivir 200 años para hacer todo lo que quiero”, decía en 2000 en estas páginas.

Al teatro llegó a finales de los sesenta, cuando el crítico José Monleón le propuso unirse al grupo Teatro Estudio Lebrijano y en 1971 participó, con sus cantes, en Oratorio, en el Festival de Teatro de Nancy en abril de 1971. Cuando volvió, contagiado del ambiente que había respirado en Francia, se encierra en un local de El Cerro del Águila y crea Quejío y nace así La Cuadra de Sevilla. Entre los 26 espectáculos que ha dirigido desde entonces desde su sillón verde destaca Carmen. Ópera andaluza de cornetas y tambores (1996). Una relectura de la cigarrera como una gitana pobre y con conciencia obrera en la que primero incluyó un caballo en el elenco y, después, realizó una versión taurina que se representaba en plazas de toros e incluía la lidia de un animal. Obra que la Generalitat de Cataluña prohibió que se representara en su territorio en dos ocasiones, 1999 y 2002, porque incluía la lidia de un toro, lo que provocó ríos de tinta y una sentencia a favor de Távora del Tribunal Supremo.

El flamenco, la música de la Semana Santa y las máquinas que creaba en cada una de sus propuestas han estado siempre presentes en su dramaturgia, con una sinceridad que ha conquistado al público más diverso con títulos como Nana de espinas (1982), Las bacantes (1987), Crónica de una muerte anunciada (1990) o Don Juan en los ruedos (2001).

Su peculiar escritura escénica ha despertado desde el inicio muchas filias y, también, algunas fobias. Este periódico, que salió en mayo de 1976, publicó unos meses después, en octubre, una crítica de su segundo montaje, Los palos, en la que ya Enrique Llovet destacó: “Devuelve a la queja flamenca su plena potencia purificadora”. Algo que ha seguido haciendo siempre, durante casi 50 años, desde el mismo sillón, en el mismo barrio y con la misma ilusión. 

La despedida será este sábado en la sala Capitular del Ayuntamiento de Sevilla, a partir de las nueve y el entierro, a las 12.30 en el Cementerio de San Fernando. Su teatro, su legado más querido, continúa abierto con dos de las piezas esenciales de su carrera: Quejío y Carmen, sin duda el mejor homenaje.

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Sobre la firma

Margot Molina
Ha desarrollado su carrera en El PAÍS, la mayor parte en la redacción de Andalucía a la que llegó en 1988. Especializada en Cultura, se ha ocupado también de Educación, Sociedad, Viajes y Gastronomía. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado, entre otras, la guía de viajes 'Sevilla de cerca' de Lonely Planet.

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