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Salir de la alfombra

Cuentan a menudo historias prodigiosas y eso se trasluce en la propuesta de Teresa Lanceta, una creadora especial y obstinada

Estrella de Diego
Aspecto de la exposición 'La alfombra española del siglo XV', de Teresa Lanceta.
Aspecto de la exposición 'La alfombra española del siglo XV', de Teresa Lanceta.

Las pisamos en casa, acurrucan los pies en las tardes en invierno… Luego, cuando cumplimos años, las apartamos para no tropezarnos en uno de los muchos rituales de despojamiento que impone la edad. Son las alfombras y se dan por hecho, parte de la cotidianidad del hogar o decoración para un altar un día señalado a lo sumo. Las hay en serie, hechas a mano, compradas en unos grandes almacenes, piezas exclusivas expuestas en las salas de un museo. Vamos a verlas al Museo de Artes Decorativas de Madrid o a las instituciones europeas o norteamericanas, como quien se sitúa frente una auténtica “obra de arte”.

Y lo son, aunque con frecuencia se hayan visto como objetos sin relato, un poco de circunstancia, a los cuales pocos han interpelado por tratarse de trabajos menores: cosa de artesanos. Es una reflexión parecida a la de los bordados desde la teoría de género hace cincuenta años: ¿eran obras menores porque los hacían las mujeres o los hacían las mujeres porque eran obras menores?

Sin embargo, las alfombras cuentan a menudo historias prodigiosas. Se trasluce en la propuesta de Lanceta, una creadora especial y obstinada, que empezó a reflexionar sobre las alfombras, los tapices, los tejidos y los tejedores a finales de la década de 1970 y que quizás solo a principios del siglo XXI ha empezado a ocupar el lugar que le corresponde en la escena artística. Demasiado adelantada a su tiempo —ocurre con algunas artistas—.

Hoy mismo, sábado, a partir de las 12.00 de la mañana, abre en la galería Espacio Mínimo de Madrid una exposición de Lanceta, La alfombra española del siglo XV, que pese a ser un proyecto comenzado en 2004 propone muchas de esas ideas radicales que tantas mujeres de su generación han guardado discretas debajo de la alfombra hasta que escampara, esperando mejores momentos. Esos mejores momentos han llegado —al menos por ahora—, y con unos dibujos primorosos y unos tejidos que dialogan porque lo tejido es pintado y lo pintado es cosido, reflexiona sobre las maravillosas alfombras del siglo XV, tejidas en Albacete, Toledo y Cuenca, donde una increíble industria con inspiración y ejecución morisca proporcionaba estos lujosos artefactos a las grandes familias. Lanceta propone, una vez más, el abismo entre productores y consumidores —quienes las hacían y quienes las poseían—, y con su planteamiento político aspira a abrir un camino que lleve al espectador más allá: hasta el Museo de Artes Decorativas o a los cuadros de Berruguete, donde las geometrías moriscas adornan suelos —o altares— católicos y ofrecen esos otros usos de las alfombras.

También yo, frente a este temprano trabajo de Lanceta, pienso en lo político: cuántas otras mujeres, igual que ella, han optado por no hacer lo que las modas exigían y han escondido luego sus trabajos hasta que escampara. Y cómo han salido al fin de debajo de la alfombra.

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