Verdi, ayer, hoy y siempre
La Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera encara la recta final de su proyecto Tutto Verdi con ‘I lombardi alla prima crociata’
Las 28 óperas de Verdi conforman un mosaico perfecto. Un arco inmenso donde cada título es una dovela fundamental de su estructura. El eslabón de una cadena que permite comprender el camino evolutivo del compositor de Busseto, desde 1839 hasta 1893. Lo afirma el actual director musical del Teatro alla Scala de Milán, Riccardo Chailly, dentro de su libro de conversaciones Il segreto è nelle pause (Rizzoli, 2015). Pero el teatro milanés, que fue testigo del nacimiento de tantas óperas verdianas, no es hoy quizá el mejor lugar para contemplar ese mosaico, arco o cadena, sino la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera (ABAO). El proyecto Tutto Verdi, otra fascinante bilbainada iniciada en 2006, encara su recta final esta temporada con I lombardi alla prima crociata, estrenada precisamente en La Scala, en 1843. Le seguirán, Jérusalem, que es la revisión en francés de I lombardi, la próxima temporada, y se culminará, con Alzira, en 2020.
I lombardi es uno de los títulos más interesantes y menos valorados del catálogo temprano de Verdi. Suele verse como una forma de rentabilizar el éxito patriótico de Nabucco, con ese popular coro del cuarto acto, “O Signore, dal tetto natìo”, que replicaba con idéntico carácter el hoy más famoso “Va pensiero”. Pero también supone un fascinante avance en la referida cadena evolutiva verdiana, tal como explica Francesco Izzo, responsable de la edición crítica de la obra de Verdi (University of Chicago Press/Ricordi) en su admirable texto para el libro-programa de ABAO. El compositor no sólo empieza, por vez primera, con un preludio orquestal, que sedimenta ese tono misterioso, solemne y sentimental de la obra, sino que la banda fuera de escena, a continuación, nos remite al futuro Rigoletto. El coro adquiere un protagonismo multifuncional y tan pronto centra una escena como se inmiscuye con voz propia dentro de un quinteto, tal como escuchamos en “T’assale un tremito!”. Y el acompañamiento instrumental, lejos de ser convencional, gana en profundidad, con figuraciones maléficas que se adelantan a Macbeth, en el aria de Pagano, “Sciagurata! hai tu creduto”, y pasajes camerísticos que anuncian el tardío Otello, como en la preghiera “Salve Maria!”. Y podría seguir comentando detalles en los actos segundo, tercero y cuarto donde este título supera a Nabucco.
I LOMBARDI ALLA PRIMA CROCIATA. Música de Giuseppe Verdi. Libreto de Temistocle Solera. Con José Bros, Ekaterina Metlova, Roberto Tagliavini, Sergio Escobar, Jessica Stavros, David Sánchez, Rubén Amoretti, Josep Fadó. Coro de Ópera de Bilbao. Euskadiko Orkestra Sinfonikoa. Dirección musical: Riccardo Frizza. Dirección de escena: Lamberto Puggelli. 67 Temporada de ABAO-OLBE. Palacio Euskalduna, hasta el 28 de enero.
Pero los problemas de I lombardi no están relacionados con la novedad de la música de Verdi, sino con la complejidad de su trama y la dificultad de su música. Lo primero determinó la fría acogida del público bilbaíno en el estreno de ayer sábado, 19 de enero. Y lo segundo puso a prueba al elenco de solistas en unas fechas invernales siempre complicadas para la lírica; de hecho, antes de comenzar, se anunció por megafonía que dos de los tres protagonistas de la ópera, el bajo Roberto Tagliavini y el tenor José Bros, cantarían afectados por una indisposición vocal. Por fortuna, los otros tres pilares musicales de un buen I lombardi, es decir, la orquesta, el coro y la soprano que canta Giselda parecían asegurados. Sin duda, el italiano Riccardo Frizza fue lo más relevante de esta producción. Dirigió con nervio, elegancia y flexibilidad, al frente de una brillante Sinfónica de Euskadi. Y apoyó su lectura en una cuidadosa planificación de la dinámica y los tempi, que aseguraron un discurrir dramático fluido y natural dentro de cada escena. Por su parte, el Coro de Ópera de Bilbao resolvió con calidad los numerosos pasajes corales, algunos de gran dificultad, aunque los dos números más famosos (Gerusalem! y O Signore, dal tetto natio) no estuvieron entre lo mejor de la noche.
En el apartado vocal, la gran triunfadora fue Ekaterina Metlova, que debutaba en el exigente papel de Giselda. La soprano rusa salió airosa del reto vocal, aunque con más audacia que elegancia. Y más pendiente de las notas de la partitura que de los matices del personaje. Empezó tensando las coloraturas, en la preghiera del primer acto, pero mejoró en el segundo acto, con una brillante cabaletta No! … giusta causa non è d’Iddio, que fue lo mejor de toda su actuación. Roberto Taglivini se sobrepuso a sus problemas anunciados y fue un buen Pagano, de timbre noble y compacto, que destacó en su romanza del segundo acto, Ma quando un suon terribile. Por el contrario, el tenor barcelonés José Bros cantó indispuesto su primer Oronte. A pesar de todo, Metlova, Tagliavini y Bros consiguieron, junto al concertino de la Sinfónica de Euskadi, dar lustre a una de las escenas más novedosas de la ópera en el tercer acto, que parte de un virtuosístico concierto para violín y culmina con el exquisito terceto Qual voluttà trascorrere. Bien el resto del reparto y, a destacar, el Arvino de tinte spinto, del tenor toledano Sergio Escobar, y el compacto Pirro del bajo burgalés Rubén Amoretti. Ambos, junto a Metlova, debutantes no solo en este título, sino también en ABAO.
Otro problema importante de I lombardi estriba en la puesta en escena con 11 cambios de decorado ambientados en tiempos de la Primera cruzada (finales del siglo XI) que abarca desde Milán a Jerusalén, pasando por Antioquía y el Valle de Josafat. Pero la puesta en escena del ya fallecido Lamberto Puggelli, que ha sido repuesta en Bilbao por su viuda, Grazia Pulvirenti, aporta un enfoque intemporal sin contravenir las cuestiones históricas de la trama. Por ejemplo, el vestuario de Santuzza Cali incluye judíos ortodoxos contemporáneos frente a una escenografía, de Paolo Bregni, que gira en torno a varias proyecciones sobre el Muro de las Lamentaciones. Pero Puggelli incide, con acierto, en el cariz antibelicista de la trama. Para ello se apoya en la iluminación de Andrea Borelli, demasiado oscura al principio y excesivamente luminosa al final, cuando contemplamos esa Jerusalén como utopía de paz. Y utiliza, además, proyecciones de referentes culturales, como Guernica, de Picasso, en momentos puntuales, como durante el coro antislamista Stolto Allhà!.
Efectivamente, Verdi y su libretista no toman aquí partido por ningún bando, ya sea cristiano o musulmán, y subrayan que en la guerra nunca hay vencedores. Se valen para ello de Giselda, una mujer valiente que cree muerto a su enamorado musulmán y se enfrenta a su padre y los demás cruzados, al final del segundo acto, criticando el Deus vult del papa Urbano II con una vehemente cabaletta : “¡No!.. No es la justa causa de Dios / bañar la tierra con sangre humana”, unas palabras que el compositor marcó con la pluma muy apretada en el autógrafo de su partitura. Verdi, ayer, hoy y siempre.
Babelia
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