Sin entrar en la Gran Pirámide por no tener cita
La reserva y los cupos en el monumento de Keops, novedad en Egipto junto con el atraso del nuevo Gran Museo Egipcio, el cierre parcial del Mena House y las excavaciones de Hawass en el Valle de los Monos
Plantón, soberano plantón el que nos dio a un grupo la semana pasada la Gran Pirámide del faraón Keops. No pudimos visitarla. Yo la verdad me alegré secretamente, porque ya he entrado muchas veces, no hay nada nuevo dentro, y cada vez paso más miedo. Pienso que tengo mayores probabilidades de quedar atascado en el angosto corredor ascendente, de que la pirámide se venga abajo (nada es eterno, ni siquiera las pirámides) o, de que se me aparezca el fantasma de Joan Collins, que hacía de mala malísima en Tierra de faraones y la encerraban allí con un montón de eunucos voluntarios, que ya es faena (en algún lugar estarán todos ellos, digo yo, por no hablar del propio Keops: la momia no se encontraba en el sarcófago, así que igual deambula también por ahí). El caso es que ya había asumido que debía hacer de tripas corazón y entrar cuando se nos dijo que solo se podía acceder al monumento con cita previa concertada, como en el dentista. Aunque, como todo en Egipto, esto es así y a la vez no: si llegas pronto igual puedes pillar una de las 150 entradas disponibles del cupo para la mañana y otras tantas para la tarde. En todo caso, nosotros no pudimos entrar. “Vaya, qué contrariedad, con las ganas que tenía de echar un vistazo a los conductos de ventilación de la cámara funeraria”, señalé poniéndome estupendo y fingiendo una decepción que, como queda dicho, estaba muy lejos de sentir. “No te preocupes, hemos conseguido entradas para la de Micerino”. Casi me da un patatús. ¡La de Micerino es peor! La última vez que entré me quedé paralizado de claustrofobia en el corredor que desciende de manera empinada a la cámara mortuoria (diabólicamente situada debajo de la pirámide). Me rebasó entonces un nutrido grupo de turistas japoneses de forma que aquello parecían los túneles mortales del general Kuribayashi en Iwo Jima. Solo faltaba que empezaran a hacerse volar con granadas.
Lo de que te puedes encontrar con cupo y reservas para la Gran Pirámide, decía, es una de las novedades en Egipto. Otra es que el nuevo Gran Museo Egipcio que se construye en la misma Giza a tiro de piedra de las pirámides (un par de kilómetros al oeste) y va a sustituir al añejo y tan querido de la plaza Al Tahrir, es una verdadera pasada. De quitar el hipo. Se alza como una estructura trapezoidal extravagantemente gigantesca y moderna –empequeñece incluso al coloso de Ramsés II de 12 metros que ya está en lo que será el vestíbulo- en un enorme descampado de 50 hectáreas al borde de la carretera del desierto del Cairo a Alejandría. Lo has de ver dos veces para creértelo. Es inmenso. Será el mayor museo de antigüedades del mundo. Tiene 38.000 metros cuadrados y alojará 50.000 piezas, entre ellas las 5.000 del ajuar funerario completo de Tutankamón (la mayoría ya han llegado, sin embargo las más importantes, los sarcófagos y la máscara dorada, irán más tarde: se los mantiene en el viejo museo para seguir haciendo caja allí, que falta hace, hasta el último momento). Pero no lo van a acabar ni por asomo este año como estaba anunciado. Se preveía un apertura parcial en diciembre (la completa no será hasta dentro de tres años), con al menos el atrio, la gran escalera y la Galería Tutankamón, aunque ya se ha pospuesto otra vez al primer trimestre del año que viene. Hay discusión sobre la museografía: algunos proponen un discurso conceptual en el que se exhibirían juntos, por ejemplo, la barca solar de Keops con el automóvil del rey Faruk como símbolos del poder de la realeza. Se me ocurre, y ahí queda, que, puestos a innovar, entonces podrían juntarse también la momia del faraón Sequenenra, masacrado por los hicsos, y el uniforme que llevaba Sadat cuando lo cosieron a balazos en el desfile de la Victoria en El Cairo en 1981, y que se guarda en el museo que se le ha dedicado (2009) en el recinto de la Biblioteca de Alejandría.
Más cosas; una noticia triste: el Mena House (1886), esa celebración del orientalismo lujoso, ha cerrado gran parte de sus instalaciones que podían visitarse sin necesidad de estar alojado en el hotel. Ya no se puede acceder al restaurante, con su maravillosa vista de las pirámides y que era uno de los lugares más icónicos de Egipto. Toda esa zona del Mena, incluido el salón del piano donde te sentías como en una escena de El paciente inglés aunque fueras un pobre turista sin posibles, va a estar cerrada tres años por reformas.
Pese a las noticias que llegan de un aumento del turismo, la sensación es que la cosa no acaba de recuperarse. Puedes deambular por el área de las pirámides sin toparte casi con nadie. La mayor parte del parque móvil de camellos y caballos está inactivo (a Dios gracias confinado en una zona acotada junto a Keops) con sus jinetes desesperados por conseguir a alguien que quiera emular a Lawrence de Arabia. En el popular bazar de Jan el Jalili, también son contados los turistas, y en la ciudadela de Saladino hay tan pocos que si te cruzas uno te saluda. A señalar que Uber parece haber conquistado ya una porción del mercado del taxi en El Cairo.
En el capítulo de hallazgos, abundan los excitantes rumores (en parte propagados por él mismo) de que el insumergible Zahi Hawass ha dado por fin con una tumba real en el Valle de los Monos, el ramal occidental del Valle de los Reyes (Lúxor), cerca de la tumba de Ay (WV 23). De creer a Hawass se trataría del sepulcro de la viuda de Tutankamón y esposa de su sucesor Ay, Ankesenamón. La momia de la reina nunca ha sido encontrada, como tampoco la del propio Ay. Vamos a ver. Después del fiasco de lo de las cámaras secretas de la tumba de Tutankamón hay que ser prudentes...
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