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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Low: el silencio para escuchar el silencio

El trío de ‘slowcore’ logra una adhesión fascinante en el estreno de ‘Double negative’, un disco tan incómodo como acaso genial

El grupo estadounidense Low en una imagen promocional.
El grupo estadounidense Low en una imagen promocional.

Hace tiempo que nadie se acerca a ver a Low como quien asiste a un concierto, sino a un ritual. El trío de Minnesota ha desarrollado una personalidad tan acentuada y singular, tan rematadamente inimitable, que se puede disentir pero en ningún caso dudar de su capacidad de seducción. La sala But quedó este martes lejos del lleno y ni siquiera fue necesario habilitar la planta superior, pero a pie de pista la concentración y el silencio eran sobrecogedores. Silencio para escuchar nítidamente el silencio: en Low resulta casi tan importante lo que se omite como cuanto llega a explicitarse. A murmurarse, más bien. 

El matrimonio que integran Alan Sparhawk y Mimi Parker celebra estos días su cuarto de siglo sobre los escenarios, pero más asombrosa que la longevidad es aún su vigencia. La sala se dividía secretamente entre quienes aún no han acabado de digerir Double negative y los que lo han erigido ya en obra cumbre del trío y la conmoción discográfica más irrefutable del año. Lo fascinante es que tras una decena de álbumes aún exista ese margen para la reinvención, la controversia y el desconcierto. Las oscuridades de esta nueva obra, que en algunos momentos resultan cósmicas, se suavizan ligeramente sobre el escenario porque acaba prevaleciendo el componente orgánico sobre la digresión electrónica. Pero la banda confía de partida sus bazas a una pieza como Quorum, primer corte de Double negative y culpable de numerosos sobresaltos entre sus compradores: a ratos es difícil eludir el temor de que los bafles de nuestro equipo del salón se hayan averiado.

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El ritual que mencionábamos se explicita en una puesta de escena de austeridad severa. A Sparhawk y Parker les imaginamos matrimonio bien avenido y empastan sus voces con precisión angelical, siempre animándonos al sobrecogimiento o el llanto, pero no se dedican ni una mirada de refilón; el uno, trajinando con la pedalera; la otra, parapetada tras su batería de configuración mínima. El tercero en discordia, el bajista Steve Garrington, es ese hombre larguirucho con gesto de ausencia permanente, tan ensimismado como parece encontrarse con la ejecución. Pero su arquitectura armónica, siempre más imaginativa que intrincada, resulta esencial para que el edificio no se venga abajo.

El momento más extremo, justo en el ecuador de la sesión, llega con una descarga de ruidismo puro: ambientes superpuestos hasta el infinito para poner a prueba la resistencia del oyente mientras las luces, rojas y parpadeantes, parecen émulos de una alarma nuclear. Su interés tiene una limitación temporal que el grupo rebasa con creces, en un nuevo ejemplo de que nadie ha sido convocado aquí para asumir algún tarareo evanescente. El estribillo es un recurso repudiado, y en algunos casos el dolor contenido en la garganta de Alan (Trying to work it out) nos trae a la memoria aquel fabuloso pathos con la voz ya casi quebrada que Neil Young desarrollaba en, pongamos por caso, Mellow my mind. A renglón seguido, Rome (Always in the dark) nos ubica en el epicentro mismo de la oscuridad y la congoja. Por si alguno todavía confiara vanamente en un último resquicio para la redención.

Son las reglas del juego en el slowcore, ese género ralentizado de sugestión a cámara lenta, o más bien gracias a la cámara lenta. La ocasión habría merecido quizá una butaca de teatro, como en la memorable visita anterior (2015) sobre las tablas del Lara: mejor que los efectos espectrales de Sparhawk accionando las cuerdas con la boca le pillen a uno sentado. En comparación, What part of me o la lindísima Holy ghost, con Mimi llevando la voz cantante, parecen acercamientos a una sensibilidad folk. A una belleza más evidente.

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