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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un aire de moderno cosmopolitismo

Vicente Verdú salvó las estrecheces del franquismo y nuestro aldeanismo proverbial

Vicente Verdú en la Galeria de arte David Bardia, en Madrid.
Vicente Verdú en la Galeria de arte David Bardia, en Madrid.Samuel Sánchez (EL PAÍS)

Si hay un ejemplo de profesión episcopal ­-en el sentido etimológico de que quien entra en esa orden debe otear y comprender, en principio, el mundo entero alrededor-, esta debe ser la del periodismo, y nadie mejor para constituirse en su avezado protagonista que Vicente Verdú, ducho en muchas materias, pero además, como se dice, “muy vivido”. Sus estudios universitarios le facultaron para entender el entramado socio-político-económico, de nuestro complejo mundo actual, pero su curiosidad le llevó allí donde se cocía el entramado de nuestro presente, de París a Nueva York, de Occidente a Oriente, y así, salvando las estrecheces del franquismo y nuestro aldeanismo proverbial, Verdú nos trajo un aire de moderno cosmopolitismo.

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En cierta manera, el periodista ideal debe poseer los conocimientos y vivencias antes descritos, pero además debe ser todo lo buen escritor que pueda. En este sentido, claro que Verdú acreditó poseer una particular prosa, hábilmente cosida al discurrir de la vida contemporánea llamada actualidad, pero sabía extraer de entre lo que pasaba la raíz antropológica más enjundiosa y con un toque de originalidad. Esto explica el éxito de su vertiente como ensayista, un género en el que resulta más arduo captar la atención, y que exige al autor una información enciclopédica. Pues bien, con todo ello creías que tocabas a fondo la realidad del personaje, aunque Verdú tenía muchas más cartas escondidas en la manga, que las fue sacando en el transcurso de su fértil vida. Con los años, en efecto, Verdú perdió miramientos para expresar de forma más directa su intimidad, y nos fue revelando sus aficiones ocultas, como la poesía y la pintura, que reflejan una personalidad sensible y compleja.

Algo que ya se adivinaba en el pálpito autobiográfico con que pergeñaba sus ensayos, pero que en el último tramo ya supo expresar sin tapujos. Recuerdo al respecto la anécdota de cuando, ocupando entonces el cargo de jefe de cultura, se empeñó en que la crítica de arte se publicase a diario, algo que sembró la inquietud entre quienes la practicábamos. Lo que no pudimos sospechar entonces es que este proyecto, que finalmente naufragó, fuera el producto de una pasión personal por el tema. Porque al final él mismo se presentó públicamente como pintor, pero para nada como un pintor dominguero, sino con el tesón y la dedicación de un profesional de toda la vida. Esto último supuso que nos viéramos más a menudo en estos últimos tiempos, porque se tomó el asunto con la fe de un idólatra, como lo refleja su producción artística siempre en aumento, y llevando a cabo exposición tras exposición. Aún con todas las dificultades que esta vocación conlleva, Verdú llegó a fraguarse un estilo pictórico personal, que podríamos calificar como dentro de una estética del expresionismo abstracto, con una paleta cromática muy rica y brillante, cada vez más sabia y refinada.

Para mí este descenso al territorio del misterio de las sombras, que caracteriza al arte, es como la coronación de la curiosidad humana más inquieta. Y en este profundo avatar de la exploración de lo más recóndito que tiene el ser humano, le ha sorprendido la muerte, a cuya llamada hay que esperar para saber quiénes somos y qué es lo que hemos querido de verdad, más que simplemente quiénes hemos sido. Por lo general, hay quien es capaz de llenar por completo su existencia con un tema o una profesión, pero son mucho más raros aquellos que en esta búsqueda de lo más genuino de su propia identidad, no temen a mutar de perspectiva, afrontando de esta manera cada vez un horizonte más amplio. A estos vuelos, sin duda, se quiso remontar Vicente Verdú, sin que por ello las alturas le apartasen de esa universal mirada inquisitiva que le corresponde al periodista, pero, sobre todo, al ser humano, al que nunca le sacia ningún límite.

Para quienes tuvimos el privilegio de trabajar en su compañía, Vicente Verdú siempre se quedará fijado en nuestra memoria como un estimulante ejemplo. No me cabe la menor duda de que sus muchos lectores al cabo de los años, también participarán de esta misma vivencia.

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