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De Corinna a Carolyne

Una antepasada de la "amiga" del rey emérito provocó un tormento amoroso a Franz Liszt

Los melómanos instruidos y los partidarios de Franz Liszt en particular no se han sorprendido de que existiera el apellido Sayn-Wittgenstein. Y no me refiero a Corinna, sino a Carolyne, antepasada de la entrañable amiga del Rey Juan Carlos y compañera sentimental del compositor húngaro en un periodo convulso de sus respectivas vidas.

Convulso porque esta efervescente relación no logró sobreponerse a las conspiraciones de la monarquía rusa ni a las sanciones del Vaticano, de tal forma que los apasionados vínculos del principio derivaron a un encorsetado amor platónico.

Se conocieron Carolyne y Liszt en Kiev a propósito de un concierto que el virtuoso pianista protagonizó en 1847. Estaba ella casada con el príncipe Nikolaus zy Sayn-Wittgenstein-Ludwigsburg -se quedaron sin tinta cuando redactaron la partida de bautismo-, incluso tuvieron una hija común, pero el recital de Liszt precipitó un arrebato de consecuencias inesperadas.

La primera consistió en que Carolyne decidió establecerse en Weimar un año después con Liszt, sin miedo a amortiguar las represalias de su esposo. La segunda, capital para la historia de la música, radicó en que la amante del maestro le persuadió para que antepusiera su faceta de compositor a la de pianista, de tal forma que este periodo de pasiones y voluptuosidades condujo a una fertilidad creativa en la que impresionan los conciertos para piano, la Sinfonía Fausto y los poemas sinfónicos más exuberantes.

Los problemas sobrevinieron cuando la pareja pretendió regularizar la relación. Carolyne “conspiró” entre las autoridades eclesiásticas para conseguir que le anularan su primer matrimonio, pero la ceremonia, prevista en Roma con ocasión de los cincuenta años del compositor, se frustró porque la señora Sayn-Wittgenstein subestimó la estrategia y el escarmiento de su esposo.

No sólo hizo pesar Nikolaus su peso aristocrático en el Vaticano. También desempolvó su buena  los zares de Rusia para que desposeyeran a su mujer de sus tierras y de su fortuna. Que en realidad era ucraniana de origen polaco, como se desprende de su patronímico bautismal: Karolina Elzbieta Iwanowska.

Cuesta trabajo eludir las comparaciones con la trama de Ana Karenina. La diferencia acaso se encuentra en que el desenlace fue menos traumático, pero desde luego no inocuo. Franz Liszt, escarmentado por el veto de la Santa Sede, recibió las órdenes menores y se “recicló” como abad, hasta el extremo de que las obras posteriores de su ejecutoria redundaron en el repertorio religioso

 ¿Y Carolyne? Mantuvo con el compositor una relación estrecha, casi siempre epistolar, pero desprovista de connotaciones sentimentales. Se dedicó a su vocación de periodista y ensayista. Y escribió un libro sobre las cañerías del gobierno eclesiástico que fue prohibido por le Vaticano y cuyo título adquiere hoy una extraordinaria actualidad: “De las causas interiores de la fragilidad exterior de la Iglesia”.

 Tanto le afectó la muerte de Liszt, el 31 de julio de 1886, que murió ella siete meses después en Roma. Confesando que nunca había sido tan dichosa como cuando estaba entre los diez dedos del maestro.

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