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Rocío Molina y Sílvia Pérez Cruz levantan una ovación en Aviñón

Las artistas triunfan en el festival de teatro con la obra conjunta ‘Grito pelao’ sobre el deseo de ser madre de la bailaora, embarazada sobre el escenario

Álex Vicente
Un momento de un ensayo de 'Grito Pelao', con Rocío Molina (bailando) y Sílvia Pérez Cruz.
Un momento de un ensayo de 'Grito Pelao', con Rocío Molina (bailando) y Sílvia Pérez Cruz.Christophe Raynaud de Lage

Tenían mucho en común, desde su precocidad hasta su gusto por los trances en el escenario. Ahora tienen también un proyecto compartido que defender. Rocío Molina y Sílvia Pérez Cruz levantaron una ovación en la noche del viernes en el Festival de Aviñón, donde se estrenó su nueva obra conjunta, Grito pelao, que relata el deseo de ser madre de la bailaora, que se sube al escenario embarazada tras someterse a una fecundación in vitro, como se narra al inicio de un espectáculo donde el pudor parece una palabra extranjera. “Llevaba cinco años deseándolo, hasta que se convirtió en un monstruo contra el que no podía luchar. Era una frustración muy grande. Había perdido la creatividad y la ilusión. Con cada actuación de mi anterior obra, había una parte que era casi un aborto”, explicaba Molina a pocas horas del estreno.

Cuando la obra se represente en París, durante el próximo otoño, la bailaora alcanzará el séptimo mes de su embarazo. Y lo hará bailando soleás y tarantos sobre el escenario. “Pero no es nada heroico o extraordinario. Es algo que hacen todas las mujeres. Lo considero incluso egoísta, porque si no lo hiciera estaría deprimida”, afirma. La obra pasará por el Grec de Barcelona los días 18 y 19 de julio y por el Festival Terral de Málaga el 7 de agosto. Grito pelao también podrá verse en Sevilla, Zaragoza y Madrid en septiembre. Se trata de su segundo trabajo en común tras Impulso, que se estrenó en los Teatros del Canal de Madrid en 2017.

A su lado, Pérez Cruz interpreta un papel cambiante, como un narrador testigo, observador y a la vez participante, que oscila entre la mejor amiga y la comadrona. “Soy un comodín con el don de la transformación, como un ángel junto a la virgen engendrada”, sonríe la cantante, que compuso distintas canciones que interpreta en directo, comentando la acción que tiene lugar sobre el escenario, igual que lo haría un coro griego o un bardo. Una de ellas, tal vez la más arrebatadora, se inspira en el poema Para un hijo sin padre, de Sylvia Plath. E, igual que en la obra de la malograda autora, la experiencia de la maternidad que refleja Grito pelao no siempre está pintada de color de rosa. “Hay una parte que lo es y otra que no. En mi caso, también hay una soledad y una ausencia”, reconoce Molina, que relata su experiencia desde el punto de vista de una madre soltera y lesbiana. “Yo era muy reacia a las clínicas y a todo lo no natural. Cuando me inseminaron, me entraron ganas de decirle al doctor: “¿Me puedes dar un besito?”, bromea. “Mi viaje empezó por un proceso de aceptación. Yo salía de un proyecto de cinco años con mi ex pareja, de corte más familiar y tradicional. Tuve que quitarme todo eso de encima”.

Pérez Cruz, madre de una niña de 10 años que también tuvo sola, encontró una solución básica a los retos de la maternidad. “La palabra amor está muy trillada, pero llega un momento en que se ilumina en tu boca. Acabas entendiendo que es el motor de casi todo”, sostiene. La cantante tienen la sensación de haberse expuesto “menos que Rocío”. “Tengo otra filosofía que ella. Tengo un instinto de protección muy grande, tal vez porque yo ya tengo una hija”, afirma. Junto a ambas aparece la madre de la bailaora, Lola Cruz, que interpreta a un tercer vértice en el escenario, una mujer protectora y benevolente, pero que también parece recibir algún reproche.

Pérez Cruz y Molina llevaban años admirándose mutuamente. Se invitaban a sus respectivos espectáculos, pero les daba respeto pasar a saludarse en el camerino. Hasta que, el año pasado, un encuentro fortuito en un avión a Sevilla las obligó a hablarse. Describen lo que sucedió como un flechazo artístico. “Y estas cosas no pasan casi nunca. Había que aprovecharlo”, dice Molina. Al llegar la invitación del Festival de Aviñón, que quería coproducir un espectáculo con Molina, la bailaora no dudó en introducir a Pérez Cruz en la obra, en la que ya trabajaba con Carlos Marquerie, colaborador de Angélica Liddell y Rodrigo García, a cargo de la dramaturgia. El resultado se fraguó en la casa-taller de Molina, perdida en algún punto impreciso del campo onubense.

Por segundo año consecutivo, el flamenco ocupa un lugar destacado en Aviñón. En la edición de 2017, el director artístico del festival, Olivier Py, invitó a Israel Galván a ocupar el Palacio de los Papas con su baile áspero y torturado. “El flamenco es un ejemplo extraordinario de cómo reutilizar y reinventar una herencia. Ayer, mientras veía bailar a Rocío, me decía que me gustaría llegar a lo mismo en mi trabajo: tomar la tradición de mi país y ponerla al servicio del presente”, afirmaba Py. A Pérez Cruz, este festival de artes escénicas, considerado el más importante de Europa, no le impuso tanto como cabría esperar. “Yo me pongo más nerviosa en un bar que en el Liceo. Tal vez no tenía conciencia de lo que suponía”, dice. Molina, que a sus 34 años es una de las artistas más jóvenes en toda la historia del festival, tiene la misma filosofía. “Pero esta vez sí que me impuso. Creía que llegaría más tarde y en otro momento personal”.

Al final de la obra, Pérez Cruz le canta a ese feto del tamaño de un aguacate (tras haber sido pimiento, fresa, limón y naranja, según una aplicación que Molina lleva en su móvil). “Tu madre baila por ti. ¿Quién le bailará a tu madre?”, la interroga. Es una pregunta retórica: sabe que Molina se baila perfectamente a sí misma. “Te hice para encontrarme”, dice un verso de Anne Sexton que inspiró Grito pelao. Es un espectáculo con la intrepidez de ser imperfecto, en el que dos mujeres hacen lo más difícil para todo artista: abandonar esa peculiar zona de confort llamada excelencia para adentrarse en parajes desconocidos, sin miedo a perderse por el camino. Y el arte, como ya es sobradamente conocido, suele imitar a la vida.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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