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LIBROS / ENTREVISTA

Alejandro Gándara: “No quise hacer carrera como escritor”

Apasionado por la enseñanza, el premiado narrador y fundador de la Escuela de Letras reaparece con 'La vida de H', una novela de hadas

Juan Cruz
Alejandro Gándara, en el paseo de Recoletos (Madrid) el pasado mayo.
Alejandro Gándara, en el paseo de Recoletos (Madrid) el pasado mayo.samuel sánchez

Dónde demonios ha estado este hombre durante las dos últimas décadas? Estaba siendo padre, enseñando humanidades, y finalmente reaparece con una novela que es un cuento de hadas, La vida de H (Salto de Página).

Alejandro Gándara es escritor y ha enseñado a escribir. Nació en 1957. Con La media distancia (Alfaguara, 1984) se convirtió en uno de los novelistas más promisorios de su generación. Ganó los premios Nadal 1992 (por Ciegas esperanzas), Herralde 2001 (Últimas noticias de nuestro mundo), el Anagrama de Ensayo 1988 (Las primeras palabras de la creación)… Además, fundó en 1989 la Escuela de Letras, con Constantino Bértolo, con José María Guelbenzu, con Juan José Millás… La pasión por enseñar (y por aprender) la extendió al ejercicio del periodismo, en EL PAÍS, en El Mundo, en Abc…

En EL PAÍS trabajó en los suplementos literarios con dos leyendas, Rafael Conte y Vicente Verdú, y dejó la huella de un hombre callado, cuyas sentencias le llevaban el tiempo que ahora sigue tomándose al responder una pregunta simple: ¿dónde demonios ha estado en estos últimos tiempos? Él dirá que ha estado enseñando en la Escuela Contemporánea de Humanidades, y dando cursos por el mundo, que en 2014 publicó una novela nueva, Las puertas de la noche (Alfaguara)… Fue como si reapareciera de puntillas. Y entró otra vez en el silencio. ¿Cómo es que ahora reaparece escribiendo una novela que es un cuento de hadas, La vida de H, aquel Gándara que iba para continuador de Juan Benet, entre otros de sus mayores? “He aprendido a disfrutar con la escritura: había en ella algo más que destreza, éxito, reconocimiento. La escritura es una ventana para mirar el mundo de otra manera, para saber que la realidad es ambigua. Esa ambigüedad es la riqueza de la vida, pero también la riqueza de la literatura. De pronto, me sentí a mí mismo haciéndolo”.

“Aristóteles decía”, cuenta Gándara, “que hay que hacer aquellas cosas que satisfacen por sí mismas. Yo lo que he descubierto es que la literatura me satisfacía por sí misma y que prácticamente no necesitaba nada más”.

Esa autosatisfacción explica su viaje silencioso lejos del ruido de lo publicado. “Me he ido saliendo de los circuitos del mundillo, no por nada, sino porque estaba haciendo otras cosas. Hay gente que quiere hacer carrera y yo no quise hacerla como escritor. Dentro de ese disfrute coincide que me he tenido que ocupar mucho de mis cuatros hijos. Pero mucho…”.

—¿Qué significa “pero mucho”?

“Lo que he descubierto es que la literatura me satisfacía por sí misma y que prácticamente no necesitaba nada más”

—Un hijo es una ocupación y una preocupación. No es sólo el tiempo que tienes que estar con él, sino que fuera del ámbito de esa relación un hijo sigue imponiendo su presencia y su omnipotencia. Con un hijo aprendemos que nuestra vida está en segundo lugar. Ese aprendizaje se puede hacer de otras maneras, pero con un hijo es definitivo: eres algo prescindible, dado que su vida es más importante que tu vida, que lo que le pase a él puede acabar con la tuya. Una muerte de un hijo es también tu muerte, una enfermedad es un destrozo, hay una ósmosis tan fuerte que prácticamente el hijo y el padre son lo mismo. Y esto fue un descubrimiento.

Son dos hijos grandes y dos hijas pequeñas. Fue padre joven, es padre longevo. Puede decirse que los cuatro lo cambiaron de escritor a padre. “Recuerdo lo que dice Robert Du­vall en Primera plana: ‘Yo quería ser un hombre honrado, gran periodista y un buen padre de familia’. Y, de pronto, descubre que cada una de esas cosas llevaba toda una vida. En parte descubrí eso, que tenía que hacer cosas que llevaban toda una vida. La literatura puede explicar esa relación con ellos. Explica, sobre todo, que dan amor y dolor”. Las fuentes del dolor ya se conocen: cuando se separan de ti, cuando contraen enfermedades, “por la dificultad de encontrar deseos, por la imposibilidad de que sigan contigo en un terreno más íntimo”.

La infancia es, también para los padres, “una edad de alto riesgo. Es un tópico decir que el niño pequeño es la afectividad sin conflictos. Eso no existe. El niño pequeño empieza a luchar contigo todo el tiempo, a imponer sus deseos… El mundo del niño es el mundo del alma, no es un mundo benéfico ni bondadoso, ni tiene que ver con la factoría Walt Disney. Es un mundo vivo, real y muy ambiguo”.

La vida de H explica la historia de la relación de un hada con sus padres, cómo ella los conduce. Es, ahora, la manera de Gándara de volver a la vida literaria habiendo escapado de ella. “Fue la decepción más importante que tuve. Me vi esperando demasiado de los otros, necesitando el reconocimiento. Creo que es imposible decepcionarse del mundo de los demás si no se parte de una decepción propia de cierta envergadura. De pronto me descubrí que no era yo, no disfrutaba con ello, solamente recibía las satisfacciones propias del reconocimiento ajeno”.

—El libro parte de la infancia para preguntarse por la vida adulta. La pequeña hada se convierte en la guía de sus padres. El mundo al revés.

—Esa niña ayuda a que los padres reconozcan dónde están. El padre es un hipocondriaco grave. La madre, una ejecutiva que piensa que se ha acomodado al mundo al descubrir todo lo que no es tangible.

—¿La de H es una vida inventada?

—Nos hemos inventado a nosotros mismos, nos estamos inventando todo el rato. Una vida sería lo que uno piensa de su vida más lo que todos los que lo rodean piensan de su vida. El personaje real que surge tiene que ser un compuesto de esas miradas.

—Dice el padre de H: “Durante un tiempo, tú, pequeña, serás el resto de mi vida”. Eso debe venir de su propia realidad, Gándara.

—Qué quieres que te diga. En el amor no hay espacio ni tiempo. La niña ha pasado a no ser ni espacio ni tiempo. Es un hada, y para el padre es el resto de su vida, la eternidad. Iba a ser un ensayo sobre la muerte. Y fue un libro muy difícil de enfocar, muy difícil de contar. Era todo muy raro en él. No podía contarlo como una experiencia porque entonces el mundo del niño no aparecería por ningún lado. Es un cuento de hadas para adultos. Igual que a un niño el cuento de hadas le escenifica los conflictos, sería deseable que este libro escenificara los conflictos del adulto en tanto que niño.

Gándara se va con su maleta de dar clase. Es escritor en fuga. Fue atleta. Así que se va volando.

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Autor: Alejandro Gándara.


Editorial: Salto de página (2018).


Formato: tapa blanda (176 páginas).


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