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FESTIVAL DE CANNES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Kapuscinski en el infierno de Angola

La película 'Un día más con vida' la narración es épica y emotiva, sale del convencimiento

Fotograma de la película 'Un día más con vida'.
Carlos Boyero
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El crepúsculo del colonialismo portugués en Angola, su independencia y la posterior e interminable guerra civil han tenido cronistas excepcionales. En el caso del admirable escritor portugués António Lobo Antunes fue porque le reclutó el Ejército de su país. El legendario periodista polaco Ryszard Kapuscinski acudió inicialmente a ese infierno porque se lo exigía su profesionalidad y acabó tomando partido hasta el compromiso absoluto por uno de los bandos enfrentados. Rusia y Estados Unidos estaban utilizando ese sangriento escenario para continuar su guerra fría. También intervinieron la Cuba castrista y la Sudáfrica del apartheid. Kapuscinski logró sobrevivir a duras penas y narró la experiencia en su primer y memorable libro.

Dos directores, el español Raúl de la Fuente, y el polaco Damian Nenow, reconstruyen en Un día más con vida la epopeya del periodista en Angola. Mezclan el cine de animación con imágenes en las que algunos de los personajes reales que protagonizaron aquella guerra recuerdan delante de la cámara lo que ocurrió allí. Y funciona muy bien la asociación entre sus testimonios y la reconstrucción mediante esos espléndidos dibujos animados de lo que Kapuscinski vivió en Angola. La narración es épica y emotiva, sale del convencimiento y del corazón. Y podrían plantearse dudas sobre si la sagrada misión del periodismo es informar objetivamente de un conflicto o que los transmisores tengan tan clara la identidad de los buenos y de los malos, que se impliquen hasta el tuétano en la causa de los primeros, que se conviertan en aguerridos militantes. Kapuscinski no solo intentó echar una mano al Ejército en el que creía, sino que plasmó lo que vio y sintió allí en vibrante escritura.

El director chino Jia Zhang-Ke lleva más de una década contando que en su país están ocurriendo muchas cosas turbias o siniestras, que abunda la corrupción a múltiples niveles y las mafias de todo tipo, que es brutal la diferencia entre la forma de vida de las élites y la del resto del personal. A veces ha descrito ese panorama inquietante con cierto interés. Pero es escaso el que posee la muy larga y monótona Ash Is Purest White. Arranca con el amor entre el jefe de una hermandad gansteril y la mujer que ejerce de lugarteniente. Continúa con el encarcelamiento de esta y la imposibilidad de la antigua relación cuando vuelven a verse. Lo único que tiene un poco de gracia es la muestra de estafas callejeras que ella practica para lograr su supervivencia, una mujer estigmatizada, sola y que no posee nada.

Dudo que nadie medianamente lúcido adquiera, distribuya y estrene el último y verborreico onanismo mental del nonagenario Godard. Por lo tanto, es absurdo que hable de ella. Entre otras cosas porque me resulta imposible entender lo que pretende decir, algo que me ocurre con casi la totalidad de su cine, o ensayos fílmicos como los define él. Se titula El libro de la imagen. Una voz en off larga una letanía insufrible a base de reflexiones presuntamente profundas y desoladas sobre el estado de las cosas, acompañando a imágenes caprichosas que mezclan escenas de películas con el terrorismo yihadista, los nuevos disfraces del capitalismo, el ser y la nada y cosas así.

Godard sigue ingeniándoselas para la milagrosa tarea de que alguien le siga produciendo sus tonterías seudoartísticas. Había en la sala alarmantes y cuantiosos síntomas de somnolencia. Qué arduo lo tienen esos fans que declaran no poder vivir sin la sagrada obra de Godard para explicar con un mínimo de racionalidad la fascinación que les provoca. Pero la impostura y la farsa prosiguen. Que se disfruten mutuamente el riguroso gurú y los entendidos que le declaran su amor incondicional.

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