Mathieu Amalric, el duende vibrante del cine francés
El actor y director realiza 'Barbara', un 'biopic' sobre la fascinante cantante francesa que protagoniza su exesposa, Jeanne Balibar
La ventana del hotel parisiense se resiste. En persona Mathieu Amalric (Neuilly-sur-Seine, Hauts-de-Seine, 1965) posee el mismo espíritu juguetón que muchos de sus personajes en pantalla, duendes que se refugian tras sus ojos grandes y su enorme sonrisa de bromista. Y con esas armas ha involucrado al periodista en el intento de abrir una ventana para que el actor y director pueda fumar. Hay un candado de por medio y una alarma que salta en algún lugar de recepción. Amalric no deja de reír con la chiquillada. "¡Ni siquiera podemos suicidarnos aquí!". Hasta que aparece un lacónico camarero. Imposible. Amalric le mira y en 30 segundos le engatusa con su cháchara. Resultado: el cineasta fuma en la habitación gracias a una taza reconvertida en cenicero. Debe de ser increíble tener tal poder de convencimiento. "No es tan superpoder, pregúntale a mis exesposas", responde entre risas.
Una de ellas, la actriz Jeanne Balibar, fue el detonante de la nueva película como director de Amalric, Barbara, un curioso artefacto que sobrepasa la mera definición de biopic de la legendaria cantante y compositora francesa Barbara, que empezó cantando temas de sus amigos Jacques Brel y Georges Brassens, hasta que en la década de los sesenta triunfó con sus propias canciones. Amalric recoge un viejo proyecto de su amigo, Pierre Léon, y lo retuerce. "Pierre intentó hacer la película durante ocho largos años; hace tres me confesó que estaba agotado, y me pasó el testigo". Él mismo encarna a un director obsesionado con una actriz, Brigitte (Balibar), con la que está rodando un biopic de Barbara. A su vez confronta a la actriz, caracterizada y sin caracterizar, con imágenes auténticas de la cantante. Y como elemento final, el París de los sesenta, que todos añoran pero del que hoy quedan pocas huellas. "En cierto sentido, me rindo. He hecho un biopic y no puedo gastar energía negándolo. Aunque no me gustan en su sentido clásico. Solo si logras resucitar algo de la pulsión, de la energía de la leyenda que retratas. Para mí, es como cuando ves en una iglesia las pinturas de los santos, y con esas imágenes reconstruyes la vida de aquellos héroes políticos, sociales... mientras en tu interior tu alma se eleva. ¿Sabes el problema de los biopics? Que normalmente encierras a los actores en una prisión, la prisión de la imitación. Y el mundo real siempre será mejor. Yo apuesto por la sensación, porque la audiencia sienta al personaje, y aquí tenía una poderosa aliada en la música de Barbara, que es popular incluso en países como Japón, pero porque allí están locos".
Amalric es uno de los actores franceses más famosos, con películas tanto en su país como en el mercado anglosajón como Alice y Martin, Reyes y reina, La escafandra y la mariposa, Múnich, La venus de las pieles o El gran hotel Budapest. Si hasta fue un villano de la saga bond en Quantum of Solace. Barbara es su quinto largometraje como director. "Y en ella me he permitido jugar al máximo. La estructura puede recordar a las muñecas rusas y así he creado un dispositivo lúdico que...". Entra un camarero con un café y a Amalric se le iluminan los ojos mientras le explota el espíritu infantil y pide, por favor, algún bollo "a ser posible con chocolate". "¿Dónde estaba? Ah, sí, mi fidelidad solo se la debía a Barbara. Durante tres años me he convertido en su mayor experto, descubriendo incluso canciones inéditas suyas. Por amor a Jeanne también, que ya sé que sonará raro, pero es que al final siempre sientes un gran cariño por tus exparejas...".
Como actor, Amalric lucha contra su rol. "Tengo un problema. Me gusta reírme mucho de mí mismo en pantalla. Y a veces eso no encaja en las historias, porque las ridiculizo. Ahora sí funcionaba porque la música de Barbara llevaba a su público hasta los sentimientos más primarios: una risa sin vueltas, un lloro limpio... Pregunté a mis amigos que la escucharon en directo qué habían sentido, y me hablaron de un regreso al final de su infancia e inicio de su adolescencia". El cineasta confiesa que disfruta más como director: "Empecé con 17 años en el cine como asistente de producción llevando cafés, reponiendo sándwiches, y jamás pensé llegar tan lejos". Hasta que su madre, crítica literaria en Le Monde, le presentó a Otar Iosseliani, el gran director georgiano. "Debuté como actor con él, pero quien me moldeó fue Arnaud Desplechin, y por eso siempre vuelvo con Arnaud desde hace 25 años. Cuando me despierto, cuando sueño por la noche, pienso en hacer películas. Y a ser posible con mis amigos, porque tengo algunos muy talentosos. Por ejemplo, el músico John Zorn, al que filmo desde hace ocho años. Como actor me encantaría ser como un violinista de una orquesta sinfónica, perfectamente afinado y listo para cuando el director baje la batuta". A esta metáfora le ha empujado su actual pareja sentimental, la soprano y directora de orquesta Barbara Hannigan. "He hecho varios documentales sobre su trabajo que me han hecho completar mi definición de artista".
Ahora mismo, antes de lanzarse en verano a una nueva aventura interpretativa, Amalric está obsesionado con el escritor austriaco Robert Musil. "Uff, disfruto muchísimo de las horas que paso leyendo solo. Ha completado mi visión del mundo". Y como despedida final, saca de su mochila y enseña un ejemplar de tapa blanda absolutamente desgastado de El hombre sin atributos. "Sublime".
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