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in memoriam
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Reyes Abades era el “cine español” con mayúsculas

Llevaba el cine en las venas y nada le gustaba más que un reto, un plano imposible

Reyes Abades con el Goya a los Mejores Efectos Especiales, por 'Balada triste de trompeta en 2011'.
Reyes Abades con el Goya a los Mejores Efectos Especiales, por 'Balada triste de trompeta en 2011'.Ballesteros (EFE)

Cuando empecé a hacer cine, hace 30 años, Reyes Abades ya era una leyenda. Reyes era el “cine español” con mayúsculas, el rey de los efectos especiales, la persona que estaba detrás de todas las películas que se salían de lo normal. Nosotros le mirábamos con temor, admiración y respeto, formábamos parte de ese grupo ruidoso de jovencitos que empezábamos en esto y querían cambiarlo todo a trompicones. Nos gustaban el riesgo y la acción, pero, al mismo tiempo, nuestra tremenda ignorancia le sacaba de sus casillas. Menos mal que Reyes tenía paciencia.

Recuerdo su mirada, cargada de experiencia. Cuando le pedías algo, no sabías si se iba a echar a reír, o te iba a soltar un guantazo. La cosa solía terminar con una leve sonrisa, y, poco a poco, sin llegar nunca a ofenderte, con un cariño especial, te hacía entrar en razón. Sin embargo, nunca le oí pronunciar la palabra “no”. Reyes llevaba el cine en las venas, y nada le gustaba más que un reto, un plano imposible. Su talón de Aquiles era: ¿King, se puede hacer esto? Y te miraba, y sonreía, en silencio. Y entonces preguntaba: ¿dónde está la cámara? Sus ojos brillaban con malicia, y comenzábamos a discutir, a preparar el campo de batalla. Aprendí de él muchas cosas, sobre todo, a tener paciencia, perseverancia. A que no existe la improvisación. Las cosas salen bien si han sido preparadas de antemano. A mantener la palabra dada, y lo más importante, a saber perdonar. Reyes me enseñó, puedo decirlo, a ser mejor persona. Reyes era un caballero, un hombre que, con su nobleza, trascendía su profesión. Siempre he mantenido que los técnicos, en especial los especialistas y los profesionales de efectos especiales, son la aristocracia del cine. Se juegan su vida y la de los demás, y por ello tienen otro temple. La vida les endurece sin perder

elasticidad, como una espada que no se rompe nunca. Saben absorber los golpes sin ofrecer resistencia, aprendiendo de sus errores. Reyes me hizo sentir que el cine está por encima de las circunstancias que te atan a una película en particular, que hay algo más. Ser parte de algo más profundo, una fraternidad de cineastas que trabajan juntos creando mundos imposibles. Ese algo más es la ilusión, la magia, o la fuerza del cine. Reyes Abades era un rey, “King”, como le llamábamos nosotros, y esa sonrisa no podía ocultar su tremendo poder. Tuve el honor de trabajar con él en dos películas, El día de la Bestia y Balada triste de trompeta. Durante los años que pasé en la academia le tuve muy cerca, aconsejándome, y apoyándome. Nunca olvidaré la seguridad y la tranquilidad que sentía al estar en sus manos. Reyes te convertía en alguien especial porque, al trabajar con él, pasabas a formar parte de su familia, de la comitiva del rey. Me siento orgulloso de poder decir que fui su amigo, y daría todo lo que tengo por conservar en mi mirada algo de ese brillo que él no perdió jamás.

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