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Bob Dylan contra el anticristo

Una panorámica de grabaciones inéditas recoge la música cristiana que el cantautor facturó entre 1979 y 1981 ante la furia de gran parte de su público

Diego A. Manrique
Bob Dylan durante un concierto en el Warfield Theatre de San Francisco, en noviembre de 1979.
Bob Dylan durante un concierto en el Warfield Theatre de San Francisco, en noviembre de 1979.Baron Wolman (EL PAÍS)

Bob Dylan tiene arte: ha sabido sobrevivir a sucesivos enfrentamientos con su audiencia. En 1979, le echó un pulso al núcleo contracultural de su público: convertido al fundamentalismo cristiano, ofrecía conciertos dedicados exclusivamente al cancionero proselitista. El rechazo fue brutal y, a finales de 1980, reintrodujo piezas profanas, de Blowin’ in the Wind a Like a Rolling Stone. Tras Slow Train coming (1979), Saved (1980) y Shot of Love (1981), dejó de girar durante un par de años y diluyó el contenido religioso en sus siguientes discos. Quizás siguió manteniendo las mismas creencias: intimó con varias de sus cantantes y, en 1986, se casó en secreto con una de ellas, Carolyn Dennis; un matrimonio que generó una hija y que duró hasta 1992.

¿Se podría afirmar que Dylan perdió aquella batalla? No exactamente: ha salido Trouble No More (Sony), una antología de grabaciones inéditas de 1979-81, disponible en un doble CD o una caja colosal con libro, 8 CD y un DVD. Ahora, las críticas están siendo extraordinariamente generosas. Se reconoce que la cristianización supuso para Dylan una explosión creativa; se rescatan muchas canciones descartadas y se ofrecen abundantes muestras de directos con robustas bandas y un coro que llegó a sumar cinco voces femeninas.

Pero hay truco. Los conciertos incluidos son incompletos: no está el aperitivo góspel que ofrecían las coristas ni –urge destacarlo- los parlamentos de Dylan entre canción y canción, a veces auténticos sermones. Muchos de aquellos conciertos se desarrollaron en teatros, donde el artista podía apreciar el repudio de sus antiguos fieles, a los que -aparte de amenazar con el fuego y el azufre del infierno- Dylan vituperaba.

Tales alocuciones han sido borradas de estos documentos oficiales. Persisten dispersas entre grabaciones piratas; están transcritas en Saved! The Gospel Speeches, un librito publicado por el pintor Francesco Clemente en edición artesanal. Aparte de mostrar a un Dylan que pierde los estribos, las arengas revelan que se había apuntado a un dogma particularmente odioso. Como muchos de los veteranos de los 60, Bob entró en lo que Robert Greenfield denominó el Supermercado Espiritual. Pero no se contentó con el Jesucristo afable y pacifista de aquellos hippies llamados Jesus freaks. Prefirió hurgar en los rincones donde se amontonaban cosmogonías rancias, exégesis vengativas, visiones del Dios guerrero. Con todo ello, se cocinó una auténtica olla podrida.

Dada la reticencia dylaniana a explicarse, solo podemos especular a partir de sus arranques. Parecía coincidir con la Mayoría Moral del predicador Jerry Falwell sobre la degeneración de las costumbres: se refería a San Francisco como “ese lugar donde habitan los homosexuales”, censuraba a las mujeres “que viven para los orgasmos”, deploraba los anticonceptivos.

Creía en la literalidad de la Biblia, especialmente del Libro de las Revelaciones. Veía cerca el Final de los Tiempos, con la batalla de Armagedón en el israelí valle de Jezreel. Allí serían masacradas las fuerzas del Anticristo, es decir, los ejércitos de Irán, China (“200 millones de soldados”) y la Unión Soviética: la fantasía favorita del cristianismo sionista.

Educado en el judaísmo, la Biblia había estado presente en su obra casi desde sus inicios. Pero el Dylan evangélico parecía convencido por las predicciones del teólogo Hal Linsey, que vendió (dicen) 30 millones de copias de La agonía del gran planeta Tierra. Según Linsey, 1988 era una fecha probable para la Gran Tribulación y el Arrebatamiento (los justos ascienden desnudos al cielo, dejando abajo montoncitos de ropa y calzado). En justicia, conviene saber que Dylan se distanció públicamente de aquel fanático, que terminaría identificando a Obama como el Anticristo.

Epifanías musicales

Escuchando Trouble No More, se evidencia que el Dylan de 1979-81 estaba ardiendo, artísticamente hablando. Las canciones se repiten pero van mudando en arreglos y letras. Muchas siguen modelos del góspel mientras otras, grata sorpresa, se aproximan al blues-rock de 1965, tanto en el ataque instrumental como en la manera de escupir los versos.

Aparte del choque cultural que suponían esos textos, hay que recordar que la trilogía cristiana se comercializó con portadas francamente feas. Con todo, Dylan se preocupó por mimar la producción: llamó a uno de los históricos del sello Atlantic, Jerry Wexler, al que inútilmente pretendió evangelizar (“Bob, soy un ateo judío de 62 años, no sigas”).

Como cómplice, estuvo el teclista Barry Beckett, que convocó a los músicos de Muscle Shoals (Alabama), reforzados por invitados como Mark Knopfler. Para el tercer álbum, Shot of Love, no se movió de Los Ángeles, donde recibió en el estudio a Ringo Starr o Ronnie Wood.

La versión ampliada de Trouble No More contiene también una película de una hora, que alterna entre cuidadas interpretaciones en directo, salpimentadas con varios sermones, escritos ad hoc por Luc Santé y escenificados brillantemente por el actor Michael Shannon.

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