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El hombre que fue jueves
Columna
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Hablando de comedia

"Es casi imposible jalear un silencio conmovido o un colofón dramático sin romper el clima", dice un aactriz

Marcos Ordóñez

Hablamos de comedia. Les digo que para mí es el lenguaje de los dioses, lo más sagrado. El director me contesta: “Y lo más difícil. Donde una función corre más peligro de desajustarse es en gira y por su parte cómica”. La actriz señala: “Es arriesgado creer que la respuesta del público ha de marcarte los efectos y si estás conectando, porque no hay dos públicos iguales”. El actor añade: “Prolifera hoy un público, respetabilísimo, que va al teatro con un hambre sorprendente de comedia, pero peligrosamente dispuesto a partirse el pecho desde el minuto uno aunque sea un dramazo, como si al teatro se fuera a reír y nada más que a reír. Y eso que adoro la comedia”. Le digo: “Es curiosa esa parte del público que ríe de modo estruendoso, sobre todo en los estrenos, quizás para demostrar que han pillado el chiste o enviar un mensaje de apoyo a los actores, de los que son amigos o admiradores”. La actriz tercia: “Claro: es casi imposible jalear un silencio conmovido o un colofón dramático sin romper el clima. Antes se aplaudían las salidas de escena, pero ya no se estila”.

El actor: “Hay que tener la brújula actoral muy templada para no dejarse desequilibrar por esas risas tan tentadoras”. La actriz: “La tentación es pensar: ‘Estoy gustando, escucha cómo se tronchan. Voy a aumentar la dosis porque eso es lo que quieren y porque yo quiero más risa cómplice, aprobatoria”. El director: “Muy comprensible: ¿quién no quiere gustar? El problema es: ya puedes haber dado todas las indicaciones de mesura durante los ensayos, que si no puedes seguir la gira, y seguirla es complicado, siempre habrá algún intérprete que piense: ‘Tú dirás misa, pero yo estoy aquí arriba cada noche y conozco al público”.

Naturalmente, ese director, esa actriz y ese actor son una síntesis de los muchos con quienes he hablado últimamente.

Woody Allen temía como al pedrizo al público “de club” en los últimos pases de la noche, sobre todo cuando probaba material nuevo: iban tan espumosos que era muy complicado, decía, saber si los chistes eran realmente buenos. Creo que a Seinfeld y a Louis C. K., entre otros gigantes del stand up, les he leído opiniones muy parecidas. El caso es quejarse, dirá el lector, pero el cómico camina sobre un alambre muy fino. Y la gran pirueta: ¿puede la risa del público motivar el escoramiento hacia la comedia de una pieza dramática? Pienso ahora que yo solo lo he visto en “teatro dentro del cine”: la escena en que John Cassavetes y Gena Rowlands conseguían eso en Opening Night, como si fuesen Mike Nichols y Elaine May, aunque en la película no se llegaba a saber si el giro se asentaba o era cosa de una noche. Por cierto: recomiendo un libro de entrevistas con grandes cómicos americanos, Sick in the Head: Conversations About Life and Comedy, de Judd Apatow (Duckworth Overlook, 2015). Faltan maestros (y maestras), pero debería traducirse.

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