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XXII Jornadas del Cómic de Avilés

“Amo adaptar a Lovecraft, pero de conocernos no nos soportaríamos”

I.N.J. Culbard explica su fascinación por el autor de Providence y cómo logra extraer las imágenes de su densa prosa poética

Ilustración de la adaptación de I.N.J. Culbard de 'Las montañas de la locura'.
Ilustración de la adaptación de I.N.J. Culbard de 'Las montañas de la locura'.

"Las estrellas se hinchaban en amaneceres, y los amaneceres en fuentes de oro, carmín y púrpura, y aun así el soñador caía". A frases como esta se ha enfrentado I.N.J. Culbard, escritor e ilustrador que ha dedicado largos días (y noches) a adaptar la inclasificable obra de H.P. Lovecraft al arte de la historieta. Ka-BOOM compartió una hora de tertulia con él una tarde lluviosa de septiembre, durante las XXII Jornadas del Cómic de Avilés, para descubrir cómo se enfrenta un artista a una obra tan alienígena como la del excepcional soñador de Providence. Esto es lo que dio de sí esa hora.

Pregunta. Usted dice que le encanta adaptar a Lovecraft. Pero que, si se conocieran, no se caerían muy bien mutuamente. Explíquese.

Respuesta. [Risas]. Para empezar, soy mitad irlandés, mitad polaco, ese cóctel ya era imposible que le gustara. Pero me interesó mucho porque es básicamente lo contrario que yo; en todo. Desde cómo ve a la gente hasta en cómo ve el universo. Mi forma de ver el mundo se parece a la de Carl Sagan, que todo lo que existe, en el fondo, viene a estar compuesto de lo mismo. La concepción del universo de Lovecraft es el de un ser insignificante enfrentado a la vastedad (e indiferencia) del cosmos. Creo que esta forma de ver las cosas propició su aislamiento.

Pero también me interesa mucho su odio hacia sí mismo. Era muy atípico. Y le provocaba el rechazo a gente que reflejaba, en alguna medida, los aspectos que más odiaba de su persona. Lucha con ello en su escritura. Creo que esto se ve mejor en El intruso que en ninguna historia. Ese final en el que el protagonista descubre que es un monstruo terrible al reflejarse en un espejo...

Página de la adaptación de 'En las montañas de la locura'.
Página de la adaptación de 'En las montañas de la locura'.

Lo fascinante es que, incluso en sus prejuicios más arraigados, como el racismo, Lovecraft se contradice. Hay un pasaje en Las montañas de la locura en el que uno de los aventureros humanos dice: "Eran hombres como nosotros. Hombres de ciencia". Y está hablando de una aterradora y repugnante especie alienígena.

En el fondo esta contradicción, que él padecía, es el motor de todas sus historias. Sus personajes casi siempre acaban en una librería leyendo un volumen que los vuelve completamente locos pero que, a la vez, los ilumina. Acaben o no acaben dementes, todos sus personajes pasan por este momento de epifanía en el que una convicción que tenían sobre el mundo se quiebra.

P. Hablando de contradicciones en Lovecraft, una que llama poderosamente la atención es cómo describe sus imágenes y criaturas. A veces las envuelve en un misterio casi totalmente opaco y a veces, como en la descripción de los antiguos en Las montañas de la locura, extremadamente preciso. ¿Cómo se aborda esto en la adaptación?

R. Pues, precisamente, ahí está el reto. Creo que el relato más difícil de adaptar de Lovecraft sería El color que cayó del espacio. Y lo más fácil, las criaturas que mencionas de Las montañas de la locura. Cuando adapté La sombra del tiempo, le pasé la descripción de los Yithians a mi mujer y mi hijo. La leímos los tres y comentamos la imagen que nos evocaba. Coincidíamos. Así que puede despachar una imagen compleja en un par de líneas. Pero si quería entrar en detalle y describir, la verdad es que era bastante bueno.

P. La nave blanca es otro de los cuentos en los que su capacidad de descripción resulta más evocadora. ¿Disfrutó especialmente recreando las imágenes de Las Tierras del Sueño?

R. La verdad es que sí. Son imágenes y criaturas muy variopintas las que habitan Las Tierras del Sueño. Algunas son reconocibles, pero otras... Por ejemplo, cuando Carter [Randolph, sosias de Lovecraft que protagoniza el ciclo más extenso de narraciones del autor: Las aventuras oníricas de Randolph C. Carter] cruza el bosque, hay unas criaturas similares a ratas. Son calvas y de gran tamaño, pero hay un anclaje con ellas, algo reconocible. Me gusta cuando el horror tiene estas trazas con las que se puede empatizar, que apelan a nuestra experiencia del mundo. Aunque como artista también me interesa mucho cómo visualizar esa parte más onírica y extraña, que probablemente nunca alcanzamos a imaginar como él la imaginaba.

P. ¿Había leído algo de Lovecraft antes de adaptarlo?

R. Algo, sí. Entré en su mitología, tengo que reconocerlo, a través del juego de rol de La llamada de Cthulhu. De hecho, la primera historia que leí de él fue La llamada de Cthulhu. Cuando ya entré en materia, y me zambullí con profundidad en su obra completa, apliqué una técnica que a mí me parece la más efectiva cuando adaptas. El texto o la obra a adaptar es la antítesis de tu tesis. Así que tienes que llegar a la síntesis entre ambos extremos. En el fondo se parece a querer plasmar lo real sin tener en cuenta que necesitas tanto la luz como las sombras. Hay que encontrar el equilibrio entre el autor original y tu propia sensibilidad.

Portada de la adaptación de I.N.J. Culbard de 'La búsqueda onírica de la desconocida Kadath'.
Portada de la adaptación de I.N.J. Culbard de 'La búsqueda onírica de la desconocida Kadath'.

Una adaptación que fue especialmente fascinante fue la de El caso de Charles Dexter Ward. Según dicen, es una novela que escribió a la primera; el borrador es la versión final. Y me alucina porque es una historia de estructura muy compleja y la cantidad de elementos que despliega es enorme. La verdad es que no entiendo cómo fue capaz de hacer algo así. Era un genio, en ese sentido, porque fue capaz de estructurar la historia sobre la marcha de manera realmente sólida. De hecho, solo el acto de diseccionarla y comprenderla ya es bastante exigente.

Como nota aparte, yo estoy convencido de que la identidad del sujeto 118 [uno de los misterios de la trama] es la de Randolph Carter. Hay otras teorías muy locas, que si es Jesús o Benjamin Franklin, pero a mí me parece que le da una relevancia en su mitología que señala a que es un personaje esencial. Y el único que se me ocurre es Randolph Carter. Tiene que ser él.

P. Durante la presentación de su obra aquí, en Avilés, comentó que comió e hizo cosas muy raras durante la adaptación de los libros. ¿Qué cosas?

R. [Risas] No sé si lo recuerdo o quiero recordarlo. Llevaba una dieta muy estricta... A ver, el primer libro que hice de Lovecraft fue Las montañas de la locura. Lo escribí y dibujé en tres meses. La verdad es que me aceleraba porque es muy difícil adaptar a Lovecraft. ¿Has visto True detective, no? Bueno, pues para mí adaptar a Lovecraft era como vivir con Rush Cole pegado a la oreja. Así que me doy de máximo esos seis meses porque quiero terminarlos cuanto antes. No es lo mismo trabajar en una adaptación que leer los relatos. El lector puede desconectar. Yo no. Cuando trabajo en estos libros, trabajo al 100% en ellos. Así que me deprimo. Al ser una persona tan misántropa, esa visión negativa va calando en ti. Y yo no quiero que me afecte a mi vida, pero al mismo tiempo tienes que sumergirte en ello para adaptarlo. Así que, sin hacerlos deprisa, sí los hago con un ritmo brioso.

Para que te hagas una idea. El primero lo hice en tres meses. Las jornadas de trabajo eran de 20 horas. Dormía solo cuatro. Esto afectó a mi percepción del tiempo. Lo descubrí después de terminarlo, pero me había pasado. Así que intenté hacer algo distinto con cada libro. En La búsqueda en sueños de la ignota Kaddath escribí un diario de mis propios sueños. Probé a dormir además a diferentes horas del día, para ver cómo afectaba mi desconexión y conexión de la historia si lo hacía al amanecer, en pleno día, en la noche o al atardecer.

Otra cosa que hice fue trabajar en explosiones de media hora. Media hora de absoluta concentración en el trabajo. Lo típico, usando esta técnica, es descansar media hora por cada media hora de esfuerzo. Yo descansaba tres minutos y volvía a ello. Me cronometraba con un temporizador. Estas técnicas extrañas me permitían alterar lo que te comentaba, la percepción del tiempo. Mi percepción de lo que ocurría se volvía mucho más detallada. En cierta manera, se parecía a vivir un accidente de coche. El tiempo parece frenarse porque el modo superviviente de nuestra mente despierta y está alerta de todos los detalles.

También probé los efectos del insomnio, la deshidratación o el hambre. Porque Lovecraft, cuando escribió gran parte de estos relatos, se moría de hambre. Vivía en la pobreza.

Un pingüino ciego de 'Las montañas de la locura' de I.N.J. Culbard.
Un pingüino ciego de 'Las montañas de la locura' de I.N.J. Culbard.

P. Se dice que comía solo una manzana al día.

R. Exactamente. Yo no llegué a comer solo una manzana, pero sí fui bastante extremo. No sé, creo que son técnicas que me sirvieron para conectar con su forma de pensar. E insisto en las contradicciones. Sé que lo típico es hablar de lo que decíamos, la pequeñez del hombre frente al cosmos. Pero yo detecto mucho más en su obra, especialmente de esas contradicciones entre lo que se supone que era y su consciencia de sus límites. Por ejemplo, me encanta cómo habla de los viajeros y de lugares en los que evidentemente jamás había puesto un pie. Habla de ellos con fascinación. No es algo que esperarías encontrarte en una persona tan misántropa. Y con estos momentos puedo empatizar. Así que no se puede decir que estuviera totalmente alienado.

Creo que también me influye, en este interés por adaptar a Lovecraft y encontrar las contradicciones, el hecho de que yo vivía una constante contradicción. Vivíamos a caballo entre Polonia e Inglaterra, la Polonia del otro lado del telón de acero. No podían ser dos escenarios más diferentes. Cuando íbamos a Polonia de vacaciones, pasábamos por Holanda, Alemania... Cada cultura que veíamos era completamente diferente. Y este contraste llegaba a su clímax al cruzar el muro. El túnel del Oeste estaba iluminado. El del Este, sumido en la más completa oscuridad. Y de pronto, de esa oscuridad que rodeaba el tren, salías a la luz diáfana del amanecer.

También recuerdo de mi infancia en Polonia el tiempo que pasábamos en un pueblecito de montaña, Górale. Tenían su traje tradicional, vivían sin moverse de las montañas y no tenían ningún tipo de comodidad tecnológica de la vida moderna. Todo se hacía tradicionalmente. Nos quedamos allí un tiempo y fue algo extraordinario. Como vivir cinco siglos en el pasado. 

P. Dejando a Lovecraft aparte, usted tiene un claro interés por la narrativa weird...

R. Una de las acepciones de weird apunta a que la historia no tiene una explicación. Eso me gusta, sí. Y eso que creo que es algo que nos cuesta en Occidente. Normalmente, exigimos explicaciones. Y a veces arruinamos historias con ellas, como pasó con Lost. No necesito saber por qué está allí ese oso polar. No necesito saber qué origen tiene el humo negro. Son cosas bellas tal y como aparecen, sin explicación.

P. Esta concepción narrativa del weird ha sobrevivido ya unos cuantos siglos. Nunca ha sido mainstream hasta, tal vez, Twin Peaks. Pero ha fascinado a escritores como Machen, Blackwood, Chambers, Poe, Lovecraft, Clive Barker o incluso el Stephen King de It y La torre oscura. ¿Por qué?

Portada de 'El rey amarillo' de I.N.J. Culbard.
Portada de 'El rey amarillo' de I.N.J. Culbard.

R. Ufff... Creo que no tengo una buena respuesta para esto, lo siento. Lo único que se me ocurre es insistir en lo que decía, en la necesidad de negar nuestros deseos de encontrar sentido a las cosas. A veces, creo, no merecemos encontrar ese sentido.

Forzamos a que cualquier suceso tenga una narrativa. Pasa con los sueños. Cuando te acabas de levantar de un sueño, no tiene ningún sentido. Pero tu cabeza empieza a trabajar para darle un sentido y una coherencia que no estaba allí.

P. Para terminar. ¿Qué me puede decir de lo que está trabajando ahora? Sé que versa sobre multiversos y que de alguna manera refleja esta realidad tan extraña que estamos viviendo en la que surgen personajes como Donald Trump.

R. El meollo de lo que estoy escribiendo es que el universo se refleja a sí mismo. La versión sencilla está ligada a una teoría cuántica, la del suicidio cuántico. Imaginemos que tú coges, ahora mismo, una pistola, le metes una bala al tambor, te la pones en la sien y empiezas a halar el gatillo. En tu universo, el gatillo siempre hará clic, porque no puedes morir en tu propia línea del tiempo. En el mío, tarde o temprano, te vuelas la cabeza y me dejas a mí todo el fregado.

La idea de mi nueva obra es que este conocimiento de que habitamos universos paralelos que, en realidad, jamás se tocan, es conocido por todos los personajes. ¿Cómo influye este conocimiento en las relaciones que establecen? Eso es lo que quiero explorar.

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