Amistades de pincel y pluma
Una película recrea la relación entre el escritor Zola y el artista Cézanne. A lo largo de la historia grandes genios de unas y otras artes han compartido complicidad y envidias
Las historias de amistad suelen ser más difíciles que las de amor. La amistad tiene momentos intensos y felices, pero también frágiles, turbios y guadianescos. Si esa amistad es entre dos genios, el volcán argumental no tiene precio. Zola y Cézanne se conocieron siendo niños en la Provenza francesa. Pasaron hambre mientras vivían en oscuras buhardillas del París del gran siglo, se ayudaron, pero también se envidiaron y en múltiples ocasiones se reprocharon el pasado. Cuando Cezánne supo, en 1902, que su amigo había muerto lloró durante todo un día. Su amistad es el tema de la película de Danièle Thompson que se estrena este viernes en España.
Cézanne y yo recrea el fabuloso París de los impresionistas, ese momento que fue el punto de ebullición del arte, cuando los lienzos comienzan a reflejar las escenas de la vida moderna. La cámara pasea entre la mugre de los ateliers, los bohemios reflejados en los espejos velados de las brasseries y las modelos de pieles blancas que devoraban la luz. La historia se centra en la amistad entre Émile Zola (Guillaume Gallienne), el gran autor de Les Rougon-Macquart, figura clave del naturalismo literario, y Paul Cézanne (Guillaume Canet), el hombre que abriría la puerta de la modernidad inspirando a los cubistas. Pero el filme juega además con la presencia de toda la primera división del arte: Manet, Monet, Renoir, Pissarro, Degas, Sisley o Berthe Morisot. Y refuerza la idea clave de esta historia: la vinculación entre la pintura y la literatura en un momento fundacional de la modernidad. Así, se recuerda en este París noctámbulo a las grandes plumas de la época: Baudelaire, Mallarmé, los hermanos Goncourt, Mirbeau, Huysmans, Duranty o Maupassant. Y cómo todos celebraban la vida y las revoluciones pendientes.
Zola y Cézanne habían acudido al colegio juntos en Aix-en-Provence y juntos llegaron a París para conquistar el mundo. Cézanne era el hijo de un banquero y su familia poseía la gran propiedad Jas de Bouffan. Para que se olvidara del mundo artístico, su padre le pasaba una mínima pensión. Zola era pobre, pero pronto comienza a tener éxito con su literatura. Cézanne asiste al ascenso de su amigo mientras él vaga por París sin lograr vender un cuadro.
La amistad entre Cézanne y Zola no es un caso aislado. En la historia de la cultura se pueden rastrear relaciones fructíferas y también tormentosas entre pintores y escritores. Genios y, sin embargo, amigos que hicieron real el lema clásico ut pictura poesis, es decir, la pintura como la poesía, con el que se igualaban ambas artes. En el Siglo de Oro, los pintores batallaron por que su oficio se considerara un arte liberal como la literatura y no una simple tarea manual. Una lucha que además tenía una intención pragmática, ya que los pintores intentaban que se anulara el impuesto de alcabalas a sus obras. Criticaban que siendo artistas se les aplicaran los mismos tributos que a un vulgar comerciante de aceites o de vinos.
¿Y qué historias se pueden rescatar de amistad entre escritores y pintores? Está la interesante relación que, por ejemplo, tuvieron Goya y el comediógrafo Leandro Fernández de Moratín. El pintor retrató a su amigo y contertulio, además de cómplice en las ideas ilustradas, en un lienzo de 1799. De la misma forma que Moratín criticaba la sociedad de su tiempo en sus comedias, Goya fustigaba las costumbres en sus Caprichos. La relación entre ambos se hizo más intensa cuando coinciden en el exilio en Burdeos. Goya lo vuelve a retratar en sesiones de posado que iban cargadas de recuerdos, desengaños y confidencias de los tiempos felices.
Otras historias de amistad fueron las de Cervantes con Juan de Jáuregui, que además de pintor era poeta y retrató al autor del Quijote en el famoso óleo, hoy desaparecido, que Cervantes cita en el prólogo de sus Novelas ejemplares. Aunque con muchas dudas, se ha intentado identificar el cuadro con alguno que hoy existe.
Los mundos del pincel y la pluma vuelven a mezclarse en amistades gozosas como las que tuvieron Valle-Inclán y Romero de Torres. Zuloaga también gozó de la amistad de Valle-Inclán y de otros autores como Ortega y Gasset o Baroja a quienes inmortalizó en su cuadro Mis amigos.
Blasco Ibáñez y Sorolla fueron buenos amigos y juntos charlaron largamente con Valencia y el mar como temas predilectos durante muchos años. Otro caso llamativo fue el de Picasso y Apollinaire en el que se dio además la compenetración creadora, ya que Apollinaire en Crépuscule presentó caligramas al modo de collages cubistas. Igual sucedió con Cortázar y el pintor y escultor Julio Silvia cuando las palabras se hacían imagen y viceversa.
En la Generación del 27, que también lo fue de la amistad, se dieron muchos episodios de complicidades biográficas entre escritores y pintores. Habría que citar a Lorca y Dalí, a Cernuda y Gregorio Prieto (que además lo fue de Lorca), a Concha Méndez y Maruja Mallo o a María Zambrano y Ramón Gaya.
Cézanne y yo aborda, sin embargo, una historia de amistad espinosa, llena de luces y contrasombras. Cuando Zola publica en 1886 La Obra en la que retrata el ambiente artístico de los impresionistas, los amigos se enfrentan con crueldad. El escritor reflejó historias vampirizadas de las vidas de sus amigos, circunstancia que provocó el distanciamiento del grupo impresionista con un autor que al principio había animado la revolución pictórica con sus artículos inflamados y antiburgueses.
La historia imaginaria del pintor Claude Lantier, que se ahorca ante la imposibilidad de terminar su cuadro, provocó la ira de los pintores que vieron en muchos episodios el retrato de sus vidas, la reproducción fidelísima —con intención naturalista— de sus estudios o de las casi siempre trágicas historias de pasión con sus modelos.
Zola se inspiró en Cézanne, pero también en Monet y Manet. Monet le reprochó al escritor que presentara la batalla de los impresionistas como un fracaso. Y Cézanne le dijo al marchante Vollard, según relata Jean-Paul Crespelle en La época de los impresionistas: “¿Cómo puede atreverse a decir que un pintor se mata porque ha hecho un mal cuadro? Cuando un cuadro no es logrado, se arroja al fuego y se vuelve a empezar otro”.
La película centra el conflicto sobre la realidad y la ficción de La Obra exclusivamente entre Cézanne y Zola recuperando la famosa carta en la que el antiguo amigo le dedicaba unas frías líneas que sugiere un reproche: “Agradezco al autor de los Rougon-Macquart este buen testimonio de sus recuerdos y le pido que me permita estrecharle la mano recordando viejas épocas”. Los tiempos felices de la amistad habían quedado clausurados.
Luces y sombras al aire libre
Cézanne y yo es una película de época con un gran trabajo de interiores: las luces de gas de los cafés y los quinqués de luz amarilla de las casas. Pero, sobre todo, es una película al plein-air, porque los impresionistas salieron de los estudios para retratar los exteriores. El curso del Sena, donde pintaban los artistas, desde Le Havre a Honfleur pasando por Ruan, aparece con hermosos tratamientos pictóricos.
Tampoco se olvida el ambiente de batalla del Salón, el escenario que entonces era el escaparate oficial del arte y donde fueron rechazados los impresionistas mientras triunfaban los pompiers con su academicismo decadente.
Babelia
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