Un triunfo creativo

Una de las claves para cosechar el éxito en la música popular actual es tener aspecto de pandillero armado y peligroso, mientras se despacha una música blanda como una diarrea provocada por una semana de curris callejeros en el Punyab con letras románticas y babosas. Tyler, The Creator, cuando emergió hace una década al frente del colectivo de raperos Odd Future, se equivocó en dos de estas premisas: tenía pinta de malote; pero, además, se portaba fatal, decía groserías e incitaba a sus oyentes al desorden. Hizo gracia un rato. Luego emprendió una carrera en solitario que arrancó insistiendo en los errores conceptuales de sus inicios. Más tarde intentó colarse en lo masivo con el despiste del que no sabe descifrar la actualidad. Lanzó un disco, Cherry Bomb, que era como uno de Pharrell Williams de hace 15 años, con la diferencia de que a él ninguna marca de moda quiso vestirle.

Lo más cómodo a la hora de celebrar el triunfo creativo que significa este Flower Boy sería decir que Tyler ha madurado, que es algo que es un crimen en los rockeros, pero empieza a ser algo remarcable en los raperos. Pero no es exactamente eso. Con una alineación de colaboradores que va desde su viejo colega Frank Ocean hasta esa diosa llamada Kali Uchis, pasando por ASAP Rocky, un tipo que tarda una media de diez segundos en convertir un tema bueno en uno fabuloso, el álbum es un triunfo delicado, ordenado y discursivo. Hasta ahora, los discos de Tyler antes eran caos, exceso y onanismo. Y si además de ser incapaz de armar una obra coherente, el rapero había destacado por repeler a las audiencias y los anunciantes con sus malas maneras y peores palabras, este disco subvierte esa tradición para ganarse el alma del público más curioso y turístico con un par de nada veladas salidas del armario que le colocan en el camino de ser el cruce perfecto entre Chance The Rapper y Frank Ocean. No es que se haya ablandado, es que se ha hecho más manejable.

Tyler, The Creator. Flower Boy. Columbia.