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El disgusto de Lorca: sin plaza en la Residencia de Estudiantes

Una correspondencia inédita y estudiada por Roger Tinnell del poeta con el músico Adolfo Salazar desvela el empeño del poeta por ingresar un año más en el centro con sus amigos

Jesús Ruiz Mantilla
Federico García Lorca posa en el Jardín de los Poetas, diseñado por Juan Ramón Jiménez, de la Residencia de Estudiantes, en Madrid, en 1919 ©Fundación Federico García Lorca
Federico García Lorca posa en el Jardín de los Poetas, diseñado por Juan Ramón Jiménez, de la Residencia de Estudiantes, en Madrid, en 1919 ©Fundación Federico García Lorca

En ese oasis madrileño que es la colina de los chopos aún se puede sentir la presencia de Federico García Lorca. La Residencia de Estudiantes conserva las mismas fachadas en la calle Pinar, los mismos espacios traseros que emulan un campus de prestigio con toque anglosajón e incluso el jardín con acequia donde Juan Ramón Jiménez plantó sus adelfas. Era el paisaje que le ayudó a abrir los ojos en su juventud, junto a sus compañeros de farras inventivas, cuando como orgullosos integrantes de los putrefactos, ese surrealismo germinal español, se abrían a la vanguardia y todos los caminos del arte. Pero hubo unos meses en que el poeta se quedó fuera. Por tardar en hacer la inscripción.

Es lo que desvelan las eufóricas, cariñosas y desinhibidas cartas que se cruzó en esa época con su amigo músico y crítico, Adolfo Salazar. Un correo inédito que el musicólogo y experto en la generación de la Edad de Plata, Roger Tinnell, ha analizado en el archivo de la Residencia. Ha sido después de que llegara el legado de Salazar desde México —donde este se exilió hasta su muerte en 1959— a Madrid. “Fueron grandes amigos. Le ayudó cuando era muy joven y contribuyó a lanzar su carrera. Desde que lo conoció en 1919 se volvieron muy cómplices”, afirma Tinnell.

Por el tono, queda claro. A través de sus líneas comentan el arte, la vida y las preferencias entre los hombres envueltas en los códigos gais de la época, aunque abiertamente. “No tuvieron ninguna relación amorosa, pero sí una franca amistad donde cabían, claro, las confidencias”.

Entre ellas, la rabia que le dio quedarse en 1922 sin plaza en Madrid. “En la carta sugiere que no quiere ir a otra pensión porque le asustan, dice, los ambientes Baroja y Galdós”. También le camela para que hable con Alberto Jiménez Fraud, el director del centro: “¿Iré a Madrid? Gestiona tú algo…. pero muy delicadamente y sin decir que yo te lo he dicho. ¡Qué fastidio!…. y qué niño soy. Me figuraba que ir a la Residencia era cosa de decir voy y ya está”. Lorca lo suplica porque dice ahogarse en Granada y que necesita ir para darse un baño de amistad.

“¿Iré a Madrid? Gestiona tú algo…. pero muy delicadamente y sin decir que yo te lo he dicho. ¡Qué fastidio!….", se queja Lorca en una de las cartas

No podía soportar la idea de quedar sin el fuselaje que le proporcionaban Dalí, Buñuel, Pepín Bello… Meses ausente de esa sala de conferencias por las que pasaron madame Curie, Albert Einstein, Igor Stravinski… Sin las vitaminas de sus correligionarios poéticos y artistas, sin la posibilidad de respirar teatro, sin esas sesiones de espiritismo, güija e hipnosis en las que le encantaba hacerse el muerto.

También en las cartas resuena un presentimiento de tragedia, tan transparente en su obra. “Pocos han sido tan conscientes de la posibilidad de martirio como lo fue él”, asegura Tinnell. De hecho, en una de las cartas, escribe: “Mientras yo viva creo firmemente (como crees tú) que he venido a la tierra para ser Perseo, para ser Hércules, para ser Narciso, para ser Cristo”.

Como mínimo, tamaña confesión, congela la sangre. Es el Lorca visionario de la muerte, el poeta de las pertinentes profecías, el autor de versos como: "Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes/ Y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando/ Me estaban buscando... (Poema doble del lago Eden). Un Lorca íntimo que demuestra la confianza y la amistad que le une a Salazar. No extraña, comenta Tinnell, “el músico tenía predicamento en la poesía española de la época y había escrito un artículo en El sol en 1919 titulado: Un nuevo poeta. Federico G. Lorca, que ayuda en gran medida a catapultarlo”.

Compartían además amistad con Falla, mencionado en las cartas, así como con otros músicos como el guitarrista Regino Sainz de la Maza o el compositor Roberto Gerhard. Junto a Salazar, Lorca comparte otra de sus facetas esenciales: la música. “Quiso dedicarse a ello en un tiempo. Pero no lo veían bien en su familia, querían que estudiara Derecho”. Algo que hizo, por cumplir expediente, sin pena ni gloria. Consciente de que no había venido a este mundo para batirse por intereses ajenos en los tribunales. Sino a fijar el rumbo de la poesía y el teatro futuros. Mientras pudo.

“En su casa, sobre todo su madre, andaban preocupados por lo que Federico hacía en Madrid y por ciertas amistades”, asegura Tinnell. Los círculos mágicos tienen eso, que asustan a los mortales si se cubren de cierta excentricidad y misterio. Y de eso, tanto a Lorca como a Buñuel o Dalí, no les faltó nunca. El hijo de un terrateniente de la Vega de Granada que lanzaba verdades como puñales a la cara de un país incendiado, el macarra de Calanda (Teruel) que quería ser boxeador y acabó revolucionando el cine mundial y el escuálido artista de Figueres, con pinta de mohicano, conformaron, desde esa bendita logia de amistades de la Residencia un caudal de diamantes para la cultura universal del siglo XX.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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