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puro teatro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Jane Eyre y una comedia redonda

Dos éxitos en Barcelona: Ariadna Gil en Jane Eyre, dirigida por Portaceli y Fairfly, de Yago

Marcos Ordóñez
Un momento de la representación de 'Jane Eyre'.
Un momento de la representación de 'Jane Eyre'.

Ariadna Gil se prodiga poco en teatro. Yo no la veía desde su estupendo trabajo en Los hijos de Kennedy, que Pou montó en 2013, en el Alcázar. Ahora es Jane Eyre, gran éxito en el Lliure de Gràcia, en una puesta ágil y comunicativa de Carme Portaceli. Jane Eyre es un personaje bombón: sensata, apasionada, valiente, con la libertad siempre como norte. Ariadna Gil, estupenda de voz y gestualidad, lo hace suyo desde el principio y lo sirve con una convicción y una autoridad constantes. Quizás un punto excesivas: es tan rotunda su megaheroína que da la impresión de tener la partida ganada desde el principio, por muchas trabas que le pongan. Esos ojos miran como misiles tierra-aire; ese cuerpo tiene algo de ninja. Tal vez sea cosa mía, pero no alcanzo a atrapar el temblor (un poco más, solo un poco más) de sus dudas, sus agobios. Irónicamente, con Abel Folk tengo una leve carencia en sentido inverso, y subrayo lo de “leve” porque estoy hablando de notables trabajos. A mi juicio, Abel Folk, otro intérprete al que siempre apetece ver, exhala bonhomía. El señor Rochester, desde luego, no es el Heathcliff de Cumbres borrascosas. No pido un ogro, solo echo un poco en falta algo más de hosquedad, de misterio oscuro. El Rochester de Folk está muy matizado, pero hay una cierta sobredosis de santo varón cuando deberían brotar, sugiero, unas cuantas chispas.

Notable adaptación en catalán, con ágiles elipsis, de Anna Maria Ricart, que cuenta con claridad la historia en dos horas, aunque dulcifica un tanto el final. Me gusta mucho la idea de dar voz a Antoinette, la esposa oculta, con fragmentos de Ancho mar de los Sargazos, formidable novela de Jean Rhys, que se merecería un espectáculo completo. Gabriela Flores, conmovedora en el rol de Helen, aún no ha atrapado plenamente, creo yo, el perfil de la criolla: su locura roza la sobreactuación. Completan el reparto la siempre sólida Pepa López (otro feliz reencuentro), Joan Negrié, Jordi Collet y Magda Puig: meritorios trabajos, pues dibujan con rápidas pinceladas a una veintena de personajes. Magda Puig tiene una delicada elegancia, Collet destaca como un temible Blockhurt, y Joan Negrié sirve un intenso St. John.

Muy buena resolución escenográfica de Anna Alcubierre: pasillo frontal, en blanco, con espejos a los lados y un gran piano. Finísimo vestuario de Antonio Belart, con dominantes en negro y gris. Y bellas proyecciones (mansiones, tormentas) de Eugenio Szwarcer.

Tuve un problema con el sonido. La pianista Clara Peya, que también firma la partitura, y la chelista Alba Haro son excelentes intérpretes, pero su música suena muy alta, forzando a gritar a los actores en algunos pasajes. Prefiero la belleza de sus composiciones elegiacas: me parece que las piezas más convulsas enfatizan innecesariamente lo que estamos viendo. Pese a estos desniveles, Jane Eyre funciona como un cañón: llena cada noche desde su estreno y es acogida con grandes aplausos.

Pese a algunos desniveles, 'Jane Eyre' funciona como un cañón: llena cada noche desde su estreno y es acogida con grandes aplausos

También he disfrutado de lo lindo con Fairfly en el Tantarantana barcelonés. Nunca es tarde: me había perdido los anteriores trabajos de La Calòrica y al fin he podido aplaudir su talento autoral (Joan Yago) y actoral (Queralt Casasayas, Xavi Francés, Aitor Galisteo-Rocher, Vanessa Segura), guiados por Israel Solà. Resumo: a cuatro amigos que están a punto de perder su trabajo se les ocurre una idea que puede revolucionar el mundo. Esa idea, que al principio parece una memez delirante (solo diré que va de larvas de mosca), resulta factible. Y crece. Y se convierte en un enorme negocio que cambia para siempre las vidas de los personajes. Fairfly es una feroz crónica sobre la crisis y el mito del “emprendedorismo”, esa moderna forma de esclavitud. Sus personajes, pensé, son primos hermanos de Los temporales, la no menos estupenda función de Lucía Carballal.

Y aventuro dos posibles influencias mayores, muy bien asumidas: Jordi ­Casanovas en la mirada y el asunto, Aaron Sorkin en la velocidad de los diálogos. Fairfly tiene un notable perfume Flyhard, la factoría de comedia del off barcelonés: proximidad, economía, voluntad de atraparte desde el minuto uno. Presupuesto de crisis: una mesa y cuatro sillas. El público alrededor. Yago y Solà levantan la historia porque, como sus protagonistas, juegan en serio. Estructura impecable: los saltos en el tiempo fluyen y se producen sin cortes. Perfiles muy bien observados, con sencillez y verdad, reconocibles, con suaves toques paródicos, pero sin tópicos ni caricatura. Interpretaciones de una naturalidad pasmosa, con poderío y un crescendo eléctrico. Fairfly funciona como una máquina, con ritmazo y tensión que no decaen ni un momento. Mucha risa, que deja un retrogusto lúcido y amargo: no se puede jugar contra la banca.

Una de las mejores comedias que he visto últimamente, redonda como la mesa en torno a la que gira. Atención, productores y programadores: ahí hay un éxito. Y diría que incluso internacional. A por él.

‘Jane Eyre’, de Charlotte Brontë. Directora: Carme Portaceli. Intérpretes: Ariadna Gil, Abel Folk y otros. Teatre Lliure (Barcelona). Hasta 26 de marzo.

‘Fairfly’, de Joan Yago. Dirección: Israel Solà. Intérpretes: Queralt Casasayas, Xavi Francés, y otros. Teatre Tantarantana (Barcelona). Hasta 26 de marzo.

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