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El hombre que fue jueves
Columna
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Matheson, Bradbury & Beaumont, S.L.

Marcos Ordóñez

A los quince años, cuando devoraba en ediciones mexicanas las antologías de Rod Serling, jamás hubiera dicho que en un lejano futuro alguien escribiría una obra de teatro en episodios, inspirada en la gloriosa Dimensión desconocida, como orgullosa celebración del patriarca Ray Bradbury y sus discípulos, el feroz Richard Matheson y el lírico Charles Beaumont. “Estoy soñando, no me lo creo”, habría pensado entonces.

Es una feliz anomalía que un joven autor y director reivindique a estos tres maestros de un género, el relato fantástico, tan poco habitual en nuestra escena, y que muchos todavía se obstinan en considerar menor. Pero es que Llàtzer García (de quien en Madrid se vio Cenizas, recién llevada al cine) es un dramaturgo poco frecuente, por su originalidad y talento. Tiene una buena cosecha este año: tras Sota la ciutat, en el Espai Lliure, acaba de estrenar en la también barcelonesa Flyhard L’última nit del món, una pequeña joya cuyo subtítulo (“Inspirada en Matheson, Bradbury & Beaumont”) hace pensar en el membrete de un club selecto y misterioso.

Salí muy emocionado del espectáculo. Por lo insólito de la propuesta, por la labor, pletórica de intensidad y sutileza, de sus intérpretes –Edu Buch, Maria Casellas, Xavi Sáez, Vanessa Segura, y Xavi Gardés como Serling– y porque Llàtzer García no se ha limitado a adaptar a la escena tres entregas de La dimensión desconocida, sino que nos regala tres episodios que nunca se filmaron: textos recreados, ambientados en la actualidad, y admirablemente fieles al espíritu de sus modelos.

Cualquier aspirante a guionista debería tomar buena nota de este trabajo. El primer episodio combina elementos de las cumbres oníricas de Beaumont (Sombras chinescas, Tal vez soñar, El hombre aullante) y crea un artefacto nuevo e inquietante. El segundo es una magistral versión libre de El hombre de las fiestas, de Matheson, publicado en Pesadilla a 20.000 pies y otras historias que, para mi gusto, supera al original, con una poderosa reflexión sobre el dolor convertido en espectáculo y una clausura estremecedora. El tercero es un homenaje a Bradbury (“que tuvo escasa relación con la serie”, me cuenta Llàtzer, “pero cuya impronta es importantísima”): así, ha tomado el precioso cuento La última noche del mundo, perteneciente a El hombre ilustrado, y duplica a la pareja protagonista para potenciar el juego de coincidencias. La Flyhard, que ya ha albergado piezas de narrativa fantástica como la estupenda Tortugas, de Clàudia Cedó, es un espacio idóneo para este tipo de material: la proximidad de los actores crea una atmósfera de cuento a la vera del fuego.

La austeridad de la puesta también juega a su favor: la blancura absoluta (gentileza de Elisenda Pérez) para dibujar un espacio irreal; las escenas resueltas en off; la leve claridad de un iPad para iluminar el tremendo diálogo que cierra el episodio de Matheson; las escenas resueltas en off. Pienso ahora que a Javier Daulte, otro maestro, gran amante de los géneros, le encantaría L’última nit del món.

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