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Respira, camina, fuma, estira, bebe

Un chupito de whisky, soledad o una postura de yoga. Cualquier acción vale antes del concierto si consigue su objetivo, pisar concentrado el escenario

Uno de los grupos tocando durante el Mad Cool Festival.Vídeo: Imagen: I. Helbling, J. Marmisa
Isabel Valdés

Corrían un par de latas de cerveza y varios botellines de agua, se apagaba algún cigarro en las escaleras de hierro que dan al escenario y el batería se estiraba baquetas en mano. Dos minutos y la explanada del escenario Matusalem levantara los brazos y recibía a Lori Meyers. Ellos se abrazaron y salieron en tromba. Aquello fue el jueves. El viernes, el cantante de Jane's Addiction, Perry Farrell, contaba cruzado de piernas y bajo un sombrero conotier que ellos crean una energía muy positiva mirándose desnudos en el camerino antes de vestirse. Eso sí, "solo chicos y chicas guapas". 72 grupos pasarán por el Mad Cool: probablemente, y aún con acciones parecidas, habrá 72 formas de afrontar los minutos antes de la vorágine

El despertar del segundo día del Mad Cool Festival es lento. De lejos, pequeños grupos parecían lunares sobre el cesped. Los había bebiendo, haciendo picnic en familia (bebés incluidos), dormitando bajo las gafas de sol o disparando selfies a discreción frente a la noria. De repente, y porque sí, Borja Laudo sale al escenario dos.

Son las 18.30, el público parece de buen humor y el cantante de Bigott tarda menos de dos minutos en conseguir que coreen sus contorsiones. Enciende el micro, habla, levanta el pie derecho hasta el pecho, se levanta la camiseta y se sacude, costillas reflejadas por el sol, como si quisiera quitarse de encima unas cuantas hormigas. Un pequeño espectáculo que, para el zaragozano folkie, es su previa. Cuando llegan las 18.45, el resto del grupo se coloca tras sus instrumentos y comienza el concierto. Sin protocolos, sin más.

A cubierto y al otro lado de la pasarela, los miembros del grupo mallorquín L.A. se lo toman de otra manera. La relajación es su forma de esperar. Luis Alberto Segura, el fundador y cantante, cuenta que no hay mantras ni rituales, pero sí espacio individual: “Pasamos mucho tiempo juntos, sobre todo el día antes y ese mismo día, comiendo, viajando… Antes de salir cada uno se toma su espacio y nos reencontramos en el escenario”.

Los Lori Meyers antes de salir a tocar en el Mad Cool.
Los Lori Meyers antes de salir a tocar en el Mad Cool. I.V.

Se acabó el jägger

Mensajes de móvil a los amigos, alguna llamada, estiramientos. Atrás quedaron los chupitos de jägger: “Vimos que no aportaban nada. Necesitamos salir bien. Ángel a veces nos da cuatro hostias en el pecho para animarnos si estamos down, si estamos un poco cansados porque hayamos tenido varios días de conciertos seguidos”. No hay más que calma en el trayecto del camerino al escenario, suben los escalones hasta el escenario despacio, en silencio. Cuando se encienden los focos del escenario Caja Mágica a las 19.20, la cosa cambia. Cuando terminen correrán al camerino para “comentar la jugada”, ver qué ha salido mejor y peor y ya no necesitarán ese momento de estar solos. “Lo pasamos tremendamente bien juntos, y después del concierto siempre nos reímos mucho, pensamos bien cuando estamos juntos”, concluye Segura.

Mientras L.A. da sus primeros acordes, Bigott está terminando los suyos. Cuando llega la última nota, reverencia y recogida. En cinco minutos el grupo y el equipo de montadores ha retirado todo del escenario. Se ha esfumado tan abruptamente como apareció, nadie sabe dónde se ha metido. Es entonces cuando los cuatro de León Benavente empiezan a aparecer en la zona de backstage. Últimos detalles y entrevistas que atender.

Son las 21.30 en un camerino lleno de gente que va y viene, jefes de prensa, familia, algún amigo. Ellos van y vienen como si su concierto no fuese a empezar en 20 minutos. Luis Rodríguez, el guitarra, dice que es una pena que allí no quepa su bañera habitual con leche de cabra mientras se enciende otro cigarrillo. Todos fuman, todos parecen tremendamente tranquilos y de ninguna se sabe si hablan en broma o en serio. Cesar Verdú, el espigado batería, asegura que caminan mucho “en cuatro metros cuadrados”.

El chupito de whisky antes del concierto de León Benavente.
El chupito de whisky antes del concierto de León Benavente.I.V.

¿Algún mantra? “Mantra ray”, contesta Rodríguez. Queda claro cuál es su forma de vivir el antes del escenario. Abraham Boba (vocalista), pitillo en labio, da el apunte (totalmente) en serio: “Tenemos un mínimo de alerta y nervios, si no, no seríamos humanos. Pero no necesitamos estar solos, ni tener momentos especiales ni nada… Estamos concentrados, esta es nuestra forma”. Tipo D va a ser la canción (con ecos al Toro de Columpio Asesino) con la que abran telón y Boba apunta que les ayuda a meterse muy rápido en el concierto.

Verdú decía la verdad: no se están quietos, aparecen y desaparecen del pequeño camerino por momentos. Ha llegado la hora y en fila, con comitiva, marchan para el mismo escenario donde un par de horas antes tocó L.A. Arriba, en la oscuridad total, abren el whisky, sacan los vasos de plástico y brindan. En ningún momento han parado las bromas, ni las risas y Rodríguez, que no para de repartir juego, añade que tampoco “los tocamientos”. “No sé quién es pero alguno siempre me toca el culo”. Solo queda un zapateo y un grito de Rodríguez, más el abrazo. Bajo la cubierta del escenario tres, y aunque en el principal acaba de empezar Jane’s Addiction, el público amontonado frente al escenario grita cuando Boba enumera: Quiero ser alemán. Quiero ser liberal. Quiero dar y recibir. Quiero ser occidental”.

En modo 'yogui'

Es entonces cuando aparece Borja Laudo, tumbado sobre la alfombra gris marengo del camerino de los León Benavente, con los calcetines rosas asomando y las gafas de sol puestas. “Es el día the best en mi calendario. No tengo ni puta idea de por qué, pero lo noto”, dice de forma seria mientras se coloca de lado: “¿Huele rara la alfombra, no? Como a hotel…”. Se dice que es excéntrico. Puede. Lo que es seguro es que es imprevisible. Deja la lata de Aquarius y mientras teoriza sobre lo importante que es “beberte tu propio zodiaco” parece estar pensando en otra cosa.

Pavement Tree”, dice. Pavement Tree es su último álbum, sólido, completo, tremendamente bien encajado, pero él cree que es muy pop. “Ahora me voy al punk, a mi estilo, mientras la gente se lo pase bien…”. Cuenta que el nuevo trabajo se lanzará en septiembre y que no ha pensado todavía cómo se llamará: “Pero la semana que viene, creo, saldrá She’s gone, el single. Ella se ha ido. Ella somos todos”. Y modula la voz para darle entonación londinense a ese “single”. Que nadie olvide que está tumbado en medio de un camerino.

En She’s gone le pegan. “Fuerte”, describe. Conoció a Severine, una fan holandesa, tras un concierto en la sala Apolo de Barcelona. “Creo”. Y Severine, que según Laudo tiene muchos girasoles en su casa, acabó siendo maestra sado en este último videoclip. La conversación con este maño que no tiene móvil, ni quiere saber nada de redes sociales adquiere un ritmo vertiginoso e indescriptible. Sigue con una dieta equilibrada con muchas frutas y verduras, no cena mucho porque si no, tiene pesadillas, a mediodía ha comido un bocadillo de jamón y solo fuma marihuana para dormir. “No drugs”, y vuelve a ese acento burlón. Adelanta que acaba de fichar con “los chicos majos” de Born! Music. Parece feliz. “Estoy feliz”. Se queda allí mientras hace un Setu Bandha Sarvangasana, la postura del puente. No sabe qué hará después: “Aquí estoy guay”.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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