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GENIOS E IMPOSTORES

Aquellos fantasmas de Bloomsbury

Cuatro hermanos, entre ellos Virginia Woolf , fueron el origen de un grupo inolvidable

Manuel Vicent
Retrato de la escritora Virginia Woolf.
Retrato de la escritora Virginia Woolf.Lebrecht / Cordon Press

Los cuatro hermanos Stephen, hijos del biógrafo, editor y alpinista Leslie Stephen, vivieron en Kensington educados en las formalidades acartonadas de la sociedad victoriana hasta que, muertos los padres, se trasladaron como una forma de rebeldía soterrada al distrito de Bloomsbury, un barrio decadente, lleno de estudiantes indolentes y parejas divorciadas. En aquella casa de estilo georgiano, el 46 de Gordon Square, los cuatro hermanos, Thoby, Virginia, Vanessa y Adrian, comenzaron a vivir sin ataduras con las nuevas amistades que Thoby había recabado en el Trinity Collage de Cambridge, un grupo denominado Los Apóstoles, que pasó a la historia, menos por lo que apartaron al arte y a la literatura como por ser los primeros exploradores de la nueva moral, la libertad de costumbres, el elitismo y la seducción, las señas de identidad de la cultura contemporánea.

Los amigos de Thoby eran jóvenes veinteañeros desenfadados, Lytton Strachey, Clive Bell, Saxon Sídney-Turner, Walter Lamb y Desmond McCarthy, a los que después se unirían Duncan Grand, Roger Fry y Leonard Wolf. Solo Virginia alcanzó un puesto muy relevante en el mundo literario y en menor grado Vanessa como pintora, gracias a su hermana. Virginia, neurótica desde la adolescencia, casada con Leonard Wolf, aglutinó a aquella dorada pandilla, a la que se sumaron el escritor E. M. Forster, el economista Maynard Keynes y el filósofo Bertrand Russell. La presencia de las chicas entre aquellos muchachos era un caso insólito. Algunos eran homosexuales “pero no de una forma irremediable”, como decían ellos. El aura de aquella época viene marcada por unas fotos evanescentes en que se ve a estos seres con pantalones blancos de pliegues, sombreros fláccidos y a ellas con vestidos anchos y pamelas; todos tenían casas de campo donde aparecían recostados en hamacas durante las eternas vacaciones de verano o en viajes exóticos, con la seguridad de que su dicha era merecida después de haber derribado todas las convenciones sociales, pero su diseño de inocentes cazadores de mariposas no podía ocultar las turbulentas pasiones.

Ante todo eran adoradores de la belleza, incluso a la hora de morir, lance que Thoby fue el primero en experimentar como una representación estética. Siendo muy jóvenes todavía los cuatro hermanos viajaron a Venecia, Florencia, Bríndisi, Patras, Olimpia, Atenas, con baúles forrados de loneta, pasajeros en camarotes de lujo en todos los barcos y vagones de primera clase del Oriente Express. Thoby y Vanessa enfermaron durante el viaje; ella se recuperó, pero aquel chico encantador murió en Londres de fiebre tifoidea después de haber regresado a casa. Tenía 26 años. Morir de un juvenil empacho de Grecia era la suprema elegancia. Tiempo después, su hermana Virginia elevó el suicidio a categoría literaria, de modo que el alumno que no sepa que la escritora se adentró en el río Ouse con los bolsillos del abrigo llenos de piedras podría aprobar, tal vez, el examen de Literatura, pero no el de Psiquiatría.

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Las pasiones envasadas bajo la exquisita educación discurrían normalmente en aquel grupo de adoradores de sí mismos hasta que irrumpió Vita Sackville-West en la vida de Virginia Wolf. Esta famosa pareja se conoció durante una cena con Clive Bell en diciembre de 1922. Cuatro días después, Vita invitó a Virginia a un almuerzo a solas. De ese encuentro cada una sacó su propia impresión. Vita le dijo a su marido: “Simplemente adoro a Virginia Wolf y tú también la adorarás. Te rendirás ante su encanto y personalidad. Es completamente natural. Viste de un modo bastante atroz. Pocas veces he quedado tan prendada de alguien”. Virginia anotó en su diario: “No es muy de mi gusto severo: recargada, bigotuda, con los colores de un periquito y toda la soltura de la aristocracia, pero sin el genio del artista”. Pese a ello, Vita fue la pasión más turbadora de Virginia, una historia de amores lésbicos plagada de celos.

Vita Sackville-West era poeta, novelista, periodista, viajera, pero sobre todo ejercía el oficio desenfadado de ser una aristócrata nacida en el castillo de Knole con raíces hasta el siglo XVI, aunque en su árbol genealógico se había colgado una tal Pepita, su abuela materna, hija de una gitana acróbata española casada con un barbero y luego con un bailarín hasta convertirse en amante de Lionel Sackville, a quien le hizo cinco hijos, entre ellos, la madre de Vita. Se casó con Harold Nicolson, diplomático, viajero y homosexual, que después de hacerle dos hijos vio con agrado las amantes que pasaban por la vida de su mujer. Se cuentan hasta dieciocho las mujeres con las que tuvo una historia de amor lésbico y aunque la más tórrida la vivió con Violet Tresusis, hija de Alice Keppel, amante de Eduardo VII, la más literaria, complicada y morbosa fue con Virginia Wolf.

Virginia Wolf y V. Sackville West.
Virginia Wolf y V. Sackville West.EL PAÍS

Recibida como una intrusa

De Vita le atraía más que su belleza su pasado en el castillo de Knole, el desenfado con que rompía las reglas de una aristocracia tan arraigada, pese a lo cual esta amiga fue recibida como una intrusa en el grupo de Bloombury, “una importación innecesaria para nuestra sociedad”, decía Vanessa. Los respectivos maridos, Leonard y Harold, contemplaban con distante inquietud esta historia entre sus mujeres, cada vez más intensa, más ineludible hasta que en diciembre de 1925 se acostaron juntas por primera vez en Long Barn, la casa que Vita poseía cerca del castillo de Knole. Parece que la iniciativa fue de Virginia, pese a que la más experta era Vita, que a partir de ese día no cesó de aventar las brasas de ese fuego pero deteniéndose en el último momento ante sus llamas para que ese juego no cesara, hasta que un día la abandonó y Virginia humillada escribió la novela Orlando, una biografía de esta pasión y fue así cómo la venganza, los celos y la melancolía escalaron una cumbre de la literatura.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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